¿Quién va arriba y quién abajo?

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Tocaron al timbre y la casa se sumió en silencio, aún con el olor a chocolate caliente inundando todo el lugar. Habían elegido Inverness por varias razones, pero entre ellas por su tranquilidad y privacidad; alejados de miradas curiosas o cuchicheos.

Pero parecía que deberían salir de Gran Bretaña para conseguir tal cosa.

Remus cerró los ojos con molestia. Le gustaba los dulces tañidos de campanitas —él mismo había elegido el timbre—, pero siempre le taladraba los oídos tras una luna llena. Sirius solía decir que era «lo más odioso e insufrible que había escuchado desde el nacimiento de Harry», y en esos instantes le tuvo que dar la razón.

Aunque no se lo diría nunca.

—Dime que no esperamos visita —dijo, sin alzar demasiado la voz.

Sirius asomó desde la cocina, su desmarañada melena recogida en un moño que Remus no alcanzaba a ver desde el sofá. Los ojos plateados, dignos de un Black, le miraban con clara confusión.

—Nos hemos mudado hace tres días —comentó Sirius, extrañado—. ¿Cómo quieres que tengamos visita? Por Merlín, Moony, ni siquiera conocemos a nuestros vecinos.

Remus cogió la taza de chocolate caliente que se le ofrecía y dio un sorbo, pensativo. No solían recibir visitas durante la semana del plenilunio, una regla que había creado Sirius y que todos estaban de acuerdo en cumplirla —incluso Dumbledore—.

Tampoco tenían demasiados amigos cercanos que les visitasen a menudo, descontando los Potter. Solían usar la Red Flu, en cualquier caso, ningún mago se anunciaba siguiendo una costumbre tan...

«Muggles», pensó.

Se incorporó en el sofá y ambos se miraron.

—Lidias tú con ellos —gañó. Se levantó y fue arrastrándose por el estrecho pasillo hasta la habitación.

Los labios de Sirius formaron una sonrisa canina.

—Por supuesto —canturreó este.

Para cuando Remus fue a arrepentirse, Sirius ya había abierto la puerta y conversaba animosamente con una ancianita que parecía seguir la misma tendencia que Dumbledore en cuanto a moda. El olor a galletas recién horneadas llegó a su sensible nariz, con el chocolate fundiéndose a cada segundo que pasaba.

«Puedo dejarlo solo, es mayorcito», pensó por segunda vez.

No pudo ni dar un paso más hacia la habitación, cuando escuchó el tono confidente de la vecina:

—Entre tú y yo, muchacho, ¿quién va encima?

Remus sintió su cara arder.

—Le invito a comprobarlo si quiere —respondió Sirius, con su risa de perro resonando en el salón.

—¡Sirius, no!

Moon and StarsWhere stories live. Discover now