21 - Pulsera Negra

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Irene entró muy deprisa a casa. Llamando a voces a su esposa e hija y olvidándose de sus suegras. Érika salió del automóvil y caminó con tranquilidad hacia la casa y Diana esperó un momento en el auto, con la mano derecha acariciando la pulsera de plástico.

En la cocina de la casa estaban Ariel y Sophia, arreglando las últimas cosas para la cena. Normalmente cenaban en la cocina pero tras el mensaje de Nadine, decidieron pasarse al comedor.

—Ariel. ¿Qué pasó? ¿estás bien? —Irene se había arrodillado frente a su hija y la revisaba de arriba abajo.

Su hija estaba ojiplática, viendo a su madre con suma preocupación.

—Cálmate, Irene, Ariel está bien —Intervino Sophía. Caminó hasta quedar a la altura de la puerta —. Hola Mamá, ¿qué sorpresa?

—Hola, hija —Érika no miraba a su hija sino que parecía inspeccionar los cuadros que adornaban las paredes, el piso y, en general, todo lo que alcanzaba con la vista —. Disculpa que vengamos sin avisar pero es que nos llamaron de la escuela de Arielita y nos preocupamos.

Ariel saludó a su abuela agitando la mano y sonriendo, Érika hizo un gesto similar para responderle.

Sophía lo había supuesto pero este hecho no dejaba de intrigarla. Se preguntó por qué llamarían a las abuelas de Ariel si ya habían hablado con ella. Para ella no tenía sentido que llamaran a otra persona que no fuera a ella o a su esposa y para colmo que no tendrían que tener el número de nadie más que el suyo.

—No te preocupes, mami, aunque me extraña que las hayan llamado a ustedes.

Diana entró a la casa con paso firme, sujetando el bastón con la mano derecha. Realmente no necesitaba del apoyo pero, sin lugar a dudas, le aportaba un poco más de distinción.

—Buenas noches, Sophía —el gesto de Diana era duro.

Su mirada estuvo fija en su hija hasta que entró en el comedor y vio a su nuera y a su nieta. Sin decir una palabra se acercó y, usando el bastón, dio unos toquecitos en el hombro a Irene. Ésta se levantó y se apartó aunque no pudo evitar torcer el gesto por los modales de Diana.

Las miradas de abuela y nieta se cruzaron.

—Buenas noches, abuela Diana.

Por un par de segundos el silencio reinó en la casa. Ariel no apartó la mirada, si algo sabía era que su abuela no le gustaba que le desvíen la mirada, y pudo ver, de primera mano, como la fría mirada Diana empezó a ablandarse, como sus ojos se fueron aguando. La mujer avanzó un par de pasos, soltó el bastón que cayó al piso, y rodeó a su nieta con ambos brazos en un abrazo que sorprendió a todas las presentes.

—De verdad, siento mucho lo que te ha pasado estos días.

Ariel se quedó quieta sin saber cómo reaccionar.

—Si sabes quién te molestaba y donde vive, yo me encargo de hacerla pagar.

Un escalofrío le recorrió la espalda por la idea de ver a su abuela vengarse por ella, cogiendo a Romina Rondón por el tobillo y colgándola de cabeza mientras la golpeaba en sus nalgas, cubiertas de acné, con un remo.

Sophía se acercó a Érika, parecía sorprendida y preocupada. Tuvieron una conversación rápida y susurrada.

—¿Mamá Diana está bien?

—Está sana, lo que pasa es que se ha vuelto un poco más sensible. Creo que es por la maratón de películas románticas que hicimos hace tres meses.

—¿Y no podías haberlo hecho cuando Nadine y yo éramos adolescentes?

—Ay, cariño, si hubiera podido, lo hubiera hecho pero es muy difícil ganarle a tu madre en el parchís.

Crónicas de una AfroditeWhere stories live. Discover now