Capítulo 27 - ¡Ni un paso atrás!

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—Ya puedes abrir los ojos: ya ha acabado —Pola, agazapada en el suelo, evitaba por todos los medios ver los horrores, la destrucción y el puro terror que habían manifestado los dos poderosos hechiceros en esa oquedad esférica, una que pensó que se limitaría a un intercambio de bolas de fuego con golpes precisos pero que derivó en la representación de los mayores terrores de cualquier persona cuerda.

Cualquiera pensaría que todo eso acabó con una simple explosión, y acertaría. Pero llegar hasta ese punto implicó pasar por un auténtico calvario a Dawd, que tuvo que enfrentarse a todas las formas que adoptó el alma de Berto, ya fuesen tan simples como animales, tan complejas como máquinas y tan horrendas como lo que yace en el más oscuro de los abismos desconocidos, una pelea en la que poco faltó para que acabaran derrumbando esa alta cúpula, una muestra de violencia extrema en la que el chico que conocía todas las verdades acabó postrado en el suelo, sin piernas, con el costado derecho rezumando sangre y un rostro por completo desfigurado por la última explosión que lanzó el gigante que había osado enfrentarse a él.

Y, si bien Dawd aún podía tenerse en pie, eso no implicaba que estuviera en buen estado: punzadas que le atravesaban el cuerpo de lado a lado, cortes horrendos que cruzaban su cara en todas direcciones, sin mano izquierda, con las rodillas atravesadas por decenas de agujas... y aún así, aguantaba. Porque sabía que no podía caer aún.

No hubo reivindicación alguna, ninguna palabra que alabara al otro o comentario gracioso y jactancioso: no había tiempo para ello. Dawd se curó como bien supo mientras sentía cómo, a ambos lados del túnel, se acercaba algo.

Por el lado por el que había entrado, notó los pasos acelerados de dos personas. Supuso de inmediato que serían Vani y Stramant, que vendrían a por sus restos. De no estar preocupado por los furiosos gritos que percibía por el camino que debía seguir, habría sonreído al pensar en la sorpresa que se llevarían las chicas al encontrarse que el casi cadáver era el de Berto.

Dejó al chico en sus manos y, mientras sus heridas se cerraban al tiempo que su mano izquierda recuperaba su forma, se apresuró a continuar su camino. Mientras se apresuraba a la entrada del túnel en el que le esperaban las decenas de invocaciones de Bifronte, engendros variados y abundantes procedentes del mismo lugar que su verdadero invocador, se pudo escuchar el sonido que definía a su invisible aliada: la vibración de campanillas rebotaba en las paredes de ese estrecho túnel que había abandonado su irregularidad en apariencia natural anterior para pasar a una forma cilíndrica casi perfecta.

Sin esperar siquiera a que sus heridas estuvieran completamente cerradas, aceleró el paso, ahora que el camino era prácticamente liso y cada vez más amplio. Como no tenía que preocuparse demasiado por levantar las piernas, los dolores fueron menores.

A medida que avanzaba, las campanillas y los rugidos aumentaron en intensidad y frecuencia. Sólo Dawd sabía qué significaba eso: la señora de las campanas se esmeraba únicamente en contener el paso del enemigo. Aún cojeante, el asaltante fue preparando una panoplia de hechizos que quitaría de en medio a cualquier enemigo que le saliera al paso. Para su desgracia, no tuvo que esperar ni medio minuto antes de tener que usar el primero de ellos contra una bestia hecha de rocas.

—Podemos saltarnos esta parte si te apetece —comentó el soñador Dawd con cara de aburrimiento—. Me pasé casi una hora entera dando por saco a todos estos bichos. Si hubieran sido únicamente demonios, no habría habido ningún problema y la señora de las campanas se habría librado de ellos en un santiamén pero, a falta de cuerpos sacrificables que utilizar, Bifronte fue a invocar elementales de toda clase. A falta de carne, siempre puedes usar tierra, fuego, agua o aire... No es lo más poderoso que puede traer ese advenedizo pero, precisamente porque no tenía ningún medio para acabar con ellos de un solo golpe, que no pude avanzar más rápido —mientras comentaba, delante de sus ojos vieron cómo en el túnel se libraba una batalla, si bien no tan horrenda como la de Berto, sí que más larga y ardua. Dawd, en ese momento, ya acusaba claras señales de agotamiento y tenía que medir un poco más las fuerzas que atravesaban su cuerpo en pos de acabar con las decenas de enemigos que insistían en evitar que avanzara al final del túnel.

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