Capítulo 5

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Colaborar con Axel no podía estar tan mal. La primera impresión había sido buena, es simpático, tiene ganas de trabajar y aun encima está bueno. Que eso último es un poco prescindible si tenemos en cuenta que se trata de algo profesional y bla, bla, bla.

Algo de lo que se enorgullece habitualmente Jimena es de poder separar lo sexual de lo profesional y raramente de lo emocional. Y al contrario que muchas otras veces, esto es completamente cierto. En su vida, aparte del novio que tuvo antes de emigrar, las demás relaciones que ha tenido, además de los rollos de una noche, han sido con amigos que después de todo han seguido siéndolo. Y la clave está en dejar todo claro al principio.

Pero dejarlo claro de verdad, incluso si crees que puedes llegar a enamorarte, aunque no lo sepas deberías decirlo para que la otra persona esté al corriente. Estar con una persona, sin esperar nada de ella mientras está sufriendo porque necesita mucho más, porque no le prestas la suficiente atención no es nada agradable. Y con la sinceridad se podrían ahorrar ambas situaciones, estar babeando por los huesos de alguien que solo te quiere para follar y como un amigo, y estar con alguien que quiere algo diferente a ti, pero tú no lo sabes y sigues con lo tuyo.

El domingo para Jimena no solía ser un día de peli y manta. La mayoría de los fines de semana tenía que ir a trabajar, algo lógico dado que trabaja en uno de los sitios más turísticos de la ciudad. En el momento en el que decides trabajar en algo relacionado con el sector puedes dar por sepultados tus fines de semana y las vacaciones en pleno agosto. Aunque eso a veces se agradece, Jimena todavía no entiende cómo hay gente que quiere irse de vacaciones cuando todo el mundo lo hace. Eso significan aglomeraciones, esperas de horas para entrar a los museos y a cualquier atracción turística. Es cómo si las personas que deciden utilizar esas dos semanitas de agosto para irse por ahí les fuera el masoquismo.

En fin, que trabajar en domingo era una real mierda. Y por eso lo vamos a pasar por encima.

Jimena se va a trabajar, pasan ocho horas y vuelve a casa en bicicleta, vivita y feliz.

Al llegar a casa lo primero que hace es encender el ordenador para conectar Skype. Hace ya dos semanas que no habla con sus padres y sabe que hoy están en casa. Ramón ya no era el ministro de cultura, pero seguía entre la política y su antiguo puesto en el Prado. Y su madre había obtenido la prejubilación. Realmente era algo que nunca había querido, ella siempre se estaba moviendo, haciendo cosas y pensaba que si dejaba de trabajar se aburriría. En cambio, cuando se lo ofrecieron lo pensó mejor, tendría más tiempo para hacer esos cursos de pintura a los que siempre había querido asistir, más tiempo para viajar y más tiempo para leer. En realidad, tampoco estaba tan mal.

–Hola mami –saluda, en cuanto Beatriz aparece en la pantalla.

–Hola cariño. ¿Qué tal va todo?

–Muy bien, hoy trabajando, ya sabes. Pero bien, no me quejo.

–¿Hace mucho frío?

–Ya sabes que sí –se ríe– vivo en Ámsterdam y estamos en diciembre. Aun así, no se siente tan frío como en Madrid.

–Cómo vas a saber eso si hace meses que no pasas por aquí.

–No empieces, porfa... Ya tuve ayer suficiente con Koen.

–¿Quién era Koen?

–Koen, el ojito derecho de Martijn –al ver que su madre no hacía click, siguió con la explicación–, el que se está encargando ahora de dirigir la empresa.

–Si se le da bien debería seguir con ello.

Y era por esto por lo que Jimena llevaba dos semanas sin hablar con su madre, porque insistía en infravalorar todo y echarle la culpa a todo de que su hija se haya ido del país. Cada vez que hablaba con ella le soltaba indirectas para que volviera, haciéndole creer que este no es su sitio cuando realmente Jimena cree que es su hogar. Hay mucha gente que dice que un hogar es donde está tu familia, o tus amigos, o tus seres queridos. Jimena no lo piensa así, para ella las personas nunca le han dado la suficiente paz. Le gusta la soledad, la disfruta. No es antisocial, pero sabe apreciar un paseo por los canales, sentarse al borde de ellos y admirar lo que ahora es su ciudad. Le encanta el ambiente, la actitud de la gente que vive a su alrededor y realmente es feliz allí. Por eso no entiende por qué su madre no puede pensar lo mismo, por qué no la comprende y por qué se empeña en que vuelva. Bueno, está eso de que es su madre que la quiere y que la echa de menos, pero necesita que se alegre por ella y desde que está ahí no lo ha hecho ni una sola vez.

–Mamá, estoy segura de que yo podría dirigirla igual de bien que él o incluso mejor. Además, es un niño malcriado que no sabe perder.

–¿Perder el qué? Todavía no me has explicado por qué habéis discutido.

–Yo qué sé, porque no follará y estará frustrado.

–¡Jimena!

–Perdón mamá... –Ahí estaba ella, a los 25 años disculpándose por su lenguaje. Se pasa una mano por la cara, resoplando– Es que... es que te juro que no lo entiendo. Creo que soy la única persona a la que trata mal y ni siquiera sé lo que he hecho, aparte de aparecer aquí y no creo que sea tan malo.

–Ya sabes lo que dicen, los que de pequeños se pelean de mayores se enamoran.

–Es se morrean, no se enamoran, mamá. Además, que ya tiene 32 añitos el niño como para aplicarle esa estúpida regla.

–No lo sé, nena. ¿Por qué no le preguntas?

–Ya le he preguntado y no me ha dicho nada. En fin... ¿Qué tal está papá?

–Oh, bien, bien. Iba a estar aquí, pero ha tenido que salir. Le ha llamado el tío Juan para no sé qué de unas baldosas. Ya sabes que están reformando la casa de la sierra.

Jimena asiente con un movimiento de cabeza, analizando a su madre. Tiene la sensación de que desde que se fue tiene más arrugas. La siente más lejana y no solo por los kilómetros que las separan, sabe que hay algo que no le está contando y por experiencia sabe que no se lo dirá hasta que ella esté preparada, aunque le preguntara doscientas veces no se lo diría hasta entonces.

–Oye, cariño, te dejo que tengo que ir a hacer la cena.

–Un beso –se despide moviendo la mano y cuelga.

Minutos más tarde su móvil suena sobre la encimera, pero ella esta en la ducha cantando a grito pelado y le es imposible escucharlo. Pasa un cuarto de hora bajo el agua de la ducha, pensando en todo y a la vez en nada. Intenta dejar la mente en blanco, pero le es imposible.

Desde que está aquí no para de preguntarse cómo ha llegado a este punto, y cada vez que se lo pregunta la situación es diferente. Siempre había querido vivir una temporada en el extranjero, pero ¿tanto como para plantearse quedarse a vivir para siempre? No.

Sale del baño envuelta en una toalla y continúa cantando hasta que llega a la cocina, desbloquea el móvil y ve que tiene una llamada perdida de un número que no tiene guardado. Supone que es algo de publicidad, pero por si acaso deja el móvil con el volumen en alto y pasa a su cuarto para vestirse. No pasan dos minutos desde que cruza la puerta cuando el teléfono está otra vez sonando. Esta vez sí que descuelga.

–Hallo?

–¿Jimena? –Cuestiona una voz de hombre desde el otro lado de la línea.

–Sí. ¿Quién eres?

–Axel, de Arquimesa. El alemán que no habla el idioma satánico.

–¡Ay! ¡Hola! ¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo? ¿Cómo tienes mi número?

–Demasiadas preguntas. Voy a empezar por el principio: pasa que Koen me dijo que trabajarías conmigo en el diseño del secrétaire, y que se me ha ocurrido una idea, pero quería que le dieses el visto bueno o matices, por si podemos cambiar algo más. Y tu teléfono me lo ha pasado Rosel.

–¿En el diseño de qué? –Pregunta, con su voz bañada en confusión.

–El escritorio que viste ayer. Se llama secrétaire, no sé si te has fijado en alguno de los papeles que tenía por ahí, es uno de estos escritorios que tienen cajones secretos.

–Ah... Gracias por explicarlo en jerga popular.

Escucha a Axel reírse al otro lado.

–Entonces... ¿Quieres quedar para echarle un vistazo?

JimenaWhere stories live. Discover now