🔥Capítulo I: Ojos amatista🔥

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Polvo, lo único que levantaba el viento era polvo

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Polvo, lo único que levantaba el viento era polvo. Las botas de Taylor pesadas y negras estaban cubiertas de tierra al igual que su vestido de luto. Pasado de moda, con un corpiño apretado que no la dejaba respirar, oprimiendo el pecho hasta provocando que tuviera que boquear buscando aire entre sus lágrimas. Su pelo rubio estaba recogido e invisible para todos debajo del sombrero de ala ancha con una pluma de faisán que lo coronaba. Un ligero velo negro cubría su cara. Lágrimas de dolor cubrían su delicada piel. Deslizó su pañuelo de seda negra debajo de la tela y se secó la cara con cuidado. Sus ojos azulados con un halo cerca de la pupila de color lila miraban sin ver al horizonte.

A lo lejos se vislumbraba unas manchas oscuras, los portadores del féretro. Al verlos oprimió un sollozo. Quería ser fuerte, aunque empezaba a molestarle los músculos por estar tanto tiempo de pie. El frío de otoño comenzaba a hacer estragos en su salud, como cada año.

Taylor siempre había estado delicada, su madre se ocupaba de su bienestar y de cuando sufría sus recaídas. Ahora que ya no estaba no sabía quién podría ayudarla. Agarró el pañuelo entre las manos y lo estiró, oprimiendo así la sensación de desasosiego que azotaba su corazón.

Los hombres estaban acercándose, cuando estuvieron cerca los otros miembros de la casa dejaron el féretro en la tumba que habían creado en el jardín trasero de la mansión. El cura de Emberville carraspeó para empezar con el rito de sepultura. No podía apartar la mirada del ataúd de caoba que llevaba el cuerpo de su difunta madre, más lágrimas frías se deslizaron por sus mejillas. Ronalee, su ama de llaves, la acunó en su pecho mientras sostenía su mano con la suya de dedos cálidos y piel de ébano. Las palabras del cura se las llevaba el viento y no les prestaba atención, solo lloraba mientras se sentía cada vez más sola.

Su padre había muerto cuando ella tenía cuatro años, en un viaje al viejo continente. El barco fue azotado por el mar y el viento, se hundió con él y toda su tripulación. A veces incluso soñaba con la despedida de su padre y el ataúd lleno de piedras que simulaban su cuerpo, que ahora, reposaba cerca de su madre.

El párroco seguía recitando todas aquellas palabras banales para ellas, los criados de la casa contestaban al hombre, pero ella no tenía fuerzas para todo aquello. El débil sol de la estación de la caída de las hojas le daba en su cara haciendo que se reflejara más el velo negro que la cubría.

A Taylor le empezaban a temblar las piernas, se agarró fuertemente a Ronalee. No quería volver dentro de la casa y perderse la despedida de su madre, pero ya no podía más dado que el pesado ropaje y el corpiño se estaban llevando toda su energía.

─Señorita, ¿se encuentra bien ? ¿Quiere volver a casa? ─ dijo Ronalee sujetando a Taylor.

─Estoy cansada, pero no voy a volver a dentro. No puedo perderme el último adiós a mi madre.

─Como guste, señorita ─la criada la miró con un profundo pesar.

Ronalee hizo un gesto a Roxanne con la cabeza, que era una de las criadas y esta se fue a la mansión, al cabo de unos minutos volvió con una silla. Taylor se sentó en ella y le dio las gracias a la joven que se retiró y volvió a la fila de los criados que estaban para despedirse de su señora.

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