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Habían pasado más de tres horas, pero Sofía aun respiraba aceleradamente. Era difícil calmarse después de lo que había vivido aquella mañana. Después del control médico que le habían realizado para confirmar que se encontraba perfectamente, la enviaron a la planta de psiquiatría, para que le trataran el estado de pánico en el que se encontraba con algún fármaco que la calmara.

De repente le asaltó la idea de cómo estaría el spa mientras ella estaba en el hospital. No recordaba haber cerrado la puerta y podría haber quedado a merced de cualquiera. Intentó quitarse aquella idea de la cabeza, seguramente la policía hubiera acordonado la zona. En cualquier caso, pensó descorazonada, debería restaurar todo el establecimiento, pues después del incidente había quedado totalmente destruido. Debía arreglar puertas, paredes y mobiliario, pero lo más importante y lo que más le preocupaba era qué podía hacer para recuperar la confianza de sus clientes, porque estaba claro que nadie volvería a ver su spa urbano de la misma forma que lo había hecho hasta aquel día. Pasaría mucho tiempo antes de que la gente del barrio olvidara lo que había pasado allí y ella tenía que pensar ahora en la manera de acortar ese tiempo al máximo para poder volver a la normalidad lo antes posible. No sería una tarea fácil.

Una voz la sacó de sus pensamientos.

─Sofía ─dijo el médico, que estaba sentado enfrente de ella, para llamar su atención.

Ella pareció despertar de repente.

─¿Cómo te sientes? ─preguntó torciendo un poco la cabeza hacia un lado.

─Lo siento ─contestó Sofía, un poco aturdida─, pensaba en el spa.

─Es normal, después de lo que ha pasado ─hizo una larga pausa para observar a su paciente─. ¿Quieres hablar de lo que ha pasado?

Sofía respiró hondo y abrió la boca para comenzar a hablar, pero en ese momento escucharon mucho ruido fuera de la consulta en la que se encontraban. Parecía como si mucha gente estuviera corriendo por el pasillo.

Los dos se miraron alarmados. El psiquiatra se levantó de su asiento para calmar a Sofía.

─Quédate aquí, Sofía ─dijo─, voy a echar un vistazo.

Dejó su libreta en una mesa y se acercó a la puerta.

─Será un segundo ─dijo mientras abría la puerta.

Sofía oyó desde su asiento como el doctor llamaba la atención de los que corrían por el pasillo, aquellas no eran maneras.

─¿A qué se deben estas prisas? ─le oyó preguntar.

─Es el hombre al que han atacado en el spa del centro ─dijo uno del pasillo─, se ha despertado y ahora es como los zombis de Madrid.

─¿Están evacuando el hospital? ─preguntó el psiquiatra alarmado.

─No ─contestó el enfermero del pasillo─, lo tienen atado a una camilla, vamos a verlo ─y siguió su camino.

Sofía se levantó del asiento como un resorte. ¡Luís se había despertado! Fue lo único que escuchó. Estaba vivo. ¿Cómo era posible? Ella lo había visto tirado en el pasillo con todas las tripas desparramadas por el suelo. Pero se alegraba de que no estuviera muerto.

─¿Dónde está? ─preguntó acercándose a la puerta de la consulta─. Necesito verle.

─No ─le dijo el psiquiatra cogiéndole de los hombros─. Usted no va a ningún sitio. Es mejor que se quede aquí.

─Pero...

─Pero nada ─interrumpió el doctor─. No está en condiciones, Sofía.

Sofía intentó zafarse del psiquiatra, pero este la sujetó con firmeza. La volvió a meter en la sala y cerró la puerta tras de sí.

─Siéntese ─le dijo intentando parecer lo más calmado posible.

Sofía se sentó a regañadientes y observó como él cogía un pequeño frasco de su escritorio.

─Ahora se va a tomar una de estas pastillas, le sentará bien, le ayudará a tranquilizarse.

─¿Qué es?

─Lorazepam.

Sofía cogió el comprimido y el vaso de agua que le ofreció el doctor y los miró un momento.

─Tómeselo, le hará bien.

Sofía obedeció con un aire de duda en su cara, se metió la pastilla en la boca y se bebió el vaso de agua.

─Ahora, si le parece, recuéstese en este sofá ─dijo el psiquiatra─. Cierre los ojos e intente relajarse, la pastilla hará efecto pronto. Mientras, yo voy a salir para ver si es seguro que usted visite a su compañero de trabajo. Volveré pronto, ¿de acuerdo?

Sofía asintió y se echó en el sofá, tal y como dijo el doctor.

─De acuerdo.

Pasados unos instantes sintió como la pastilla empezaba a hacer efecto, su cuerpo se relajaba y ella se adormecía.

El psiquiatra salió de la consulta y se dirigió a la zona de anatomía donde se realizaban las autopsias para ver con sus propios ojos lo que había dicho el enfermero. Encontró a un grupo bastante numeroso de trabajadores del hospital (médicos, enfermeros, celadores y auxiliares), que rodeaba a una camilla de autopsia. Se empujaban unos a otros para acercarse a mirar más de cerca.

En la camilla se encontraba Luís, el fisioterapeuta, o lo que quedaba de él, que no era mucho. Tenía todo el pecho destrozado, abierto en canal, dejando al descubierto órganos y huesos. Pero eso no le impedía gruñir y luchar con todas sus fuerzas por desatarse de las correas que lo mantenían pegado a la camilla.

─¡Es alucinante! ─le dijo el enfermero que se había encontrado en el pasillo cuando le vio.

El psiquiatra se hizo paso entre los asistentes a aquel extraño milagro y observó fascinado como Luís intentaba morder a todo aquel que se acercara más de la cuenta, lanzando dentelladas al aire. Sus ojos estaban inyectados en sangre y no miraban a nadie en concreto.

─Había otra chica afectada, ¿no? ─preguntó el psiquiatra al enfermero─ ¿Dónde está?

─Sí, está en esa camilla de ahí...

Pero cuando el enfermero señaló la camilla se dio cuenta de que esta estaba vacía. De repente, todo el mundo pareció escucharle y se calló. Volvieron la mirada a la camilla en la que se suponía que debía estar el cadáver de Carmen. Pero la fisioterapeuta no estaba tumbada en la camilla. Estaba de pie, al lado de ella, y los miraba como un animal salvaje, como un toro mira a su presa antes de embestir.

─Mierda ─fue lo único que llegó a decir el enfermero, antes de que se desatara el pánico en la sala de autopsias.

Tiempo MuertoWhere stories live. Discover now