Capítulo 6 - Controla tu Fuerza

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La comida de Eufrosia era estupenda. Por las tardes me dejaba un sándwich y un vaso de leche con chocolate enfrente de la chimenea.
Me encantaba comer esta merienda mientras veía arder los leños. Según mi tío, el delicioso sándwich era de jamón de jabalí. Me parece un poco extraño qur fuera así, pero sabía distinto a cualquier otra cosa que yo hubiera probado, algo mejor que una super salchicha y más exquisito que un fino salami. Tal vez fue cierto que aquellas tardes comí jamón de jabalí.
En las noches cenábamos pollo crujiente o espagueti con una salsa que debía tener tomate porque era roja, pero estaba enriquecida con hierbas finas que le daban un gusto exquisito. Curiosamente, aunque comía mucho más y mejor que en mi casa, estaba adelgazando.

ㅡEs por la biblioteca ㅡme explicó mi tíoㅡ. Éste es un sitio para grandes caminantes.

Era cierto. Todos los días, yo recorría pasillos de nunca acabar.
Como daban muchas vueltas, resultaba imposible saber qué tan largos eran. A la hora de la merienda tenía los pies entumidos.
Varias veces fui rescatado por el tío Tito en esas caminatas que parecían no tener fin. Un libro me llevaba a otro, y de pronto me encontraba en un sitio extraño, muerto de hambre o con ganas de ir al baño.
Entonces agitaba la campanita que me había dado el tío.
A veces mi pariente tardaba largos minutos en dar conmigo. Cuando estaba muy ocupado en sus lecturas, le pedía a Eufrosia que fuera por mi. Ella avanzaba con gran lentitud y la espera se hacía insoportable, pero yo no me podía enojar con esa buena mujer que de inmediato me ofrecía una crujiente galleta de coco y me acariciaba con sus manos olorosas a un detergente muy dulce.
Trete de memorizar algunos tramos de la biblioteca. Aprendí, por ejemplo, que después de la sección "Aves del paraíso" se encontraba la de "Aviones y paracaidistas", y después de la sección "Torbellinos en el mar y en el pelo"  la de "Pelucas de cabezas famosas".
Algunos nombres me daban risa, otros me preocupaban. Un día pase por la sección "Personas que tosen demasiado". Ahí encontré un libro llamado Los que sufren fumando. De inmediato me acordé de mamá. ¿Qué estaría haciendo? ¿Habría vuelto a usar su suéter color mostaza, de cuello de tortuga, que la hacía verse tan guapa?
Esa noche volví a tomar una cucharada de hierro. No podía decepcionar a mi madre. Aquella oscura sustancia me supo tan mal como siempre.
Por suerte, tenía las peritas de anís que me había dado Catalina. Pensé en sus manos delgadas, que al quedarse quietas parecían decir algo, algo bueno y tranquilo. Bastaba verlas para saber que todo podía ser mejor.
Al día siguiente se me olvidó tomar el hierro, pero no la perita de anís.

El tío me había dicho que los libros se movían, pero no era cierto.
Memoricé varios títulos, me fijé en qué lugar estaban y durante varios días los vi en el mismo lugar.
Sin embargo, en cuanto empecé a buscar un libro que pudiera gustarle a Catalina ocurrió algo extraño. La sección "Aves del paraíso" seguía en su sitio, pero no encontré el libro llamado El pollo dálmata, que normalmente iniciamba esa sección. Lo mismo me ocurrió al llegar a "Aviones y paracaidistas". Pasé horas buscando Bombarderos de chicle bomba, que antes tenía perfectamente localizado.
¿Qué estaba sucediendo? El tío había dicho que en mis visitas anteriores los libros se habían movido. Ahora, esto sólo ocurrió después de ir a la farmacia. ¿Catalina me había afectado tanto que yo afectaba los libros? ¿Había recibido algún contagio de su parte o había despertado en mí una fuerza que parecía perdida?
Todo era muy raro, y muy interesante.
Recorrí los pasillos en busca de un libro que pudiera gustarle a ella.
No podía fallarle. Debía dar con algo muy especial.
Fui a la sección "Magníficos perros". Siempre me han encantado los perros. La Pinta era una pequeña maltés y yo soñaba con tener un labrador que en las noches saltara a la cama.
Revisé toda clase de aventuras de perros hasta encontrar un libro que estaba ahí por error, pues no tenía que ver con el tema: Viaje por el río en forma de corazón. Lo abrí por simple curiosidad, pero me cautivó de inmediato.
No pude despegar los ojos de esa historia. Trataba de dos niños, Ernesto y Pepe, que se perdían en el bosque, construían canoas con un tronco y decidían buscar rutas distintas para salir de ahí. Uno iba hacia el Este, otro hacia el Oeste, pero el río tenía forma de corazón y, después de mil peripecias, los reunía en el mismo sitio. Ahí, un indio los ayudaba a construir una inmensa fogata, hecha con las mejores ramas caídas en otoño. El indio les explicaba que el bosque era tan espeso que ni siquiera las águilas, con su vista magnífica, podían saber si había alguien ahí. Ese punto del río era el único suficientemente despejado para mandar una señal de humo al cielo. "Aquí es donde late el corazón", explicaba el indio. Luego decía su nombre: Ojo de Águila.
Las llamas de la fogata subían hacia lo alto y eran vistas por las águilas, que volaban en círculo sobre ellas, y luego por un helicóptero que llegaba a rescatar a los niños perdidos. Antes de que el hidrohelicóptero se posara sobre el río, el indio enseñaba a Pepe y a Ernesto a hacer una brújula con ramas y una piedra; luego, desaparecía en el follaje.
Esa misma tarde le llevé el libro a Catalina. Ella no estaba, así es que no pude ponerme nervioso. Se lo dejé a su madre, una señora tranquila y amable.
También aproveché para hablar por teléfono con mamá. La oí más calmada. Su voz parecía firme, como si tomara hierro todas las mañanas. Curiosamente, esto me preocupo: ella parecía necesitarme menos que antes. Me contó que se había teñido el pelo y eso me pareció rarísimo.

El libró salvaje de Juan VilloroWhere stories live. Discover now