Capítulo 8 - Los Libros de Sombra

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Hasta este preciso momento no me he atrevido a escribir algo muy fuerte que sentí en esos días. Aunque ya ha pasado mucho tiempo, trataré de contarlo tal y como se presentó ante mí, cuando enfrentaba las vacaciones más especiales de mi vida.
Fui a la sección de "Magníficos perros" a buscar más historias del río en forma de corazón. Sin embargo, no pude hallar ninguna. Algunos tomos llamaron mi interés con sus títulos de aventuras y sus espléndidas ilustraciones a todo color, pero a mí no me interesaba otra cosa que volver al bosque donde Ernesto y Marina vivían aventuras. ¿Existirían otros cuentos del río? ¿Qué podía hacer para dar con ellos? ¿Llegarían por su cuenta para que yo los leyera?

La vida en casa de tío Tito había resultado más interesante de lo previsto. De cualquier forma, a veces él me parecía un poco triste, como si se arrepintiera de haber pasado tantos años sin otra compañía que sus gatos y sus libros. También me inquietaba que se quedara viendo con sus ojos saltones, como si esperara algo de mí. Me gustaba ser un lector prínceps porque nunca antes me habían elogiado de ese modo, pero temía decepcionar al tío. Tal vez mis poderes de lector no fueran tan intensos como él creía.
En las primeras semanas en la biblioteca recorrí más o menos los mismos lugares. Había tantos libros y tantos cuartos que me perdía con facilidad y tocaba la campanilla para ser rescatado por el tío.
La biblioteca era más extensa de lo que yo había podido percibir, pero no me animaba a alejarme en exceso. ¿Qué tal si llegaba a un sitio tan alejado que mi campana no pudiera ser escuchada? Sin embargo, no dejaba de preguntarme qué habría en los rincones más remotos de la casa. ¿Libros de terror y magia negra? ¿Textos de crímenes escritos con sangre?

Como mi país favorito era Australia, también pensaba que a lo mejor había un agradable lugar lejano en la biblioteca, una Australia de los libros, a la que muy pocos llegaban. ¿Habría ahí libros raros y fascinantes, como el koala, el canguro y el ornitorrinco?
Una tarde me atreví a alejarme un poco más de lo habitual. Tomé un largo pasillo, tapizado por un tapete color vino. Avancé hasta sentir un olor raro. Más que un aroma lo que me llegaba era una sensación de encierro, como si nadie hubiera respirado ahí en mucho tiempo, como si todo hubiera estado quieto, muy quieto, y mi nariz lo agitara de pronto. Olía a libros antiguos que no parecían estar guardados sino presos. Tomé el que me quedaba más cerca y una nube de polvo llegó a mi cara. Era un polvo gordo, como migajas de pan. Di unos pasos más y el olor a encierro se hizo más fuerte. No me atreví a seguir respirando ese aire denso y muerto.
Regresé bastante aturdido y no quise cenar. Había tragado demasiado polvo para tener apetito.
Esa noche regresó el sueño escarlata. De nuevo caminé por un pasillo húmedo y oscuro hacia la habitación donde lloraba una mujer. De nuevo mis manos se tiñeron de sangre al tocar las paredes.
Desperté de madrugada, empapado de sudor. Tenía mucha sed pero me dio miedo ir a la cocina a esas horas. Me quedé en la cama, tratando de calmarme.
Pensé en el pasillo donde había estado por la tarde y en su tapete color vino. Comparado con mi pesadilla, aquel sitio no era tan terrible. Se trataba de un lugar encerrado, lleno de libros viejos, pero nada más.
No me gustó cómo olía ahí y me sentí incómodo, pero se trataba de algo que podía soportar. En cambio, me daban miedo las puertas cerradas. Detrás de ellas tal vez no había nada, pero mi imaginación agregaba cosas horribles, como la sangre qué inundaba el cuarto escarlata.
Se me ocurrió que si me atrevía a recorrer toda la biblioteca dejaría de tener miedo a los rincones desconocidos de la casa y quizá también dejaría de tener el sueño escarlata.
Si me llenaba de valor para recorrer todos los cuartos, no habría motivo para temerle a ningún cuarto, ni siquiera a uno que apareciera en sueños.

Al día siguiente le comenté al tío que algunas partes de la casa olían a encierro.

ㅡTienes razón, sobrino. La ventilación no es la especialidad de la casa. Hay pequeñas ventilas en el techo para que pase el aire. Generalmente están cerradas porque se mete la contaminación y algún pájaro aventurero. Pero las puedes abrir si sientes que te falta oxígeno.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora