Capítulo 13: Contratos y Chantajes

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ESTEFANÍA

Mismo día.

—Lo siento, Carlos. No traje la fotografía —dice la licenciada Alma y la expresión de Carlos se afloja, entristece. Me imagino cómo se ha de sentir de estar sentado en esa silla todo el día.

Frunzo las cejas y me acerco a él cuando veo una pequeña lágrima derramarse por su mejilla derecha hasta deslizarse por su cuello y chocar contra la tela de su camiseta y secarse.

Se da de golpes en ambas piernas mientras grita:

—¡Maldita sea!, ¡La odio!

Los tres nos sobresaltamos antes sus inesperados gritos y me pongo de pie rápido para envolverlo en un abrazo.

—Tranquilo, Carlos.

—¿Cómo me pides que me tranquilice cuando me dicen que el culpable de mi desgracia resultó ser una mujer? —Replica zafándose de mis brazos.

Mi papá y Alma se levantan de un salto cuando Carlos comienza a darse golpes más fuertes en sus piernas hasta que se le ponen rojos los nudillos por los golpes.

—Hija, creo que es mejor que lo lleves a distraerse un rato —me dice papá y tomo el control de la silla y lo saco de la oficina.

Cuando bajamos del elevador, Carlos ya ha dejado de darse golpes en las piernas, pero respira entrecortadamente mientras que con el dorso de la mano se limpia una que otra lágrima que le cae por las mejillas mientras avanzamos por la recepción del bufete con la mirada gacha.

Mientras pasamos, Lucía se acerca unos pasos a nosotros, pero niego con la cabeza para que no llegue del todo a con nosotros porque no es el momento adecuado.

Cuando llegamos a la puerta de entrada una pareja se suelta de las manos para ayudarnos a abrirnos las puertas para poder salir sin complicación. Se los agradezco cuando pasamos frente a ellos y apresuro el paso.

Ni siquiera me animo a ver mi coche porque no quiero subir a él, quiero caminar un momento con Carlos por la calle para que respire un poco de aire fresco y trate de calmarse, de tratar de olvidar un poco que no hay más evidencia de su caso. Que la culpable es una mujer.

Misma noche, mismo suceso...

Esas cuatro palabras no dejan de resonar en mi mente desde hace ya un tiempo, desde que escuchamos a Alma decir que pudo ser una mujer. Pero no puede ser el mismo suceso porque el hombre al que yo atropellé hace dos meses está muerto... Según yo estaba muerto cuando lo vi en el pavimento sangrando.

Maldito seas Juan por obligarme a escapar.

Maldita seas Estefanía por hacerle caso.

Maldita seas vida.

—¿Fanny?

La ronca voz de Carlos me saca de mi ensimismamiento. Freno en seco y nos quedamos callados mirando a nada en específico. Desde este punto en el que estamos, sin el horrible tráfico que se suele formar en esta avenida, el silencio resulta un poco... relajante.

Comienzo a caminar de nuevo y me detengo hasta la parada del autobús más cercano. Me siento y Carlos se coloca al lado del tubo que sostiene la enorme lámina que hay encima de mí para cubrirnos ya sea del sol o de la lluvia.

Un largo suspiro se escapa de ambos al mismo tiempo.

—Es increíble cómo un día que había comenzado tan bien termine por los suelos —comenta con un toque de nostalgia en su voz. Ladeo la cabeza en su dirección, su mirada está fija en un hombre que va del otro lado de la avenida trotando con su mascota agarrada de una correa. Sorbe por la nariz—. Yo antes solía salir a correr, cuando vivía con mi madre teníamos un perro Gran danés que apreciaba demasiado. Cada mañana sin falta salíamos a correr por las calles del pueblo en el que nací. Hasta que lo mataron. Me lo envenenaron y no pude hacer nada.

Yo soy culpable [BC#1] (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora