Capítulo 29: Desesperación

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ESTEFANÍA

Viernes 01 de marzo del 2019.

Juan y mi madre caminan de un lado a otro en la sala de estar de mi casa, pero dejan de hacerlo cuando me pongo de pie y las detengo a ambos. Están así desde que les conté que Joel y Simón ya sabían toda la verdad y que tarde o temprano terminaría sabiéndolo Carlos. Mi mamá me reprochó que el viaje a España fue en vano porque se suponía que era para que nunca me enfrentara a la justicia. Juan me echó en cara que de haberme quedado con él esa tarde nada de esto estaría pasando. Y yo, pues yo me defendí y le dije que si no me hubiera puesto droga en la copa de vino y se haya intentado sobrepasar conmigo nada de esto estaría pasando.

—¿Entonces qué haremos para que se callen la verdad? —Pregunta mi mamá con su voz irritante. Hace días que ya no la oía hablar ya que se la pasa enrollándose con Miguel ya sea en su oficina o en el departamento de él.

Por una parte me alegro que haya encontrado a alguien que la soporte porque se está empezando a distraer y ya no se la vive encerrada en la casa como lo hacía cuando aún estaba casada con mi papá.

—Usted diga qué se hace y yo me encargo de todo —dice Juan sentándose en el sillón de piel.

Yo no digo nada, solamente me quedo mirando a uno y luego al otro mientras hablan. No conozco con perfección las mañas que tenga mi madre, y suponiendo que ella sea la culpable de la muerte de Elena, entonces puede que sea una experta en no llamar la atención en una escena del crimen. Pero no quiero que les hagan daño a Joel y Simón.

Leticia...

—Podemos negociar con ellos: una buena cantidad de dinero no lo niega ningún muerto de hambre como ellos. No se cómo llegaste a meterte en su mundo, bebi —dice mi madre dirigiéndose a mí.

Pongo lo ojos en blanco y me pongo de pie.

—¿Saben qué? Estoy cansada de escucharlos, me voy a mi habitación.

No me contradicen y me dejan irme tranquila a mi habitación.

Me lanzo sobre la cama después de subir todos los escalones y cerrar la puerta con lentitud detrás de mí.

Estos últimos días mi mente no ha tenido otra cosa en qué pensar más que en que todo se terminará yendo por un tubo cuando Carlos se entere de todo. Me rechazará, terminaremos y, sobre todo, jamás me perdonará lo que le he hecho.

No sé qué es peor: haberlo engañado todo este tiempo o haberlo llevado con mi papá para que lo ayudara a encontrar a la persona responsable de todo lo que le sucedió. Para abrirle los ojos y hacerle ver que la única culpable ha sido su novia durante siete meses.

Siete meses...

No pensé que esta mentira se hubiera alargado tanto.

No tengo manera de justificarme, y la verdad es que ya no intentaré hacerlo porque cuando se sepa todo me haré responsable de mis propios actos.

Merezco ir a prisión.

Merezco pagar la condena que dicta la ley.

No merezco su perdón porque le he dado motivos para que no me acepte mis disculpas. No, yo he causado todo este lío en la vida de las personas que más quiero. Esta verdad ya se ha cobrado una vida: la vida de Elena. Era una persona inocente, aunque yo no tengo nada que ver con su asesinato. Yo no soy la cara del acto, sólo soy una pequeña parte de toda esta locura.

Porque lo hicieron por mí, la mataron por ocultar mi mentira.

Los secretos destrozan el alma.

—¿Preciosa? —La voz grave de Juan suena del otro lado de la puerta—. ¿Puedo pasar?

Abre la puerta sin recibir respuesta.

—¿Estás bien?

Los ojos se me llenan de lágrimas cuando niego con la cabeza.

No sé de dónde me ha estado saliendo tanta agua los últimos días, han sido un completo tormento. Mi cuerpo ya no soporta más esto.

—No llores, hermosa —me dice Juan acostándose a mi lado en la cama.

—Estoy desesperada —le digo lanzándome a sus brazos y pegándome a su pecho.

Por suerte hoy Juan no fue a trabajar, así que no trae sus horribles y aburridos trajes elegantes que siempre trae cuando trabaja. Hoy viene con un pantalón de mezclilla azul, una camiseta blanca de polo y unos Converse blancos. El cabello lo tiene despeinado, así que le cae sobre la frente cuando camina. Pero acostado en mi cama tiene el rostro libre

—¿Por lo de Carlos?

Me sorprende que no utilice sus comunes insultos al referirse a Carlos.

Asiento, envuelta en sus brazos bronceados.

—No pasa nada, preciosa. No te dejaré solo.

—Es que no se trata de eso —le digo despegándome de él—. Sino que no puedo más con este secreto. Me está quemando por dentro.

—Te entiendo, preciosa. Todos hemos cargado alguna vez con un secreto encima. Pero siempre llega el día de soltarlo, siempre me han dicho que es mejor soltar aquello que te atormenta que aferrarte a él.

Me quedo mirándolo con sorpresa.

—¿Eres Juan?

Resopla y pone los ojos en blanco mientras se pone de pie y camina hacia la puerta diciendo:

—¿En serio? No sé para qué viene a tratar de ayudarte para que te sientas mejor si vas a salir con eso.

De pronto, sin razón alguna, se me viene a la mente el folder amarillo que tenía Elena en su mandil en el momento de su muerte. Está oculto detrás del espejo que hay junto a la puerta, la esquina sobresale de él y Juan lo ve.

—¿Qué es esto? —Dice tomando la punta y estirándolo.

Me pongo de pie rápidamente y corro hacia él.

—No es nada.

Lo saca por completo y se lo intento quitar de las manos, pero lo alza estirando el brazo hacia arriba y no logro alcanzarlo.

—¡Dámelo! —Le grito.

—Vamos a ver qué hay aquí dentro.

Desenreda el hilo rojo y lo abre, sacando las cosas que hay dentro. Dejo de intentar quitárselas cuando comienza a reírse a carcajadas.

—¿Por esto murió la pobre de tu sirvienta? —Inquiere entre carcajadas.

Frunzo el ceño.

—¿Tú cómo sabes que Elena los tenía?

Me sonríe, pero no es una sonrisa amigable, sino una sonrisa de amargura como si acabara de decir algo que no tenía que decir.

Y entonces mi mente me manda una señal.

—¿Fuiste tú?, ¿tú la mataste?

Sus carcajadas se triplican y resuenan por toda mi habitación.

—No, Fanny. No te equivoques, no fui yo.

—¿Entonces?

—¿En verdad quieres saber quién mató a la pobre de Elena? —Se ha dejado de reír ya, pero comienza a acercarse poco a poco a mí.

Asiento.

Justo cuando abre la boca para proferir la verdad, la puerta de mi habitación se abre de sopetón y aparece mi mamá detrás de ella.

—¿Quién es esa persona, Juan? —Pregunta alzando la voz y cruzándose de brazos. Alza una ceja y entra en mi habitación.

Yo soy culpable [BC#1] (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora