CAPÍTULO 18

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Aquella noche, Thomas no había dormido nada, daba vueltas de un lado a otro y su cuerpo rememoraba su rostro sonriente, la calidez de su mano pequeña debajo de las suyas y las enormes ganas que sentía de abrazarla y protegerla para siempre. Se levantó más temprano que de costumbre, tomó un café negro y salió al entrenamiento con los caballos. A media mañana cuando terminó, notó que Ann lo esperaba junto a los cercos y cerró sus ojos sabiendo que debía hablar con ella, pero antes de que pudiera si quiera saludarla, ella muy eufórica se acercó a él y lo abrazó.

— ¡Amor! Tengo que decirte algo sumamente importante...

—Yo también Ann... ¿Te parece que ...

— ¡Tengo un atraso Thomas! —desbordaba alegría y se acariciaba el vientre, mientras él se había quedado de una pieza, inmutable y sintiendo que un frío helado corría por su cuerpo, congelando todo atisbo de calidez que Julia había producido en él esa noche. — ¿Puedes creerlo amor? No me aguantaba más para contarlo... —Él se había quedado en completo silencio. Hacía seis años que estaban juntos, y en el peor momento que atravesaban venía esta noticia que en lugar de recibirla con la felicidad que siempre había anhelado al pensar en un hijo suyo, sólo pensaba que era la noticia más inoportuna que había recibido en toda su vida. — ¿No vas a decir nada?...

—Sí... disculpa... sería mejor que esperemos a que sea algo seguro...

— ¡Ah, no! Ya se lo dije a Martha y las muchachas... perdón vida, pero es que no podía aguantarme que terminaras de entrenar. —Él supo que Julia ya debía estar enterada, desvió la mirada hasta la casa y deseó estar allí, hablar con ella. — ¿Te das cuenta amor? Un bebecito tuyo y mío. ¿Hay mayor felicidad que eso?

Sus palabras cavaron un hueco en su corazón y aunque trató de concentrarse en esa vida preciosa que tal vez venía en camino, su único pensamiento era si había posibilidades que no fuera de él. Su vida el último mes se había convertido en un caos, un túnel oscuro que lo llevaba a un lugar que no quería, y tampoco podía ver una salida. Había pensado que su vida era una maraña de mentiras, tristezas, desencuentros y que todo estaba fuera de lugar, y no entendía cómo podía la vida empeñarse en mantenerlo así, infeliz. Había terminado haciendo a Ann lo que tanto temía que ella le hiciera, con su corazón y su pensamiento había sido infiel porque había dejado que otra mujer anidara en su mente, en su corazón y que arrasara con todo lo que había considerado importante, y ahora que al fin había decidido hacer las cosas según pensaba era lo correcto, se encontró con esta sorpresa inesperada. Tenía el deseo de huir y aclarar su mente pero Ann saltaba a su lado esperando de él algo que sentía imposible de darle, alegría, amor, felicidad... De cada uno se sentía el más carente.

Caminaron hacia la casa y ella lo abrazaba por la cintura ilusionada, mientras él se sentía el peor hombre del mundo. Entraron y Julia pasaba hacia el estudio, saludó con un buenos días de lo más normal, pero él se puso tenso y necesitaba apartarse solo y pensar bien qué haría, qué sentía y qué era lo correcto.

Ella cerró la puerta del estudio apoyando su cuerpo contra la puerta. No entendía como esa noticia la había afectado tanto. Esa noche no había pegado un ojo y su boca no había dejado de sonreír al rememorar el toque de sus manos en la suya, o su mirada intensa, aquellas palabras que habían significado tanto. No sabía cómo actuar ahora, el tenerlo cerca y sentir que su corazón volvía agitarse con su mirada, con su presencia la alertaba de que algo se estaba saliendo de su control y un bebé significaba que había algo muy grande que lapidaba cualquier sentimiento que pudiera sentir hacia él, por tanto decidió mantenerse lo más lejos posible de sus ojos. Tal vez había malinterpretado unas disculpas y un contacto que tal vez para él era normal.

Thomas por su parte, dejo a Ann y buscó a su caballo, salió de allí rumbo a la arboleda donde pudiera tener un momento de intimidad con su corazón y sus pensamientos que continuamente se contradecían mutuamente. Se bajó al llegar al lugar y caminó hasta el claro en medio de los arces y abedules, se recostó en la hierba con la espalda sobre el tronco de uno y cerró los ojos para que el rayo de luz que se colaba entre las ramas cayera sobre ellos y lo llenara con su tibieza.

Miró sus manos, recordó el calor de la que había acariciado, pensó en sus ojos y esa sonrisa que creía capaz de alegrar cada rincón de su alma. Mordió su labio, definitivamente ella le había dado vuelta la vida, no entendía cómo ni cuándo se había clavado allí, pero la sentía presente en cada momento del día, desde el alba hasta que se ponía el sol. Su sonrisa cambiaba su humor, sus embrollos y esa sensación constante de que algo faltaba. Ann había compartido con él tanto tiempo que parecía una eternidad, ni siquiera podía recordar en qué momento ni cómo se había enamorado de ella, pero la realidad de un hijo se imponía ante todo. Pensó en esa fotografía, en la posibilidad de que no fuera suyo, y a la vez en la posibilidad de que sí lo fuera, que era lo más probable. Recogió sus rodillas y las abrazó, quería tomar la decisión correcta, hablar con Ann de unos sentimientos por Julia que ni él tenía claros y ese hijo que sería lo más importante en su vida, no parecía lo más sensato.

Cerró los ojos y buscó a Dios, sabía que podía escucharlo y aunque no lo pusiera delante de él como debería, deseaba su ayuda más que cualquier otra cosa. Luego de ese instante de intimidad y sinceridad, decidió mantenerse alejado de Julia todo lo que pudiera, aclarar lo que sucedía con Ann y ese bebé y dejar que eso que sentía en su corazón se calmara un poco.  

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