CAPÍTULO 28

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Martha tomó la nota con la ceja levantada, la abrió y se detuvo en cada una de sus palabras.

Querida Martha, hubiera querido despedirme como tú mereces, pero sé que me hubieras convencido de no hacerlo y no es mi voluntad quedarme por más tiempo.

Gracias por todo lo que has hecho, gracias por tu cariño, por tus cuidados, por todo el amor que me has dado. Sé que permanecí es esa casa por ti y por tu intervención y es algo que nunca olvidaré. Despídeme de todos y que la vida nos vuelva a encontrar. En mí siempre tendrás una amiga, nunca lo olvides.

Por mí no te preocupes que he podido juntar un poco de dinero y voy a estar muy bien.

Julia

Martha llevó su mano a su boca y corrió a su habitación para constatar que estaba vacía. Fue hasta los corrales donde Thomas entrenaba y le movió las manos desesperada porque se acercara. Cuando los otros empleados llamaron su atención, miró hacia la casa con el ceño fruncido por saber qué podía haber sucedido, se apresuró hasta el cerco y Martha le contó de la nota, de la habitación vacía, y no alcanzó a decir nada más, porque Thomas de un salto pasó el cerco y corrió a la casa, entró a su habitación agitado por la corrida y revisó el guardarropa, buscó su maleta, miró en el tocador, buscando en vano, porque sabía que no estaba, lo sentía en su corazón y sintió que constatarlo con sus propios ojos era la manera de aquietar todo lo que sentía, una mezcla de dolor, preocupación, pérdida y vacío que lo inundaba. Llevó sus manos a su cara apretándola y recorriendo su cabello desesperado, sin saber dónde ir, cómo buscarla, cómo traerla. Era imposible en ese momento pensar, sólo quería abrazarla. Salió de allí desesperado en busca de la nota. Cuando la leyó una punzada se clavó en su mente y en su corazón. No había dejado ni una línea para él, no había dejado ni una despedida, nada. Deseó matarla por hacerle eso, por dejarlo solo con todo lo que sentía. ¿Cómo podía abandonarlo después de mostrarle lo feliz que podía ser a su lado? Lamentó no haberle dicho todo lo que sentía la noche anterior y lamentó cada una de sus palabras, por no darse cuenta que todo su agradecimiento había sido eso, una despedida.

Se quedó confuso, sin saber qué hacer, qué decir. Martha lo observaba desde la puerta y entendió sus dudas, sus pensamientos confundidos y entendió lo que necesitaba.

—Thom, has lo que sientes por una vez en tu vida. No pienses tanto. Ve a buscarla. —él la miró agradeciendo cada una de las palabras que le había dicho.

—No sé por dónde comenzar...

—De seguro no ha ido lejos. El señor Marc la trajo a la hacienda desde su casa, él puede indicarte.

Thomas corrió, buscó las llaves del coche y al señor Marc para que le diera las indicaciones.

No tardó en llegar a la casa, pero todo se veía cerrado, abandonado de alguna manera y parecía que nadie había pasado por allí. Sintió su corazón desesperado y no supo que más hacer. Se sentó en la entrada de la casa con la cabeza entre sus manos. Pasó largo tiempo allí, sentado mirando la nada, pensando en cómo había dejado pasar el momento de abrazarla, de besarla de decirle tantas cosas que sentía... siempre pensando en lo que los demás querían, y no dándose cuenta de lo que él mismo pedía a gritos. Una voz amable lo sacó de sus pensamientos.

—¿Señor? —él levantó la mirada para encontrarse con una anciana apoyada en un bastón. —No hay nadie en esta casa. ¿Busca a Caroline o a Julia?—él frunció el ceño.

—A Julia, pero igualmente ¿tiene idea dónde vive Caroline? —La señora sonrió tiernamente.

—No querido, no tengo idea, pero hace mucho se han ido. —él la miró con tristeza por perder a única idea que se le había cruzado por la mente.

—Gracias... —murmuró y volvió a esconderse entre las piernas. La señora asintió sonriendo y siguió su camino, unos pasos más adelante se volvió.

—¿Señor? —Thomas levantó la mirada. —Puedes preguntarle al Señor Walt. Él es el dueño de la casa, y seguro debe tener alguna dirección, pues están pagando la renta. —Thomas se puso de pie de un salto y besó la mano de la mujer que lo miraba sorprendida.

—Muchas gracias. ¿Sabe dónde puedo encontrarlo? —La anciana sonrió y elevó su mano con el dedo extendido hacia una casa más lejana.

—Las muchachas son excelentes vecinas, muy conversadoras. —Thomas sonrió por aquellas palabras y volvió agradecer mientras cruzó la calle y se acercó a la casa señalada.

Llamó a la puerta dos veces hasta que alguien se acercó y abrió. Se presentó y al nombrar su apellido, el señor Walt se apuró a permitirle el paso y ayudarle en todo lo que pudiera. Thomas solicitó cualquier dato que tuviera sobre las muchachas, pero él frunciendo los labios movió la cabeza en negativa.

—Lo lamento pero desde hace un tiempo recibo las transferencias del dinero directamente en mi cuenta bancaria y la verdad es que no me han dejado nada dicho.

Thomas sintió una pesada piedra en su corazón porqueno tenía idea por donde comenzar a buscar. Agradeció al señor Walt y seaproximó a la puerta para irse. Se despidió amablemente y se montó en el Mercedes, abatido. Fue hasta el claro del río camino a Village y se detuvo a mirar el banco donde había estado con ella. Estiró las piernas y se sintió más solo que nunca antes. Una lágrima amenazó con salir de sus ojos que para ese momento estaban vidriosos. Apoyó sus antebrazos en sus piernas y cuestionó a Dios el por qué. Supo que Él tendría el motivo, pero se sentía tan cansado de perseguir el viento. Estaba cansado de anhelar cosas que parecían lejanas e inalcanzables, tenía todo y nada. Descargó su frustración en ese lugar, donde solo Dios podía oírlo.     

Perseguir El VientoWhere stories live. Discover now