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El sonido que provocaba el lápiz al golpearse con la mesa era lo único que se escuchaba en la desolada tienda. Eran cerca de las dos de la tarde y el clima estaba bastante caluroso, por lo que la gente prefería quedarse en casa antes de salir de compras.

El rostro de Taehyung demostraba cansancio y aburrimiento, la idea de ser vendedor en la tienda de su tía no era una de las mejores, menos si había sido obligado por su madre como castigo por sus bajas calificaciones.

Al no haber público en la tienda decidió preguntarle a su tía si podía irse a casa a dormir, pero el sonido de la campanilla los interrumpió. La mujer lo miró con sus cejas enarcadas y se alejó dejando a Taehyung atendiendo solo.

Suspiró y posó su vista en el chico que había entrado dirigiéndose inmediatamente al sector de congeladores. Taehyung, un tanto confundido por su reacción, siguió su rastro a través de las cámaras de seguridad que habían en el lugar. Al acercarse a la caja registradora se dispuso a preguntarle algo que hace unos segundos había estado atrapado en la punta de su lengua.

—¿Cómo es que comes toneladas de nuggets y no engordas? —preguntó con el ceño fruncido al pequeño azabache que sostenía tres grandes bolsas de frituras. Él le dio los billetes a medida que movía frenéticamente su pie izquierdo, claramente desesperado por salir de allí, hasta el rubio notó que a veces miraba a su alrededor como si estuvieran siguiéndolo. —¡Oye! no me has respondido —se quejó Taehyung entregándole su vuelto.

El azabache lo miró elevando una de sus cejas y cogió en silencio la bolsa de la tienda con los productos que había comprado.

—¿Te importa? —contestó a la defensiva.

—Bueno, me gusta tener comunicación con las personas que compran en mi tienda —admitió cruzándose de brazos. 

—¿Tu tienda? —soltó una pequeña risita, haciéndolo sentir incómodo. —Si siempre serás así de preguntón, comenzaré a comprar en otro lado.  

—¿Vendrás más seguido? —preguntó interesado.

El pelinegro no lo miró y tomó el vuelto que había dejado Taehyung sobre la mesa.

—¿Me responderás? —repitió con voz inocente.

El chico se alejó agarrando fuertemente las bolsas contra su abdomen, sin molestarse en dirigirle la palabra.

—¡Espero que en otra ocasión me des el secreto! —gritó el rubio pensando que él no lo había escuchado.

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