Capítulo 22

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Narra Margo:

Martes, 01 de junio.

—Muchas gracias, Alicia —le digo a la chica que me acaba de entregar sus apuntes—. Mañana te los entrego.

—Tranquila. Puedes tomarlos hasta cuando los necesites —asegura, sonriendo—. Nos vemos luego, Margo. Cuídate.

—Adiós. Nos vemos.

Alicia me ofreció los apuntes que tomó en el día de ayer para que esté al día con las clases. Esta mañana, apenas llegué, ella se acercó a mí para darme sus condolencias por la muerte de Bárbara y para ofrecerme los apuntes. Agradezco que me quiera ayudar, pero se me hace incomodo recibir el pésame de las personas. Sé que ella lo ofreció para que, con ello, sentirse tranquila y transmitir compasión conmigo.

Durante la mañana muchos de los estudiantes, incluyendo profesores, me han observado con pena. Ayer no vine por el velorio de Bárbara, pero por supuesto que al regresar a la escuela iba a suceder esto; las personas andarían mirándome con lastima, iban a murmurar y realizar comentarios con compasión. Es lo normal cuando se te muere un ser querido, y mucho más cuando el fallecido fue asesinado.

Me siento en una banca del patio para comenzar a tomar los apuntes. Elegí un puesto que está debajo de un árbol. En el lugar hay sombra y está limpio para sentarme y colocar mis cosas sobre la mesa de concreto. Saco mis cuadernos y cartuchera para empezar. Tengo que estar al día con Biología, Matemáticas e Inglés. A pesar que son tres materias, hay mucho que copiar.

Estoy sentada sola, con sombra y tomando apuntes. A cada momento, cuando pasan personas, siento las miradas de pena de los demás. Toda esta situación me hace sentir incomoda. Entiendo que la muerte de una persona puede conmoverlos, pero otra cosa es que tenga la mirada puesta en uno y no puedan contenerse para no ser imprudentes. Cada momento escucho comentarios en susurros como: «su mejor amiga fue asesinada», «se ve que la está pasando mal», «se la está pasando muy bien, porque no llora», y el peor comentario es «su amiga se merecía esa trágica muerte». Me estoy agotando, porque no soporto que me miren con lastima y, mucho menos, que digan que Bárbara se merecía su muerte. No sé qué odio le tenían a la chica, pero me parece injusto que piensen que era digna de recibir una muerte así. Las personas pueden ser crueles, de manera consciente o inconsciente, porque nadie se lo merece y mucho menos una persona que en vida era buena y maravillosa.

En un momento, mientras anotaba el sistema nervioso de un sapo en mi cuaderno, pasa un grupo de personas cerca de donde estoy. Hay como diez individuos, entre chicos y chicas, incluyendo a Ámbar. Todos, menos ella, se detienen para darme la misma mirada que los demás; llena de lástima e interrogantes por la muerte.

—Nuestro sentido pésame, Margo —dice una chica del grupo. Se acerca a mí y me da un abrazo sin esperar a que esté dispuesta a recibirlo.

—Gracias —murmullo a su oído, mientras sigue dándome el abrazo. Ella se despega y me sonríe sin ganas para irse con sus amigos.

Por su parte, a Ámbar no se le ve ningún gesto de empatía. Ella me observa con la mirada de perra que le gusta llevar; aunque en la misma incluye culpa y arrepentimiento. Con los demás no sentí lo mismo que con Ámbar, ella me ha dado una mirada que incluye tres emociones que no tienen congruencia una de la otra; la tristeza, el miedo y la soberbia. No sé qué sucede con ella, pero algo me dice que no está del todo bien.

Me quedo un largo tiempo sin recibir miradas de compasión y, de esa forma, se me hace más fácil copiar los apuntes. Ya he terminado con Biología y sigo con Matemáticas. Tengo tiempo suficiente, antes del almuerzo, para finalizar dos materias.

Al cuarto de hora, luego de comenzar con matemáticas, llega Gustavo. El chico se aproxima con apuro y se sienta en mi frente sin decir nada aún. Saca de su mochila un envase con agua para tomar. Cuando finaliza, lo cierra y lo guarda donde mismo.

Fuego entre mis venasWhere stories live. Discover now