Capítulo XIV: Nuestro Eden

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Tomar la cena juntos, hacer una rutina nocturna para ir a la cama me pareció lo más dulce y completo. Bruce era su huésped pero a él lo menos que le importaba ahora era lo que ocurría a su alrededor, nos había pedido que lo dejáramos asimilar las cosas y aceptamos, todos necesitábamos ese momento con nosotros cuando nos ocurría algo malo. Así que nos dispusimos a ser solo nosotros dos.

En la cama me pidió que estuviera junto a ella, no era la primera vez que ocurría, aunque la habitación ya no estaba como antes aún la cama me abrazaba como si me recordara.

Deslizó su dedo por mi rostro mientras me veía a detalle, amaba cuando hacía eso, era como grabarse cada detalle para cuando no estuviéramos juntos.

-Jamás había visto que tenías tantos pequeños lunares, casi formando pecas- se concentró en el tabique de mi nariz

-Podríamos pasar la noche buscando cosas que no conocemos el uno del otro, nos tomaría la vida entera.

Asintió y dejó su mano en mi mejilla acariciando la punta de mi nariz con la yema de los dedos.

-¿Cómo fue?- preguntó sobre el silencio entre nosotros- El estar afuera después de esto.

-El infierno era tentador a comparación. Pensar en todo ello es aún vacío, nunca lo volvería a echar por la borda.

-No podemos asegurar que no seguiremos cometiendo errores.

-Es lo que hace maravilloso todo, sabes que jamás me iría si no me lo pides.

-Después de lo que ocurrió no quería aceptar las cosas, tenía miedo de no saber sobrellevarlo, aún lo tengo pero la idea de estar sin ti es aún peor- sonrió al escuchar lo que había dicho- eres de esos amores que no se van nunca al pasar los años, de esos que casi no ocurren. No sé cómo pensé que solo podría dejar de amarte, llegue a odiar lo que quemaba en mi pecho por ti.

Me acerque a su rostro y robe un beso de sus labios al notar como se incomodaba por sus propios sentimientos.

Lentamente el beso comenzó a intensificarse, sus manos me tomaban entrelazando sus dedos en mi corto cabello y mis manos en sus mejillas. Nuestras piernas acercaban nuestros cuerpos enredándose y tomándose para no soltarse. Ambos sentíamos lo mismo, aunque siempre había uno que amaba más que el otro podía estar seguro que el miedo era el mismo, estar sin el otro, sobrevivimos separados tal vez no con la misma chispa pero lo haríamos. Aún sabiendo todo preferíamos estar juntos.

Sus labios llegaron a mi cuello después de pasarse por mi mentón, un suspiro placentero me salió de los labios tras sentirla así; no era por el hecho de que tocara mis lugares sensibles, era el simple placer que me ocasiona el ella estar ahí conmigo; podría ser en cualquier sitio y solo abrazarme esa simple sensación me movía más que cualquier otra acción que mi cuerpo aceptara.

-Te amo- me dijo entre besos mientras inhalaba el aroma que desbordaban mis poros en ese momento.

La envolví en mis brazos y acunó su cabeza en mi pecho. Este momento, esto era de nosotros, nada más íntimo que el estar juntos en cualquier parte del mundo, compartiendo nuestros sentimientos y siendo quienes somos sin miedo, estos momentos eran como nuestro Edén, el lugar nunca fue lo importante y tuve que perderla para comprenderlo.

Estaba intoxicado de sentimientos que solo ella sabía provocar de una manera agradable.

Por la mañana despertamos abrazados como había soñado tantas veces en esa habitación de hotel. Su cabello se iluminaba por los rayos del sol, mechones caían por su rostro haciéndola parecer hermosa a pesar de la hinchazón matutina que posiblemente también estaba en mi rostro.

Bese la punta de su nariz y salí de la cama para comenzar el día.

Desde la sala de estar pude verla salir de la habitación, con el cabello revuelto y una chispa, la chispa siempre había sido de ella, brillaba como las estrellas en las noches más oscuras pero esta era diferente, no era ni más tenue o más brillante era de simple amor y sabía que me pertenecía; así como mis letras a ella.

Me dedicó una sonrisa mientras caminaba para tumbarse junto a mi en el sofá y dejarme un beso fugaz en los labios, la envolví por los hombros y la acerque a mí para darle un par de besos en el costado de su rostro.

-Estar contigo es como entrar a una pintura griega.

Sonreí ante ello y solo pedía internamente que no tuviera que marcharse hoy, que pudiéramos pausa a este momento aunque sabía que tendríamos más.

El móvil de Sofía comenzó a sonar desde la habitación, corrió a él a paso ligero casi dando brincos hasta él. Volvió con un mal gesto.

-¿Que ocurre?

Me indico que esperara, aún tenía el teléfono en el oído y asentía repetidas veces.

-Monica me espera fuera de la repostería, Sam no está muy feliz- dicho esto corrió de nuevo a la habitación.

Fui a su habitación y toque la puerta me indico que pasara, la veía rebuscar ropa en el armario mientras murmuraba cosas molesta para sí misma.

-Es un deleite verte histérica por romper un poco tu responsabilidad.

Una sonrisa escapó de sus labios mientras tomaba la ropa esparcida en la cama.

-Me gustaría encontrarle lo divertido, pero tengo trabajo y terminar de arreglarme. Te veo en media hora o te descontare de tu paga.

-Lo que diga jefa.

Salió de la habitación y yo me di un tiempo de ir al departamento para tomar una ducha y cambiar mi ropa.

Sam no me recibió con el mismo entusiasmo, apenas y parecía ponerme atención; había dejado claro que no le gustaba la idea de que estuviéramos juntos pero ese no era el hermano que solía ser.

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