Capítulo 28. | Felonía.

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Zara Di Ángelo.

— ¡Bájame, joder! — Volví a gritar después de alejarnos del despacho.

Trece hizo oídos sordos, siguió caminando en dirección al cuarto para encerrarme.

— ¿Es que eres su perrito faldero ahora? — Me removí aún más en su hombro.

Su agarre se apretó.

Cuando divisé la puerta del cuarto solo pude resignarme. Pero, para mi sorpresa, Trece pasó de largo la puerta de la habitación. ¿Dónde me llevaba?

— ¿Dónde vamos? — Interrogué.

— ¿No te han dicho nunca que hablas demasiado? — Habló por primera vez en todo el recorrido. — Cállate.

— ¡Oye! — Me quejé ofendida.

Atravesamos una puerta que reconocí al instante, por aquí habían bajado aquel hombre a rastras, el mismo día que me secuestraron. Bajamos unas escaleras y conforme íbamos avanzando el pasillo se hacía cada vez más oscuro y estrecho. Las paredes estaban descascarilladas y olía ligeramente a moho. Ese lugar transmitía de todo menos algo bueno.

Trece se detuvo en una puerta de metal, la cuál solo tenía una ventanita con dos barrotes. Típica puerta carcelaria. ¿Es que me iba a encerrar aquí? Mi cuerpo se tensó en respuesta, no quería volver a estar encerrada.

— Preferiría que me encerraran en la habitación. — Sugerí disimulando mi terror.

— ¿Encerrar? — Repitió sin entender. — Me ofendes si piensas que voy a hacerle caso a ese gilipollas.

Me bajó de un rápido movimiento, el cuál provocó que me marease levemente. Tuve que apoyarme en la pared para no caer.

— Quiero ver hasta dónde puedes llegar. — Volvió a hablar. — Es importante si vamos a trabajar juntos.

Fruncí el ceño.

— ¿De qué? — Inquirí con cierta duda. No entendía a qué se refería, pero, tenía un mal presentimiento. — Aún no acepté trabajar contigo. — recordé.

Una sonrisa desdeñosa apareció en su rostro.

— Lo harás. Solo tienes una opción.

Tras decir aquello abrió la puerta y lo que vi a continuación me hizo dar un paso atrás. Había un hombre colgado de sus muñecas, con la cabeza gacha, éste estaba sucio y herido.

— ¿Quién es? — Pregunté desviando la mirada. — ¿Me has traído para que viese una de tus torturas?

Trece entró a la sala, hizo un ademán para que le siguiese pero, mi cuerpo estaba petrificado.

— Es un topo, pertenece a la organización que te secuestró. — Aclaró. — Él fue quién dio el aviso de que habías llegado.

Mi rostro se contrajo en una mueca de sorpresa. Las palabras fueron lo suficientemente motivadoras como para que mi cuerpo se moviese dentro de la sala. El hombre ni se inmutó al oír nuestra llegada, dudé por unos segundos si estaba vivo de verdad. Hasta que Trece le dio un puñetazo en el estómago. Tosió fuertemente y alzó la cabeza, al verme abrió demasiado los ojos. Estaba claro que me creía muerta, motivo suficiente para sacar mi rabia.

— Sabía yo que te iba a alegrar demasiado verla. — Sonrió Trece. — ¿Algo que decir?

— Lo... Lo siento... De verdad. — Gimió.

En otra ocasión hubiese aceptado las disculpas, en otra ocasión hubiese sentido lástima por ese hombre y lo hubiese soltado. En otra ocasión hubiese pensado en los demás. ¿Acaso sintieron algo de eso cuando era yo la que estaba amarrada con unas cuerdas? ¿Acaso lo sintieron cuando estaba revolviéndome en el suelo intentando que no me violasen?

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