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Como lo predije, el insomnio me ganó luego de ese día. Me quedaba despierta hasta altas horas de la madrugada y cuando al fin conciliaba sueño era para tener pesadillas sobre Gary Dalton. Dos o tres horas después iba a la escuela. Hacía lo posible para que no se notara cuando estaba allí, pero por la falta de sueño comencé a actuar en modo automático.

Ni siquiera tenía la energía de devolverle el descaro a Ana Cavendish cuando le tocó conmigo en clase de Cálculo. Las primeras dos clases hizo un esfuerzo por conversar, por más tonto que el tema fuera, pero yo simplemente la ignoraba. Luego se limitó solo a saludarme y ayudarme cuando se daba cuenta de que no tenía una buena relación con los números.

Tay y Kurt parecían darse cuenta de que no era yo misma, pero no decían nada. Las primeras dos semanas de clase transcurrieron en un transe y no era consciente de nada más que de mis pensamientos masoquistas. Ni siquiera tenía ganas de dibujar o jugar con Ned o intentar interactuar con Elizabeth y Paul.

Comenzando octubre, tuve una epifanía. Bueno, en realidad fue como un huequito de cielo azul y despejado en medio de una tormenta; un sueño. Literalmente. Estaba haciendo la tarea de alguna materia, pero no podía prestarle atención porque moría de sueño. Decidí que aprovecharía dormir en ese momento, pues el insomnio volvería en la noche y ya había acumulado demasiadas horas sin dormir.

Entonces mi madre adoptiva volvió a aparecer en mi cabeza.

Salté en el lugar cuando escuché que la puerta de casa sonó con fuerza y me abracé un poco más fuerte. No me gustaba mi nueva habitación abajo de la cocina: era fría, sucia y olía muy feo. Papá... Digo, Gary (me dijo que él no era mi papá, que no le dijera así). Él me dijo que ahora dormiría en el colchón que estaba en una esquina y de mi cuarto viejo me dejó tomar mi cobija de margaritas. Nada más.

Pero quería mi pijama y la muñeca que me habían dado para mi cumpleaños. Así que ignoré su advertencia y subí corriendo las dos escaleras hasta mi habitación. Pero la muñeca no estaba, ni esa ni ninguno de mis juguetes. La cama y los muebles estaban vacíos.

Escuché que el nuevo bebé estaba llorando. Papá, digo, Gary, me dijo que no era mi hermanito. No entendía, porque si mi mamá era su mamá, entonces ¿eso no lo hacía mi hermano? No, papá dijo que no. Gary. No papá, Gary.

Caminé hacia la habitación en la que ellos dormían y vi que mamá estaba sentada en una silla con el bebé en brazos, viendo por la ventana como si en realidad no estuviera mirando nada. El bebé movía su cabeza y gimoteaba con la boca abierta.

—¿Mami? —llamé.

Ella se giró como sobresaltada y me miró con los ojos bien abiertos.

—Aspen —susurró.

Miró al bebé sorprendida y lo ayudó a prenderse a su pecho. Luego se levantó y se acercó a mí a paso apresurado. Con su brazo libre, me tomó por el codo y me guió hacia mi nueva habitación.

Cerró la puerta y nos sentó sobre el colchón.

Acomodó al bebé y ahuecó mi mejilla.

—Nada será igual de ahora en más, Aspen. No debes desobedecer a Gary. Prométeme que no lo harás, por favor. Hazme esa promesa.

Sentí que mi labio inferior se curvó. No, no lloraría. Era fuerte.

—¿Por qué?

—Porque... —tragó con fuerza—. Porque ahora las cosas son así. Gary está enojado conmigo y contigo, y la única manera de que todo sea normal es hacerle caso, ¿sí? Así que sé una niña buena y quédate aquí. Prometo venir a visitarte todo el tiempo.

Pétalos caídos (P#1)Where stories live. Discover now