Untitled Part 3

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La casa

No podría decir cómo llegué a ella, ni si era un desvarío de mi mente o si simplemente me lo imaginaba o lo soñaba, sólo sé que de alguna manera había llegado a su casa y la vi llorando sobre el sofá. Su soledad se asemejaba a la mía. Parecía estar refugiándose en ella como yo. La curiosidad, nuevamente la curiosidad, me hizo permanecer cerca y espiarla. Entonces sentí una atracción pía y pensé que nuestro karma era el mismo. Por varios días me mantuve por los alrededores de la casa, observando la rutina diaria dentro del hogar. Ella tenía una hija. Pero su mayor atracción era ver su cuerpo al desnudarse. Me subyugó completamente. Lo fisgué en todas sus poses y organicidad. También descubrí con ella la pureza del amor. Disfruté de cuanta ternura y amor le prodigaba a la niña. Cuánto amor e interdependencia existía entre ambas. Pero en aquella paz subyacía un inexplicable dolor. La mujer se deshacía en llanto por los rincones de la casa y yo impotente no podía imaginar cuál era el motivo de tanta angustia. De vez en cuando entraban a la casa visitantes, algunos eran verdaderamente molestos, otros eran demasiado charlatanes. Convencido de que necesitaba ayuda permanecí cerca, claro desde una distancia prudencial, ya que el problema no era mío, lo mío era una simple curiosidad. Los sustos fueron muchos, al parecer ella estaba muy sensible y con poco sosiego, como si estuviera en alerta, en cuanto a mí no tenía de qué preocuparse. Pero eso ella no lo sabía. La casa era lo suficientemente grande como para no dejarme ver. Cuartos de veinticinco metros cuadrados, baños de dieciséis. Varias salas y una de ellas de casi 60 metros cuadrado, existían, además, saletas, hall, patios, chiquito y grande, varios garajes, cuartos de servidumbre un gran terreno rodeando la casa, así que, con un buen sentido de la ubicación, gran movilidad y resistencia, existía pocas posibilidades de ser sorprendido. Creo que a este gran espacio habitable es a lo que se le llama mansión. Además, la vivienda estaba enclavada en un barrio donde no existía hacinamiento de casas. Allí todo era distante. El vecino más cercano estaba a más de treinta metros y para mayor seguridad existía un alto muro perimetral que dificultaba mirar hacia dentro de la propiedad y descubrirme.

En cierto momento me aburrí. Cualquiera en un momento determinado se cansa de algo. Intenté alejarme, fundamentalmente debido a mi egoísmo, pero inexplicablemente no pude. Me mantuve a pesar de mi fatiga visual merodeando. En los últimos tiempos no había tenido el tacto de buscar mejores lugares para recrear mi vista, si hubiera sido un voyerista, fuera un goce supremo disfrutar de la mujer de la casona, ¡qué mujer!, lástima del lloriqueo constante, ¡ni que el mundo se fuera acabar! Para ese momento ya había perdido el sosiego y la paz, lo que apreciaba y sobrevaloraba sobre las demás cosas. Pudiéramos decir que había sido la razón de mí existir hasta tener mis tres primeros y tristes encuentros. Me preguntaba cómo me había dejado embaucar. Si yo parecía estar predestinado por la providencia a vivir sin emociones ni conflictos existenciales. No es por justificarme, pero, además de mi aparente eterna afición a la tranquilidad, ahora estaba disfrutando el arte de mirar y mirar no siempre constituye una parafilia. Mirar puede ser encontrar, y yo necesitaba encontrar un camino en este mundo donde en estos momentos me sentía perdido. Hasta ahora solo tenía tres vivencias nítidas. La primera: la sala donde estaban el Juez, el policía, el fiscal, el jurado y el reo. Al parecer entrar a un Tribunal y no estar entre las categorías antes mencionadas es como no existir. Sólo el negro al que pretendían fusilar notó mi presencia. Era la personificación de la muerte, la tenía reflejada en la cara. Después pasé de manera inoportuna por aquel rancho donde el Diablo dio diez gritos y alguien estaba por expirar. La mirada y el delirio del moribundo fue impactante, daba la impresión de intentar pasarle la muerte a quien se le pusiera en frente. ¡Cómo si tal cosa fuera posible! Es que nosotros los humanos hasta muriéndonos tratamos de joder al prójimo con tal de salvarnos. Enseguida me fui. Y por último, estaba el encuentro fortuito con la hermosa mujer, afligida madre que ahogaba su llanto frente a la hija. Detrás de ese llanto, estaba convencido de que existía el dolor de una pérdida. Y yo no quería participar en tamaña desdicha.

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⏰ Poslední aktualizace: Dec 31, 2018 ⏰

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