Cuento I: Despertando

9 0 0
                                    


Después del golpe, sabrá usted, me recomendaron permanecer en cama por unas dos semanas. El accidente ocurrió en casa y por suerte, a inicios de la semana de vacaciones que sigue al fin de bimestre. El colegio, siendo honesto, me parece una pérdida de tiempo. Yo para qué quiero saber sobre el uso correcto de la ñ o la doble l. Tan pronto salga me meteré a full a ingeniería de sistemas o algo que me de mucha plata. Pero no creo que lo hago por el dinero, doctor. No, soy más complejo que eso. El dinero lo quiero porque soy consciente que el ser humano tiene necesidades y en el entorno capitalista en el que vivimos, lo necesitamos sí o sí para sobrevivir. Qué vuelva al tema, ok. Al enterarse mis padres que me perfilaba como ganador del primer puesto del año escolar, me quisieron premiar. Podría haber sido una bicicleta o una PS4, quizás, pero se decidieron a un conejo. Una mascota que orina, come y defeca sin parar. Cuando me dieron una caja agujereada que se sacudía pensé lo peor. Un áspid, como la de Cleopatra, sabrá usted, que me fulminase. O un monstruo sacado del baúl del profesor Lupin, quizás. Entendió esa, no, bueno. El conejo se asustó al ver el sol artificial sobre nuestras cabezas y me quedó mirando, tieso. Es un animal estúpido, le aseguro. Qué, está bien, continúo.

El colegio me regresa a casa demolido, agotado. Tanta ceremonia para soltarnos al mundo, no le parece. Recuerdo que la última clase antes de vacaciones era de Anatomía. Nos decían, con un claro guiño, que nuestros cuerpos empezaban a mutar con el paso de los años. Mire usted, quizás piense que intento ocultar mi culpa y no tirarle de un porrazo el problema por el cual me traen, pero me dicen que es mejor que empiece desde más atrás. Hablaba la profesora de penes y vaginas y créame que me costó aguantar la risa. Pero nadie más se reía, estaba solo. Y creer que el año anterior, cuando recién pasamos a secundaria, al final del año nos dieron una pizca del mismo tema y parecería el aula uno de esos barcitos donde graban stand-ups.

Al llegar a casa temprano, almorcé viendo la tele. Había un programa bonísimo de la Segunda Guerra Mundial y me quedé enganchado. Los paracaidistas alemanes descendiendo en Escandinavia, las SS marchando en sincronía, increíble. Pero me desagradaron las partes del Holocausto y los rezagos de esa crueldad y de los campamentos de las Juventudes Hitlerianas. El conejo, en su recientemente comprada enorme jaula, saltaba de un lado a otro. Parecía poseído por algún demonio. Lo vi y la luz filtrada de alguna ventana cercana le enrojecía las pupilas. Pero acercándome un poco sus ojitos volvieron al color azul de siempre. Me vio y se irguió como un simio aburrido, expectante con las dos patas delanteras retraídas como tiranosaurio. Su naricita inquieta me invitaba a sacarlo y accedí al recordar que no tenía nada más que hacer en ese momento. Salió, defecó unas tres bolitas seguidas y se puso a corretear alrededor de mis pies, como un perro en cacería. Le rasqué el lomo y hacía como que corría detrás de él. O ella, no lo sé. El punto es que jugamos un rato y el conejo o coneja no parecía agotarse. Lo guardé, cargándole de la barriguita. Al sacarlo horas después se me ocurrió rascarle entre ambas orejitas. Dio un salto alto y salió disparado hacia una esquina. Me acerqué y me puse de cuclillas. Esperé que me prestase atención y me puse a saltar como creía que salta una rana. El conejo me vio hacerlo un par de veces y empezó a pegar saltos. Saltamos un rato, aumentando cada vez más la altura. Olvidándome que estoy creciendo y que las puertas tienen marcos, pegué un enorme salto contra el filo del marco. Caí de poto, digo, trasero, y tuvimos la suerte de "quel" conejo no se acercase al caer, lo hubiera aplastado. Estuve inconsciente unos minutos y luego llegaron mis padres, me llevaron de Emergencia, usted ya sabe el resto de la historia. Gracias, me lo dicen seguido pero no está de más. Bueno, sigo.

Con orden de permanecer en cama, mamá me prepara mis dos primeras comidas en un tupper que caliento en el microondas. Esperando que me levantase y recuperase, papá dejaba libre al conejo en la casa y este aprovechaba para hacer turismo entre los muebles y escabullirse bajo las camas, como lo vi pasear al caminar en dirección del baño. Días después de regresar a casa, me empezó a dar una fiebre tremendamente caliente. Me ardían las axilas y sentía mi respiración aumentar de velocidad cada exhalada. En un momento, sin poder ni querer negarme, me dormí. Ahí empieza lo curioso. Se me aparecía una chica, rubia, guapísima, sacada de revista Hustler, diría usted. Me ofreció darme un masaje y se sentía tan real. Habré estado disfrutándolo por horas, a mi parecer y en un momento incalculable, empezó a deslizar su mano hacia mi entrepierna. El calor que emanaba de mí se volvía justificable y las manos de la despampanante chica empezaban a hacer magia. La escena se empezó a asemejar a una escena sacada de una buena porno, disculpe por la referencia. La chica abandonó el tacto y me ofreció una felación. Yo, incapaz de negarme, acepté. Pero me dieron ganas de orinar, así que le dije que me esperase un ratito, que me iba a despertar, porque era obvio que esto era parte de un sueño, iba a orinar, bajar la palanca, lavarme las manos y regresar. Ella, al parecer halagada por decirle que era digna de un sueño, aceptó. Y así fue, o así lo sentí. Oriné, una larga dorada mientas miraba a los costados, al lavatorio, hacia la ducha y contaba los jabones desperdigados en el lavatorio y en jaboneras. Se sentía tan real, se lo juró, pero noté que mi entrepierna se entibiaba y me di cuenta que estaba aún en un sueño. Cómo cambie de escena tan rápidamente, no lo sé. Hice un esfuerzo sobrehumano y desperté. O eso creía. Estaba sobre mi cama y con la entrepierna húmeda pero caliente. Pensé en cambiarme pero me empecé a arrepentir por no haber aguantado la orina y dejado que aquella tremenda rubia estuviese ocupada un rato. Disculpe la franqueza, pero quisiera que comprenda la historia desde mis zapatos, gracias. Las sabanas se habían empapado y posiblemente también el colchón. No había nada más que hacer, a mi parecer así que lo mejor era regresar a los sueños y perseguir a esa rubia. Ya habría tiempo luego. Del otro lado, vi mi cuarto de nuevo. Todo estaba intacto, tal y como antes de cerrar los ojos, sin esfuerzo ni concentración. La mujer apareció de nuevo por el umbral y de un salto subía a la cama. Se desprendió de toda prenda que tuviese y se puso a juguetear con mi pie. Sus dedos, casi húmedos, me hacían cosquillas. La escena que sigue se asemeja, sinceramente, a una porno. Tomé la iniciativa y recuerdo varios episodios muy explícitos. Luego oí que el cerrojo de la puerta se resistía a una llave y luego que la puerta no lubricada con aceite se abría. Mierda, papá o mamá habían llegado y como podría explicar que me estaba tirando a una super-mujer ahí, en plena cama, algo húmeda y en pelotas. Me puse a pensar un instante. Cómo estaba con aquella rubia ahí, en interrumpida faena, empapado parcialmente con orina. Cómo podría excusar esta escena. Pero sobre todo, acaso a la chica no le importaba estar cerca a la orina. Cierto, no había dicho nada al respecto. Acaso era ciega de olfato. O sea, careciente de este o algo así. Mamá se asomó por la puerta y pegó un agudo y largo grito. Regresó con una escoba y en medio de gritos nos empezó a pegar a ambos. Uno de estos furiosos golpes me cayó en la cabeza y me quedé seco. Desperté ya acá, doctor, vendado y con mudas limpias. Y me dicen que me cogí a un conejo. Espero que haya sacado algo de acá.

Lima, 11 de enero de 2019. 6:12 p.m.

CuentosWhere stories live. Discover now