Sin Tequila ni mujer

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-Oye, ten cuidado cuando vengas acá, mano, me avisaron la víspera al viaje.

Ya para entonces había planeado el mapa de la visita. El primer día llegaría, almorzaría y dormiría en el hotel. Saldría en la noche y con la ayuda de un cicerone que pensaba conseguir in situ pulularía entre barcitos buscando el tequila más fuerte de Estado de México. La mañana siguiente desayunaría en casa de unos amigos de la familia, me adentraría a El Zócalo, un perfecto ejemplo de Altstadt y tomaría un par de fotos entre las mareas humanas que se mueven ahí diariamente. A las doce iría a una exhibición de charrería, una suerte salida de la nada y que coincidía con mi estadía. Ya habían reservado boletos para mí y este gesto me motivó a llevar una pareja de botellas de Pisco en son de gracias. Almorzaríamos en alguna fonda cercana, una especie de restaurante casero que me decían que era medio hotel y luego directo a las góndolas de Xochimilco entre los canales que otrora oxigenaron un imperio muerto. La noche era clausurada en un restaurante donde cantaban corridos a la carta con sombrero y todo. Por un momento me sentí alguien importante, un ministro o alguna celebridad de agenda llena. Pero no, era un viaje salido de una oferta de viaje por dos días gracias a que las aerolíneas necesitaban llenar un asiento para ese día.

El viaje fue indoloro. Dos películas y media sacadas recientemente de cartelera me animaron el viaje y me molestó un poco tener que esperar dos días para saber si Pantera Negra reivindicaría su derecho al trono. Pero dio igual. Salí a Migraciones, un par de sellos y Bienvenido a México. En la pasarela de salida una cara conocida años atrás me esperaba.

-Hola, chavo. Llegaste sano y salvo, por lo que veo.

-Sí, señor Andrés. Sin novedad el viaje. ¿Y la familia, cómo está?

-Aquí pregúntales, mijo. Y noté que su mano estaba unida a otra y jaló a una señora rolliza que me saludó con un beso ambas mejillas.

-Señora Lucía, que bueno verla. Y oteando con los ojos reconocí a u sus dos hijas. Andrea, María, hola.

No recordaba quién era quién, hecho que no importó realmente. La mayor, quien rozaba los 30, me saludó parcamente. La menor, a la que recordaba ser 10 años menor, sonrió por cortesía y fingió interés.

Me preguntaron, turnándose el habla, por mi familia, por los estudios y si recordaba anécdotas juntos. Les dije que iba a cambiar dólares a moneda local y me señalaron con el dedo que estarían en una banca cercana. Volví con la billetera atragantada con diez mil pesos en billetes de quinientos. Los vi tomándose una Coca Cola y al verme me dieron una.

-Gracias, qué bueno tomar algo autóctono, señor Andrés. Y se rieron un rato antes de partir conmigo en un taxi de sitio.

Salí del hotel a las seis, ya descansado, bañado y perfumado. Siguiendo su recomendación, pregunté en recepción por el servicio de taxi de ahí y les di la dirección. Es un poco caro, mijo, pero vale la pena al ser seguro. Salí un rato a la vereda y vi una pareja de gringos pasear. La mujer era rubia y protegía sus ojos con gafas oscuras. Sobre ella estaba la copa ladeada de una palmera, vieja y tambaleante ante el viento que la mecía con capricho. Oiga, joven, suba al coche. Un taxista a la vieja usanza, gorra y traje me miraba desde el asiento del conductor.

El auto salió de la redondela enjardinada del hotel y se internó al tráfico público. Aprovechando el tiempo le pregunté por el clima. Mucho calor, señor. ¿Mande? Sí, llueve de vez en cuando durante la noche. Ante el silencio le pregunté sobre política. Ah, bueno, ya se va el modelo guapo. Yo soy panista, sabe. Si Fox se hubiera quedado creo que nos iría mejor. Le pregunté por los 43 y cómo iba la cosa. La verdad que no le veo mucha esperanza, el gobernador se las sabe todas. Entiendo, dije, y dejé de hacer preguntas para no incomodarlo más.

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⏰ Last updated: Jan 20, 2019 ⏰

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