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-Quieres comer algo especial? – me senté en la mesa y negué con la cabeza.

-No tengo mucho apetito – miré hacia Eros – baja a los perros ahora mismo. Los perros no van a comer en la mesa Eros, no está bien.

Aún sin apetito cogí algo de queso. Estábamos comiendo en silencio cuando miré otra vez al niño.

-Deja de echarles comida – le volví a gritar – Eros, te voy a castigar como no obedezcas.

-No te estreses, no está haciendo nada malo.

-Dije más de una vez que no quiero a los perros en el salón durante las comidas.

Eros comenzó a llorar por que mis gritos le estaban asustando y los perros, como siempre hacían, aullaban. Así él se distraía y dejaba de llorar.

-Voy a la habitación, necesito descansar.

-No puedes, Lady Anne ha venido de visita.

-Pues me encuentro mal Eros – ahora le grité a él – no tengo ganas de recibir visitas. Que no me moleste nadie.

No sé por qué trataba así a las personas, ni por qué desde que volvimos del cementerio sentía que alguien estaba vigilándome. Me tumbé en la cama y me quedé dormida, deseando que al despertarme, mi mal humor desapareciera.

-Majestad – entró Marian en la habitación – Majestad, ha llegado una carta de su hermana Paula.

Me senté en la cama y abrí el sobre que ella me dio.

"Querida hermana,

Han pasado dos años desde que no hemos hablado y tampoco nos hemos visto. Dos años en los cuáles sé que no lo has pasado muy bien y no sabes como lo siento. También he escuchado que tienes un precioso niño, ya sabes, las noticias y sobre todo de los Reyes, se escuchan en todo el país. Más pronto que tarde espero conocerlo.

No solo te escribía para saber cómo estás, sino para informarte de que hace un rato han dejado aquí el cuerpo de un hombre. No sabría decirte con seguridad que sea tu difunto esposo ya que las heridas y los golpes hacen que sea casi imposible la tarea, pero te pediría por favor que acudas en cuanto recibas la carta.

Un beso hermana, espero verte pronto. "

Me quedé alucinada. Marian estaba intentando descubrir qué es lo que me había pasado y de hecho tiró varias veces del papel pero no podía soltarlo, me agarraba a aquel papel como si mi vida dependiera de ello. Poco después entró Enzo.

-Ibeth, dime qué sucede, qué te ha dejado en este estado?

Como no era capaz de hablarle, le di la carta que leyó.

-Quieres ir ¿ - su voz fue más suave y rota que la de siempre.

Yo solo asentí.

Dio la orden de hacer el equipaje y al día siguiente nos pusimos en marcha. Durante una semana, solo paramos a descansar un par de horas y a comer. Estábamos todos agotados y de mal humor pero en este instante me daba igual, necesitaba saber si era él, necesitaba saber si había vuelto a mi, a nosotros. Sí, también pensé que ahora habría un problema, Enzo y nuestro hijo.Si Samuel decidía reclamar su trono y a su mujer podría hacerlo. En el caso de que Enzo lo acepte, no sucederá nada, pero si rechaza eso, habría un duelo y uno de ellos moriría.

-Hemos llegado – Enzo se acercó a la ventana del carruaje, bajó de su caballo y sacó a Eros para luego ayudarme a bajar a mi.

Los guardias avisaron de nuestra llegada, por lo tanto, mi hermana Paula estaba fuera. Joder se veía brillante, tan guapa, tan radiante.Corrió hacia mi y nos fundimos en un abrazo que hace mucho tiempo, muchos años no lo hacíamos. Miró luego al niño que estaba sujeto a mi.

-Tú debes ser Eros, no? – el niño asintió y ella se agachó quedando a su altura – yo soy tu tia, hermana de tu madre.

Sin esperar esta reacción, el niño la abrazó y las dos estábamos llorando como magdalenas.

-Majestad – se inclinó delante de Enzo – mi nombre es Paula.

-Lo sé, he oído hablar de ti.

-Espero que mi hermana se haya dejado las peores partes – yo riendo asentí – vamos – de su brazo fuimos hacia el convento.

Todo de piedra, aunque decorado con flores bonitas. Varias monjas salían de una habitación con cubos de agua caliente y entraban en otra.

-Lo están aseando, quieren que lo veas en el mejor estado posible.

-Está muy herido? – ella no dijo nada.

-Si quieres – intervino Enzo – podría verlo yo, en tu estado – no lo dejé continuar.

-No, yo lo veré.

-Estás embarazada? – yo asentí – aii hermana – me volvió a abrazar – enhorabuena. Después de verlo me gustaría hacerte una petición.

-Dime, cualquier cosa en la que te pueda ayudar.

-Podría volver? Estoy totalmente arrepentida de lo que hice. Me equivoqué tanto - la abracé.

-Podrás volver cuando tú quieras, esto no era una cárcel para ti y tampoco un castigo.

-Majestad, soy la madre superiora – se inclinó – ya tenemos al enfermo aseado. Ya puede pasar.

-Paula, me puedes acompañar ¿ - esta asintió y al lado mio fuimos caminando en silencio hacia aquella habitación.

Cuando Paula abrió la puerta, mi corazón se estrujó de tal manera que juraría poder echarlo por la boca. El olor a aire limpio infundo mis fosas nasales. Con los ojos cerrados entré en aquella habitación. Vi la cama y en ella había un hombre postrado, con el torso cubierto por varios vendajes y una mejilla también. Me acerqué a él y caí de rodillas al suelo.

-Samuel, mi amor. – sujeté entre mis manos una mano suya pero no me levanté del suelo – es él, es él.

Paula me dejó sola, ella salió y yo me quedé ahí durante un largo rato, hasta que Enzo entró.

-Cariño, debes comer algo y mientras tanto yo traeré un sillón para que puedas sentarte a su lado.

Yo asentí y cuando salí de la habitación estaba anocheciendo. Me dejé guiar por Enzo a la cocina del convento donde las monjas ahora mismo estaban cocinando. Me pusieron un plato con sopa caliente y yo me lo tomé sin oponer resistencia. Minutos después, besé la frente de mi pequeño y lo dejé al cuidado de Paula.

-Escucha – Enzo me acompañaba a la habitación de Samuel – pase lo que pase – tragó saliva – me has hecho muy feliz. – yo asentí y entré dentro.

Pasaron dos días en los cuáles yo no me moví de su lado, solo salía a ver un rato a Eros y volvía a entrar. Las heridas estaban sanando y bien. Según la madre superiora, no sabe ni quién, ni como, ni cuando lo dejaron frente al convento. Solo que ella lo descubrió un día y estaba casi muerto, deliraba por la fiebre y las heridas estuvieron infectadas. Me quedé dormida en el sillón, me dolía la espalda pero no podía hacer gran cosa, no me tumbaría a su lado por si le molestaba o le provocaba algún dolor.

-Ibeth, eres tú? – abrí los ojos lentamente ya que unas manos me estaban tocando las mejillas.

-Samuel – de mis ojos comenzaron a llorar – por favor entra en la cama. Estás débil.

-Tú embarazada – sus ojos no se quitaban de mi tripa y mis senos – tus pechos, están igual que cuando llevabas a Eros en tu vientre.

-Samuel, descansa, hablaremos después por favor.

-Me has engañado – gritó alarmando a todos – me has engañado y ahí llevas a su hijo.

-Samuel, dijeron que estabas muerto – yo le grité de vuelta pero él no escuchaba.

-Me has engañado y llevas al hijo de otro en tu vientre? Te destrono, exilio, desheredo, lo que quieras maldita mujer pero desaparece de mi vista.

-Samuel – Enzo entró y se puso en medio de los dos – no te ha engañado, dijeron que estabas muerto y se ha casado.

-Muerto, muerto me quiso ella desde el primer momento, por eso se acostó con uno y con otro y ahora está embarazada. Fuera de mi vista ya – volvió a gritar y yo me alejé asustada – te odio, te odio con toda mi alma.

IBETH. Saga BethWhere stories live. Discover now