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—Eres realmente una desgraciada. —cuelgo mis llaves al llegar a casa, son las ocho treinta y ni siquiera les marqué para avisar que no iría a comer con ellos.
—Disculpen, surgió un imprevisto en mi trabajo y no pude avisarles. —me cruzo de brazos apoyándome en la puerta principal.
Odio mentirles, pero, ¿les diría que me fui a comer con un desconocido?, obviamente no. Me comerían viva si se enteran.
Ambos me observan fijamente, me conocen muy bien y no soy la mejor en engañar a alguien. Realmente espero no noten que estoy demasiado nerviosa por dentro.
—Ve a descansar, en un rato estará lista la cena. —Léon camina hasta la cocina, dejándome con mi hermano pequeño, quien no perderá la oportunidad de regañarme, así que espero pacientemente a que me diga algo.
—Ya sabes—pronuncia molesto—ve a tu cuarto y bajas a cenar. —con notable indignación vuelve a su pequeño escritorio, donde seguramente estaba coloreando algún dibujo. No puedo evitar sonreír. Pero claramente obedezco sus órdenes.
Vibra mi teléfono cuando estoy tirada en mi cama cual estrella de mar. Es Calum, quien no pensaba que llamaría, pero muy dentro de mí esperaba que sí lo hiciera.
— ¿Ya llegaste a tu casa?
—Acabo de llegar, mis hermanos estaban un poco molestos.
— ¿Les dijiste que conociste a un precioso chico y comiste con él? —río levemente.
Recuerdo nuestro almuerzo, que al principio comenzó como algo incómodo, pero dulce a la vez. Hablamos de nuestro día a día, nuestra rutina. Le conté de mi pequeña familia y él de la suya. Reímos bastante e intentamos conocernos un poco. Un chico agradable, que me hace sonreír y pensar en él. Aunque después de todo, llegó tarde a lo de su amigo.
—Claro que no, me matarían.
—No si me conocieran. —niego con mi cabeza, mirando al techo color crema con una sonrisa en el rostro. — ¿Te parece si nos vemos mañana, pequeña Zoé?
—No lo sé Calum, debo trabajar.
—Rayos. —supongo que piensa un momento, ya que se queda callado un segundo. —Hoy almorzamos, así que te propongo esto, paso por ti a la salida, y vamos a cenar.
