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Ana

No sabía si se trataba de ese año en concreto o si eso era así siempre, pero Barcelona a finales de septiembre, no era tan distinta de la Barcelona que había conocido en verano. De hecho, la única diferencia en mi vestuario, es que encima de la falda y la camisa, llevaba una americana finita; y si así era, es porque el aire acondicionado seguía a tope en la oficina de Elena. Pero en general, en la calle, hacía mucho calor. Y seguía viendo turistas por todas partes.

—¡Amiga! —gritó Mireya, desde la terraza donde me esperaba.

Se apartó las gafas de sol y yo hice lo propio mientras cruzaba la calle mirando a ambos lados y me acercaba a ella con rapidez. Mireya se levantó y nos fundimos en un abrazo. La había extrañado.

—¡Cuánto te he echado de menos! —dije antes de dejarle un sonoro beso en la mejilla.

La rubia estaba como siempre: guapa, sonriente, y arriba de unos buenos tacones que seguramente llevaba puestos desde las siete de la mañana. Encima de la mesa estaba su bolso de mano y una Coca-Cola con hielo y limón que se había pedido antes de que yo llegara.

—Lo siento —se excusó, encogiéndose de hombros. —Estaba muriendo de sed.

—Faltaría más —respondí, sentándome en la silla libre. —Si supieras lo que he necesitado una amiga este tiempo, entenderías porque te lo voy a perdonar todo a partir de ahora —me reí, recordando lo sola que había estado aquellos días en Tenerife.

El camarero no tardó en venir a preguntarme que quería tomar y una vez me hubo traído el café con hielo, entramos en materia.

—Me tienes que contar demasiadas cosas —dijo Mireya, entornando los ojos. —Así que ya puedes empezar a soltarlo todo.

Me puse a reír como si no supiera lo cotilla que era mi amiga o como si aquello me pillara de nuevo.

—Bf, Mireya... supongo que ya sabes que Miriam se presentó por sorpresa a Tenerife —dije, y a juzgar por su cara, interpreté que sí. —No hará falta que te diga tampoco, que una vez allí, discutimos.

Mireya se rió levemente y cabeceó. Estaba demasiada acostumbrada a nuestras idas y venidas como para que aquellos datos la sorprendieran, así que simplemente me encogí de hombros y suspiré.

—Pero lo distinto esta vez, fue que las dos nos dimos cuenta que nos habíamos equivocado y nuestro enfado duró unas horas, simplemente.

—Luego se vino el polvo de vuestras vidas, ¿no? —me preguntó, acomodándose el pelo.

Me puse a reír mientras buscaba un piti para encenderme.

—Vaya si lo fue, que necesitas fumar solo al recordarlo —se rió la rubia.

—Oye, que no. O sea tampoco fue el de nuestras vidas, pero estuvo bien —me encogí de hombros y Mireya asintió levantando una ceja. —El problema es que lo hicimos en mi propia habitación. Y que la mañana siguiente, pues bueno, mis padres estaban en casa, obviamente.

—¿Qué les dijiste?

—Mireya la lié mucho, les había contado que yo estaba con Raoul y que Miriam era mi cuñada.

Ella abrió la boca pero yo hablé antes.

—Sí, lo sé. Hice un poco como tú, por eso discutimos con Miriam en primer lugar. Soy estúpida...

Mireya me agarró la mano libre por encima de la mesa viendo que se me cortaba la voz, y me miró para que siguiese hablando.

—Siempre he sido yo la buena con ella, no estaba acostumbrada a verla sufrir, y saber que era por mi culpa... no voy a hacerle daño nunca más —confesé.

Punto de mira ✨ || WARIAMWhere stories live. Discover now