Prólogo

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Los dragones llevaban gran ventaja en la batalla, los humanos ya no podían más, sus ejércitos eran diminutos, más de mil hombres perdidos por cada dragón cazado.
Todo estaba mal, las llamas consumían hogares de gente inocente y los dragones por su alto ego podrían seguir si así lo quisieran, dejando en claro quiénes son las criaturas superiores y que mandan en ese lugar.

Un gran estruendo se escucho en el cielo más fuerte que una tormenta eléctrica, de las nubes grises salió un  dragón viejo y sabio, llego desde las costas orientales, este parecía una serpiente gigante con cuatro patas pequeñas, casi 70 metros de largo, sus escamas amarillas como el sol en el amanecer, ojos de lagarto del color del fuego; los demás dragones al notar su presencia decidieron detenerse a observar aquel ser tan imponente.

Por otro lado, los  humanos al ver aquella bestia sabían que todo estaría perdido y rogaron a su Dios un milagro que los salvará, sin embargo, la sorpresa fue al percatarse que mientras la bestia descendía conjuro un hechizo que lo hizo tomar la misma forma que ellos. Estaban tan sorprendidos por aquel acto que algunos soldados bajaron las armas mientras que los arqueros aún no convencidos de su forma humana alistaron sus flechas en caso de algún ataque.

—¡Esten atentos a cualquier cosa que haga!— Grito un hombre algo viejo que iba montado en un caballo blanco.

—¡Si, su alteza!— Respondieron los soldados tras el.

El dragón (ahora con forma humana) se acercó lentamente al ejército con los brazos en alto.

—Por favor, paren el fuego, no quiero hacerles daño— Los humanos quedaron sorprendidos, pues creían que esas bestias no entendían su lenguaje.

—¿Qué nos asegura eso?— El Rey bajo de su caballo y blindó una espada larga color negro.

—Si quisiera hacerles daño basta con recitar un conjuro para acabar con todos ustedes— Llegó hasta el rey y se quedó de pie mirándolo firmemente a los ojos.

—¿Qué es lo que quieres?

—He venido desde tierras lejanas a pedir paz, mi nombre es Nidhogg y soy uno de los tres líderes de mi especie.

—¿Paz?— El Rey soltó una pequeña risa sarcástica— ¡¿Tienes idea de cuánto tiempo llevamos en guerra?!

—Claro que lo se, está guerra ya había sido predicha por Örlög, ella me mandó aquí este día.

—No puedo creer que bestias como ustedes quieran paz, este conflicto inicio por culpa de tu especie.

—Querrás decir tu especie, su avaricia llevo a cazar al primer dragón, ustedes lo celebraron, hicieron ropas con su piel y se comieron su carne.

La piel del Rey se tornó pálida, sabía que tenía razón, todo había comenzado porque su tercer hijo quería destacar igual que el primogénito y lo logro, hizo correr la sangre de un dragón viejo que encontró en un bosque, solo así superó a su hermano mayor y ganó el respeto de todo el reino, incluso reinos vecinos y lejanos hablaban de el como si de un salvador se tratará, no obstante, su padre jamás quedó convencido y sabía que no terminaría bien; lo único que logró fue condenar a los humanos a una guerra que ha terminado con muchos inocentes.

—¿Cómo sabes eso?— La voz del Rey se tornó sombría.

—Todo estaba predicho.

—Si de verdad quieres paz ordena a tus bestias que se vayan.

El dragón dió media vuelta y camino hacía los dragones que estaban en el suelo, una vez frente a ellos todos comenzaron a inclinarse esperando una orden, Nidhogg solo hizo una señal con sus manos y los dragones comenzaron a volar alejándose entre aquellas nubes grises. Cuando estuvieron fuera de la vista de todos, los humanos por fin bajaron sus armas, algunos se tiraron al suelo por el cansancio.
El Rey camino hacia el dragón guardando su espada mientras pensaba en lo poderosa que puede ser aquella criatura.

—Escucharé tú dichosa propuesta de paz.

—Es totalmente beneficioso para ambas especies.

—¿Qué vas a querer a cambio?

—Nada tuyo me interesa, el acuerdo es que no se hable de esta guerra y nosotros no atacaremos de nuevo.

—¿A qué te refieres?

—Pido que tus futuras generaciones no hablen ni sepan de la existencia de dragones, quedaremos como una leyenda y solo así dejaremos de devorarlos.

—Eso no es posible...

—Si lo es— Se apresuró a decir el dragón— No quedan muchos, será fácil que poco a poco se olviden de esto, seguirán hablando de nosotros pero como si fuera una historia para niños.

— Lo que pides es difícil, tengo que hablarlo con el consejo y los monjes, no todos estarán de acuerdo.

—Entonces me voy, te buscaré al séptimo amanecer, si tú y los demás humanos no aceptan entonces ya no podré parar alguna otra guerra.

El dragón conjuro un hechizo de nuevo que le devolvió su forma original, observó al Rey unos segundos y emprendió el vuelo. La bestia era tan grande que tardo más de lo normal en desaparecer de su vista.
La angustia ahora consumía al Rey, Nidhogg tenía toda la razón, quedaban pocos humanos, ya no había ejércitos suficientes, tenía tantas vidas en sus manos, por otro lado no quería mantener ignorante a las futuras generaciones, por si estos acuerdos se rompían quería que estuvieran listos para todo.

Siete SegundosWhere stories live. Discover now