Me topo con mi mejor amiga en el mundo

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Cuando regresamos al campamento todos ya estaban despiertos.

A Sobe le había gustado la idea de los cuchillos embadurnados de savia, dijo que le recordaba a las historias de indios que leía con Tony, los viejos salvajes de las praderas que impregnaban sus flechas con veneno de serpiente o ranas.

Él, por su parte, me cedió una cota de malla oxidada que desprendía un olor herrumbroso y fétido. Hice una mueca al calzármela, me iba un poco grande pero era lo que necesitaba si uno de los famosos monstruos decidía presentarse de una vez. Incluso la tela metálica contaba con una capucha que era para un cráneo más extenso, los pliegues de la gorra me cubrían los ojos de una manera chistosa, chistosa para Miles no para mí. Me hizo recordar al disfraz que había usado para el día de brujas cuando tenía cinco años, me habría vestido de caballero. Pero entonces me había parecido una gran idea.

También me dio una coraza de cuero que se encontraba arañada en varios sectores, se ataba con cordones en el flanco derecho de mi pecho, tuve que ajustarla más de lo suficiente para que no se meciera al moverme. Por último, me entregó un tipo de muñequeras que me recorría todo el antebrazo. Sobe dijo que se llamaban brazales, eran de cuero y la piel oscura estaba surcada de arabescos geométricos. Cada uno de los brazales contaba con una colección de navajas afiladas, dentadas, punzantes o de extensión curva al igual que garras. No eran el tipo de armas con el cuales se pelea cuerpo a cuerpo más bien parecían cuchillos para aventar a distancia como si fueran flechas. Pensé que mi puntería no era muy aguda y tendría que practicar.

Regresamos al campamento con mayor seguridad pero incómodos con nosotros mismos. A mi madre sin duda le habría dado un ataque al vernos, nos hubiera obligado a soltar todo aquello y se hubiese puesto en contacto con las madres de Dante y Cam para tomar medidas sobre el asunto. Pero ella no estaba allí, en realidad no sabía dónde estaba, ni cómo.

Atravesamos el muro invisible y sentí que mi piel se erizaba del frío por unos segundos como si una ventisca se colara por la ropa. Walton había estado organizando todos los preparativos para el viaje. Había cargado un fardo sobre Dorado y habían colocado las armas en una bolsa. Se encargarían luego de la comida. Sólo se habían llevado equipaje ligero, todos contaban con una mochila para trasladar consigo las cosas más importantes que necesitarían en el viaje.

Petra ya tenía todo empacado. Llevaba el báculo en su mano y lo balanceaba entre los dedos como si fuera una moneda, había peinado su cabello en una tranza que había atado con una cinta que encontró por allí y su mochila pendía del hombro a través de una única correa. Nos esperaba sentada, sobre una roca prominente, al lado de la fogata que habían cubierto con tierra.

Dagna también había empacado. Tenían los fardos listos sobre el lomo de Dorado que espoleaba el suelo con impaciencia como si quisiera que nos apresuráramos. Walton se colgó al hombro el saco de armas. Dagna tenía la mochila puesta, su ceño fruncido comprimía el azul de sus ojos hasta convertimos en un color zafiro.

Al verla Miles corrió resuelto hacia ella. La cogió de la mano y la arrastró lejos a pesar de la sorpresa. El semblante de Dagna se suavizó, estaba anonadada. Él la apartó debajo de la sombra de un árbol, sólo pude escuchar algunas palabras aisladas antes de dirigirme a Albert que tenía problemas con la cremallera de su mochila.

—Oye Dag, sé que nos separaremos porque cada grupo necesita alguien con buena puntería pero necesito que te cuides, de verdad. Todavía no me convence la idea de dividirnos...

Miles perdió la determinación con la que comenzó a hablar. Humedeció los labios como si buscara la resolución que había desaparecido y al no encontrar le soltó la mano.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora