Día 21 (15:30)

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                   Después de ver, a través de una fría cámara, como los tres morían por los efectos del gas, estuve mucho tiempo sentado en la sala de visionado, incapaz de levantarme porque mis piernas ya no parecían mis piernas y eran incapaces de sostenerme. Cuando conseguí hacerlo fui a la enfermería a buscar vendas y analgésicos. Me inyecté dos cánulas y, de vuelta a la sala de seguridad, me entretuve en buscar en el despacho de Espino cualquier cosa que pudiese ayudarme a la hora de comunicarme con el exterior de la isla. Encontré algunos códigos que podían ayudarme cuando consiguiese reparar —SI conseguía reparar—, los cables que aquel loco había arrancado. También encontré un informe de mi gran amiga la psicóloga.

                Se llamaba Andrea, la muy hija de puta. En su informe, que estaba fechado hacía unos días —el decimoctavo día de experimento—, llegaba a unas conclusiones muy interesantes. Según ella el sueño nos domestica. Igual que los seres humanos domesticamos perros, gatos y vacas, hubo un día, perdido en la memoria de los tiempos, en que el ser humano aprendió a domesticarse a sí mismo.

                  Si el sueño nos sirve cada noche para procesar toda la información que hemos vivido a lo largo del día, para descansar nuestro cuerpo, para soñar con mundos imaginarios, también es eficaz para anular nuestras voluntades, acallar nuestra naturaleza violenta. Nuestra verdadera naturaleza. Sin sueño la verdadera cara del ser humano sale a la luz. La violencia, la libertad extrema, el egoísmo, la necesidad de hacer lo que nos venga en gana, de matar a quien se interponga en nuestro camino, cobran fuerza. Sin sueño somos monstruos. Los verdaderos monstruos que llevamos dentro. Fuertes, despiadados, supervivientes individuales.

                ¿Qué o quién somos entonces, realmente? ¿El ser social que duerme, que sueña? ¿O el ser primitivo que reprimimos? ¿Cuál es la frontera que separa a uno del otro? ¿Cuál la función de los sueños?

                Estas eran las conclusiones de la psicóloga. ¿Las mías? Todavía no he tenido tiempo de pensar en ello, y creo que el resto de mi vida también voy a estar muy ocupado y no voy a encontrar un momento adecuado para hacerlo… Yo soy partidario de teorías más físicas, de aquellas que puedo tocar, por eso trabajo con ADN. Aun así creo que ella tenía razón en una cosa: todos tenemos un monstruo dentro, y dormir es nuestra forma de alimentarle y tenerle calmado. Como los antiguos domadores de circo alimentaban cada día, antes de la función, a sus leones, para que no sintiesen deseos de devorarles a ellos en plena pista, nosotros, cada noche, alimentamos con nuestros sueños a nuestro monstruo interior para que, durante el día, nos deje ser nosotros mismos y tomar nuestras propias decisiones.

 Me ha llevado más de doce horas reparar los cables y los chips del sistema de comunicaciones de la sala de seguridad. No he conseguido establecer comunicación con nadie, pero sí activar la alarma que indica que algo grave está pasando aquí y que necesitamos cobertura inmediata. Así que espero que el helicóptero aparezca pronto.

              Mientras tanto, he tenido tiempo de pensar. De pensar mucho. Y de asustarme. Finalmente Hipnos consiguió abrir un nuevo universo. ¿Cuántas horas llevo sin dormir? No son veinte días pero… y si unas simples horas bastan para que el monstruo que llevamos dentro se desperece? ¿Para que tome algunas decisiones? Recuerdo mi mano pulsando los botones que liberaron el gas mortal… ¿Fue mi voluntad la que la movió? ¿Fue la de las Moiras, cortando con sus tijeras la hebra que sostiene nuestra vida y nuestra cordura?

                  Ahora sólo me queda esperar.

                  Tengo miedo de dormirme.

                  Tengo miedo de no hacerlo.

Carmen Flores Mateo

Agosto 2014

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2014 ⏰

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