El baile de la luz

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Cuando estoy un sitio lleno de gente mis poderes pueden a llegar a ser un verdadero engorro. Podía escuchar perfectamente todas las conversaciones de todas las sofisticadas personas que habían asistido al baile de la luz. Aunque yo aún no había entrado ya sabía que varios camareros estaban repartiendo champagne vestidos con un traje de vestir negro y una pajarita dorada, también sabía que este año los anfitriones habían sorprendido a la multitud alumbrando la sala con miles de velas encendidas, que había una mesa al fondo de la estancia con más de treinta clases diferentes de delicatessen, que un hombre vestido de blanco tocaba un piano color marfil y miles de cosas más descubrí antes de entrar en la estancia gracias a poder escuchar perfectamente cada una de las conversaciones de los más de mil invitados que estaban allí. También podía escuchar la canción que sonaba y sentir todos los movimientos que hacía cada persona, además de oler con total precisión lo que cada uno de ellos estaba tomando. Todo esto era un poco incómodo pero para mí era un mundo sin descubrir, y estaba fascinada, parecía tener el mundo a mis pies.

Un par de hombres nos abrieron la puerta y por fin pude apreciar con mis propios ojos la maravillosa estancia que tenía en frente. Gemma tenía razón, mi vestido no desentonaba.

Algunas personas, curiosas por saber quiénes eran los recién llegados al baile, miraron hacia nosotros, otros, en cambio, siguieron bailando, riendo y conversando. Pronto esto cambió, todo el mundo tenía clavada la vista en nosotros cuatro. Escuché todas las conversaciones que pude y descubrí a que se debía la curiosidad. La causante de todo este revuelo era yo, yo y mi gran parecido con mi difunta madre. Las mujeres alababan la belleza del vestido que llevaba puesto, mientras que los hombres alababan la mía. Con todo esto empezaron las comparaciones con mi madre, intentaban buscar algún signo de diferencia y pronto se percataron que el color de mis ojos era diferente al de mi madre.

Mis amigos y yo nos adentramos en el baile haciendo caso omiso de lo que la gente decía o hacía. Muchas señoras se me presentaron diciendo que conocían a mi madre y que fue una maravillosa mujer. Como pude me fui alejando de todo aquel alboroto y salí a tomar un poco el aire, todo me recordaba demasiado a mi madre.

Me senté en un banco al lado de una preciosa fuente iluminada y durante unos minutos me perdí en el recuerdo de mis padres, algunas lágrimas se me escaparon pero la sensación de que alguien me observaba me incomodó. Miré a todos los lados segura que podría ver a quien fuera gracias a mis recién adquiridos poderes. Me pareció sentir como si el anillo que había cogido del joyero de mi madre se iluminara, quizás solo fueran imaginaciones mías. No sentí a nadie, así que lo dejé pasar hasta que unos pasos me alertaron.

-¿Qué hace una chica como tú fuera de una fiesta como esa?- preguntó una sombra que se paraba frente mí.

-Disfrutando de la soledad y ¿tú?

-Disfrutando de las vistas- esa respuesta me hubiera molestado si no fuera porque en ese momento se acercó un poco más y su rostro se iluminó, una llama en mi interior se encendió y al mismo tiempo un mal presentimiento me invadió. Un apuesto hombre de fracciones perfectas se mostraba ante mí, seguramente un par de años mayor que yo-. ¿Estás bien?- me preguntó el extraño.

-Perfectamente- dije mostrándole mi cuerpo para que comprobara por si mismo que estaba ilesa, aunque sabía de sobra que no se refería a eso.

-Las heridas que no se ven son las más profundas, princesa.

-No me llames princesa- dije molesta, algo de él me inquietaba.

-La noche siempre trae consejos…- dijo él ignorando lo que había dicho y sentándose a mi lado.

-Pues que bien- respondí cortante alejándome un poco de él.

-No me gustan antipáticas pero por ti hago una excepción- yo seguía pensando en mis padres y no me apetecía aguantarlo, así que corte por lo sano.

RoxanneOnde histórias criam vida. Descubra agora