El amor es como los fantasmas

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—Lily— se detuvo planteándose nuevamente todo lo que diría—

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Lily— se detuvo planteándose nuevamente todo lo que diría— ... me iré— dijo en voz alta—. Y espero que me perdones si es que nunca regreso, pero si así es puedes tener por seguro que encontré algo para mi en el camino— eso sonaba bien. Algo crudo pero cierto. Se apuró a escribirlo. Era el momento de mejorar el método tradicional—... y también— no tardó ni cinco segundos escribiendo para continuar— al mismo tiempo espero darte el tiempo correcto para que tus heridas sanen— escribió—... y en un futuro ya no me recuerdes como una persona mala y egoísta— continuó—. Eres maravillosa, un milagro el haberse topado nuestros caminos por tanto tiempo. Con cariño, alguien que ya no te ama pero si te aprecia— finalizó.

Kaito frotó las manos con las mangas de su chaleco de lana. Tomó la hoja y la miró contra el sol, repasándola en su mente no le gustaba. Era muy corta, le faltaba corazón, se trataba de su despedida final y no quería que fuese así. Suspirando recostó su cabeza en la mesa, utilizaba sus brazos como almohada. Podía perfectamente permanecer así un buen rato, el reloj de pared de una biblioteca casi vacía marcaba las seis cuarenta y tres. Los deseos de cerrar sus ojos se disiparon y en su lugar prefirió hacerse invisible. Quería pasar así toda la tarde y seguramente gran parte de la noche. Allí siempre florecían las camelias más bonitas de la ciudad durante la primavera. Lastima que él se iría aquella mañana de otoño.

—señor, lamento decírselo pero cerraremos en dieciséis minutos.

Él guardó tanto silencio como pudo. Como si tuviera un caparazón que fuese a destrozarse en cuanto hiciera una mínima acción. Naturalmente perdió la mirada en la ventana, que mostraba un cielo desvanecido de color azul con anaranjado.

—no me hables así por favor— dijo al final con voz susurrante.

Una mujer de corto y ondulado cabello tomó asiento al lado suyo. Le quitó la carta que guardaba por debajo del brazo y la leyó. No tardó ni medio minuto. Decidió mirarlo, a esos ojos melancólicos y aburridos que sólo se fijaban en la mesa café.

—pero supongo que podrías quedarte sólo por hoy, ¿no es así?

Kaito levantó la cabeza. Al final, sí había algo que extrañaría al dejar esa vieja ciudad, y era a la bibliotecaria que día con día escuchó los motivos que lo llevarían a huir esa mañana. Y la quiso besar. Todo formaba parte de un programa de cariño espontáneo que él mismo planeó.

—estoy enamorado de ti, Meiko.

Ella lo observó callada por un buen momento, afuera ya casi no había sol.

—y aún así te irás— habló tan gélida que se sintió culpable al instante. Y casi quiso reparar sus palabras.

—pues entonces sígueme— dijo con simplicidad pero a la vez tenía miedo de la manera en la que ella reaccionara ante esa repentina idea.

kaimei tales from a very far away place Donde viven las historias. Descúbrelo ahora