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La noche se alzaba por encima de él. Fría, solitaria y lejos del sofocante festejo que encerraban las altas y antiguas paredes del palacio. Lo único vivo en ella eran las estrellas que brillaban como las protagonistas, dando un toque precioso al manto oscuro que desde hace horas se había establecido en el reino.

Parecía que Katsuki le estaba haciendo compañía, pero la realidad es que había movido los hilos necesarios para evitar que sus guardias durante la semana fueran dentro de la residencia real. Buscó alejarse lo más posible de ahí.

Aunque fuera por trabajo y obligación, lo último que deseaba era estar atrapado entre esas cuatro paredes. Sintiendo poco a poco como el mareo se subía a su cabeza gracias a los exagerados perfumes de las damas, o el calor que aumentaba gradualmente porque los invitados bailaban hasta el cansancio.

No le resultaba asqueroso o aburrido, era lo mismo que estar borracho en la cantina con el molestoso de Izuku, escuchando comentarios subidos de tono de los demás presentes.

No había razón lógica para evitar la festividad. Pensándolo mejor no le importaría estar ahí dentro, pero cuando su mente le daba la viva de imagen de la castaña unida al pelirrojo como un niño a su caramelo, si, prefería estar afuera.

Katsuki se permitió cerrar los ojos un momento. Solo se escuchó una exhalación cansada y una viva melodía que se perdía a lo lejos. Los jardines oscuros también le hacían compañía, iguales que la noche —e inclusive que él mismo— fríos y solos. Al menos compartían el mismo sentimiento.

Su mente, descansando un poco, viajó en el tiempo a cuando era tan solo un crío que corría por los mismos jardines. Que pisaba el pasto sin misericordia alguna y jugaba a los piratas dentro de la preciosa fuente.

De similar manera se acordaba de un niño que solía llorar detrás de la misma pileta.

Jugó mucho en esos jardines con él.

Era algo que su corazón adulto extrañaba en lo más profundo. Más no era capaz de recordar cuando sus extremos juegos y peleas habían sido acompañados —y sustituidos— por una niña. No limitaron sus deportes e ideas por ella, Katsuki seguía usando la misma fuerza con ella con la que golpeaba y se lanzaba contra Eijirō; y para su suerte la contraria tampoco se contenía en devolverle los golpes.

Podría decirse que hasta le agradó.

Hasta que eventualmente sus pasatiempos fueron cambiando por estúpidos paseos por los jardines y tratar de salir de manera pacífica del laberinto, de estar encerrados en una sala frente a un tablero de ajedrez. Y eventualmente debían pasar más tiempos juntos, a solas. Juntos y a solas, sin un tercero en la relación.

Katsuki era consciente de la falacia que tenían. También se sabía los diversos discursos de Ochako, enfocados en que ella misma estaba al tanto de su posición. Pero no podía negar como sus sentimientos le quemaban el pecho.

Los celos eran estúpidos, pero más estúpido era creer que su amigo de la infancia le pertenecía. Podía hacer lo que quisiera, y si quería pasar sus tardes unida a ella fingiendo ser una pareja feliz y bañada en miel estaba bien.

Debía de admitir que estaba bien como se encontraban, no exigiría su posición a su lado ni tampoco reclamaría la ausencia de ella. Teniendo pequeñas y raras reuniones con él estaba más que bien.

A veces solo se sentaban, y cada uno se escuchaba mutuamente.

Bakugō sabía con detalle la rutina del príncipe Kirishima, gracias a él mismo príncipe. Solía escucharlo durante un buen rato, prestándole toda su atención a lo que había desayunado, al libro que leía durante las noches o como se frustraba porque sus hermanos menores llegaban a ganarle en una partida de ajedrez.

Protegerte [Bakushima]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora