7 - Día 11

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Aquella mañana vomité. No quise hacerlo, de hecho intenté cuanto estaba en mi mano para evitarlo, pero no lo conseguí. Caí de rodillas frente a la taza del váter y eché cuanto tenía en el estómago mientras Daniela me sujetaba el pelo.

En otras circunstancias, con los roles cambiados, yo también habría acabado vomitando. Era muy escrupulosa con aquel tipo de situaciones. Daniela, en cambio, ni se inmutó. Según me contó después, estaba bastante acostumbrada.

—¿Te acuerdas de la chica a la que siempre te digo que te pareces? —dijo un rato después, mientras contemplábamos el techo de mi habitación, tumbadas en la cama—. Ella acababa como tú cada dos por tres. No aguantaba bien la bebida.

—Pues qué bien, ¿no?

—Un show. Cada vez que volvíamos de fiesta y subía a su piso, su madre sabía que la cosa pintaba mal. Por suerte me tenía bastante aprecio. Hubiese preferido que fuese otro tipo de persona, por supuesto, ella era una artista famosa, pero dentro de lo malo prefería que Vanessa estuviese conmigo antes que sola.

Volví la mirada hacia ella.

—Vanessa... —dije, saboreando el nombre—. Hasta ahora no me habías dicho su nombre.

—Ya, bueno. —Se encogió de hombros—. No me gusta demasiado hablar de ella. La cosa no acabó demasiado bien, ¿sabes?

Asentí con la cabeza. Me hubiese gustado poder profundizar un poco más, pero era evidente que no le apetecía, así que no dije palabra. Volví a mirar al techo, aún con el cuerpo revuelto, y cerré los ojos. El mero hecho de pensar que tenía que ir al laboratorio me daba náuseas.

—No tengo ganas de moverme.

—Yo tampoco —aseguró ella—, pero no puedo faltar. Me comprometí a acudir a todas las sesiones. ¿Tú puedes saltarte alguna?

Negué con la cabeza. Otras de las ochocientas mil estúpidas cláusulas que había firmado en el contrato era que, a no ser que fuese por razón de fuerza mayor, no podía saltarme ninguna de las visitas acordadas.

—Que va, pobre de mí... pero te juro por mi alma que hoy pagaría por no ir. —Volví a mirarla de reojo—. No sé tú, pero me paso los días haciendo pruebas médicas y rellenando papeluchos. Es una mierda.

Daniela chasqueó la lengua. Era curioso, pero, incluso despeinada, con los ojos hundidos por la falta de sueño y sin maquillaje, seguía siendo una chica muy guapa. A su lado, con las ojeras tan negras como el carbón y la piel del color de la cera derretida, yo parecía un ratón enfermo.

—Yo formo parte de un estudio sociológico —confesó—. Deben pensar que soy una lunática, o una fiestera empedernida, no lo sé, pero me paso horas y horas hablando de las noches de fiesta en Madrid. De dónde iba, qué hacía, con quién me relacionaba... —Soltó una carcajada sin humor—. ¡Me preguntan hasta con quién me acostaba! Como si les importase, vaya. Ver para creer... pero bueno, me pagan bastante bien, así que no me importa. En el fondo, el pasado es pasado.

—Me da la sensación de que son un poco morbosos —admití con cierta diversión—. A mí también me hacen preguntas sobre ese terreno. —Reí con ganas—. Me parece a mí que al doctor Delgado no le debe ir demasiado bien con su mujer.

Por el modo en el que se rio supuse que ella opinaba lo mismo. Julián era un hombre que caía bien. Tenía una simpatía natural que, sumada a su peculiar forma de ser, lo convertía en un tipo de lo más interesante. Era una lástima que fuese tan mayor, al menos desde mi perspectiva, claro, porque de lo contrario podría haber sido alguien lo suficientemente interesante como para poder fijarme en él.

HypnosWhere stories live. Discover now