TOP 2 - El medallón

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"... tengo miedo. Todos los días el calor me atormenta y la humedad me irrita. El sopor de esta ciudad, las eternas sonrisas de su gente me resultan asquerosas, odio este 'tesoro del Caribe'. Es insoportable tanta atención, tanta gente extraña, poco espacio y ese olor a podredumbre en todas partes, no espero el momento de escapar de ahí..."

Manuel deja de escribir, alguien llama a su puerta. Supone que será otro criado que busca pedirle algo con lastimeras palabras. Suspira. No entendía por qué había aceptado ser el encargado de la aduana en aquella ciudad, que más de uno referenciaba con los más desagradables adjetivos; siempre meditaba esto y lo único que surgía es que su búsqueda de varios años lo había llevado a morir en un oscuro foso como la piel de las gentes de aquel lugar.

Se detiene, camina arrastrando su pie izquierdo herido debido a un enfrentamiento librado con uno de los lugareños temprano por la mañana. Despacio llega a la puerta y tras una honda inspiración la abre. Un gesto de sorpresa enmarca su rostro, ve a un hombre de estatura media, mulato, con cuerpo fornido y vestido como los señores de la zona; es algo que nunca ha visto. A pesar de su sorpresa lo saluda tal como corresponde a su vestimenta. Lo invita a pasar y lo ubica en el lado de visitantes de su escritorio mientras él con su paso lento toma su lugar como dueño de casa.

—Buenas Noches —dice Manuel.

—Buenas tardes, señor Manuel Serrano. Sé que no me conoce por lo tanto debo presentarme, mi nombre es Juan Caballero.

Se encuentra un poco intrigado por la apariencia de aquel mulato.

—¿A qué debo su visita, señor Caballero? ¿Y cuál es su lugar de procedencia? —Juan le lanza una leve sonrisa.

—Con gusto respondo sus preguntas. He venido a ayudarlo y vengo de un lugar ubicado al norte del Caribe.

Extrañado, continúa preguntando:

—¿Ha venido a ayudarme?

—Sí, a eso he venido. Fui enviado por Don Santiago. Dijo exactamente que solo una persona como yo podría brindarle la ayuda que usted necesitaba. Durante todo el viaje me he cuestionado sobre ¿en qué debo ayudarlo?, ¿qué quiso decir con una persona como yo? y esperaba que usted pudiera darme alguna respuesta, pero al parecer está en la misma situación en la que yo.

—Lamento decirle que yo no necesito ayuda y mucho menos tengo las respuestas a sus preguntas. Creo que Santiago se ha equivocado al enviarle hasta aquí. —Juan suelta una carcajada que disgusta a Manuel al instante.

—¿Qué le causa gracia?

—Santiago dijo que diría eso y ya sé por qué me ha enviado. Usted realmente me necesita.

—No lo creo.

—No me iré, no desobedeceré a Santiago, ¿acaso usted piensa hacerlo?

Manuel golpea fuertemente la mesa y maldice entre dientes a Santiago.

—Está bien, puede quedarse hasta mañana por la tarde y si en ese tiempo no llego a saber por qué ha sido enviado tendrá que irse y decirle a Santiago que fracasó en lo que sea que él hubiese planeado.

—Acepto el trato, con una condición.

Manuel evidente molesto le pregunta:

—¿Cuál?

—Debo estar todo el tiempo con usted.

—Hecho, pero lo advierto soy difícil de convencer. Así que, cualquier cosa que desee ejecutar, tendrá que demostrarme que tiene la razón. Un consejo, cuide muy bien sus palabras y sobre todo sus acciones. Permítame acompañarlo a una de las habitaciones de huéspedes.

***

"... Ha creído que he venido por encargo de Don Santiago, ahora es una persona amargada, algo de su encanto se ha perdido; creo que esta ciudad o el paso del tiempo han logrado borrar su sonrisa, aquella que más de uno admiraba, siempre radiante y mostrando su amor por la vida. Parece que muere y eso es muy preocupante. Le pregunté a un lugareño por él y no recibió un buen calificativo, en el norte todos le querían. Algo lo cambió..."

***

Manuel está sentado frente a la ventana de su habitación que muestra a la ciudad. Es un día lluvioso y pocas personas transitan afuera, la mayoría son obreros dirigiéndose al trabajo o a la plaza de mercado para abastecerse estos tres días, en los que seguro seguirá lloviendo.

—Los días de lluvia, me gustaban los días de lluvia —musita Manuel.

Segundos después ingresa Juan sin previo aviso a su habitación. Carga una bandeja con frutas típicas de la zona: papaya, melón, mango, cerezas... junto a estas se encuentra un medallón de cuero, que lleva inscrito las letras M y S. Manuel se aproxima a Juan, algo sorprendido y perturbado, mientras agarra el medallón.

—¿Quién es usted?

—Ayer se lo dije, si es necesario me presento de nuevo. Soy Juan Caballero —extiende su mano para saludarlo.

—Eso ya lo sé; no te hagas el listo y responde lo que te pregunté.

—Realmente no sé qué otra respuesta le puedo dar.

—Está bien, cambiaré la pregunta, ¿qué haces con este medallón?

—Santiago me lo dio y dijo que usted sabría su significado.

—Sí, sé lo que significa, pero ¿cómo puedes tener esto? A menos que seas... no, eso no puede ser, él murió antes de que decidiera venir a este lugar.

—Solo usted lo sabe —responde Juan conteniendo las ganas de decirle quién es.

—Coloque eso a un lado y siéntese, quiero contarle algo. —Ambos tomaron asiento, Manuel en la misma silla en la que se encontraba instantes antes y Juan en una muy cercana en donde podía ver la expresión perfilada de su rostro—. Hace años, cuando tenía cerca de 18 años alguien dejó mi vida y desde ese entonces he tratado de huir de su recuerdo; él era un amigo muy especial, el hijo de mi nana, imagínese, crecimos juntos. Fue la única persona que realmente quise en toda mi vida, todavía lo quiero, y este era su medallón. Recuerdo cuando lo hicimos. —Saca algo de uno de los bolsillos del pantalón—. Son iguales, el mío dice AC, era de él, de Andrés.

Juan mira la expresión nostálgica que se ha apoderado del rostro de Manuel, siente que debe parar esto antes que Manuel se haga más daño, ya sabe la razón por la cual está allí.

—Yo vine a buscarlo. Siempre creí que había huido y que esta tontería de su muerte no había sido más que un invento de mi madre para separarnos. El hijo del gran Don Santiago Serrano no puede ser el mejor amigo de su peón y mucho menos amarle. Hace un momento me preguntó por qué tengo yo ese medallón, pues bien, le diré. Soy Andrés.

—No bromee con eso.

—Soy Andrés, pequeño Mino.

—¿En serio eres... tú? —pregunta sorprendido.

—Sí.

—Pero, ¿por qué te fuiste? ¿por qué apareces hasta ahora? —Se levanta airado de su silla y se coloca frente a Andrés.

—Tal como lo has dicho tu madre me obligó, ella nos vio el día en que cambiamos medallones y nos... besamos. Me amenazó con matar a mi madre y hermana. No tuve opción, tuve que dejarte para que ustedes pudieran vivir. Me convertí en un errante después de eso, siempre supe que las personas que amo estaban a salvo. Nadie tenía que morir por nosotros.

—Y has venido hasta acá ahora porque ella ha muerto.

—Así es, y está vez me quedaré contigo; todo este tiempo lejos ha sido insoportable. Cada noche pensaba en las escapadas, y los días de lluvia, esos que solía disfrutar junto a ti... se convirtieron en dolor.

Manuel lo mira fijamente y sonríe, se acerca y lo abraza como si buscara fusionarse con él. Necesita sentirle de nuevo, fueron más de 10 años en los que la esperanza había muerto y de la nada volvía a renacer. Termina su abrazo, lo mira a los ojos y desliza sus manos sobre su rostro, segundos después junta los labios con los suyos, dando ese beso que tanto tiempo pedía ser liberado.

—Y esta es la razón por la que estoy aquí —finaliza Andrés.

FIN

ROMANTILLA | CONCURSO DE EDICIONES FRUTILLAWhere stories live. Discover now