El exilio del Cid

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El rey Alfonso envió al exilio a su mas leal y capaz servidor, Rodrigo Díaz El Cid, con tan solo su caballo Bavieca. Mis dos hijas y yo nos quedamos en un monasterio en Castilla. Cuando Rodrigo y yo nos separamos, sentí como si me hubiesen arrancado una uña del dedo. Solo, Rodrigo se alejo cabalgando en el invierno castellano. Pero no estuvo solo mucho tiempo. Donde quiera que fuera, encontraba mercenarios y soldados deseosos de seguirlo. Pronto tuvo un pequeño ejército propio, pero El Cid no deseaba quedarse para siempre vagando por los desiertos páramos de Castilla. Necesitaba un castillo y un señor al que servir. También lo encontró, aunque en el mas insospechado de los lugares. 

Mutamid, señor de Zaragoza, era un gobernante carismático, además de poeta y artista como muchos otros moros. Los logros culturales de los moros hacían que el resto de Europa pareciera bárbara en comparación. Mientras El Cid conversaba con el señor Mutamid en su suntuoso palacio, este comía de platos que le llegaban flotando sobre un canal interior. Mutamid otorgó ricos regalos al Cid y lo convirtió en un hombre rico. Pero el Cid, siempre leal a Castilla, le convenció para que ratificara un tratado por el que Zaragoza se convertía en parte de Castilla. Aún desde el exilio, El Cid seguía expandiendo el imperio de Alfonso. El Cid nunca lucho abiertamente contra el rey Alfonso, aunque si lo hizo contra el Conde Berenguer y otros señores españoles que de los moros solo buscaban los tributos en oro y no estaban interesados en hacer alianzas con ellos. El Conde Berenguer sería el enemigo del Cid durante muchos años.

El CidWhere stories live. Discover now