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Por Ami Mercury


He borrado el Minder. Si te soy sincero, no tuve ni que pensármelo dos veces. Solo hice memoria, recapacité acerca de lo que me ha aportado e hice balance. La respuesta estaba clara: un montón de fracasos —algunos te los he contado, otros no— y ningún éxito.

He salido con varias personas, he tenido citas más o menos desastrosas y en ninguna he disfrutado plenamente. Hace tiempo que me di cuenta de que, en todas esas citas, buscaba algo. Algo indefinido y desconocido. En todos esos hombres buscaba rasgos, maneras, manías... o que me hicieran sentir de un modo determinado. El problema era que yo no sabía qué sentimiento era ese que ansiaba. No sabía qué rostro deseaba, qué ojos, qué sonrisa. Qué voz esperar susurrándome al oído. Qué risa escuchar en una mañana de resaca cuando suena el teléfono antes del mediodía y yo contesto desorientado y aturdido. No me daba cuenta de que todo mi anhelo no era abstracto. No era consciente de que, desde el principio, a quien quería ver esperándome en esos restaurantes, en las cafeterías y pubs, era a alguien muy concreto.

Atiéndeme bien ahora porque no quiero que te pierdas nada. Lo que voy a decirte te resultará extraño y fuera de lugar pero puedes creerme si te digo que no es nuevo. Solo que yo, en mi eterno despiste y con esa especie de obsesión que siempre he tenido de no darme cuenta de las cosas que tenía ante las narices, he tardado meses en verlo. ¿Meses? Perdona; quise decir años. Quise decir toda la vida.

Porque no ha pasado un solo día desde que te conocí en el que no te hubiera querido.

Sí. Eres tú. Tú, que has sido mi compañero, mi amigo, mi confidente. Tú, que estabas ahí cuando me he roto, que me has ayudado a recomponerme. Tú, que tocaste fondo y aceptaste mi mano para alzarte de nuevo. Estoy enamorado de ti y solo puedo arrepentirme de no haberme dado cuenta antes.

Hemos compartido tantas cosas. Fuimos uña y carne y los años no nos han distanciado. Relajado, quizás, pero ahí sigues. Y tu eterna presencia en mi vida no ha hecho sino aferrarse a mi alma poco a poco hasta acunarla en sus cálidos brazos. Qué frío me sentiría si no estuvieras. Qué solo.

He deseado encontrarte en todas esas caras extrañas, al fin lo comprendí. Y en cada diferencia que encontraba entre ellos y tú, mi elección se hacía más y más clara hasta ser transparente como el agua.

Pero no te aflijas. Hemos sido amigos durante media vida y no quiero perder esta amistad. Lo que yo sienta por ti no debe separarnos. Atesoraré mi amor y dejaré que me abrigue sin pedirte nada. No te voy a exigir, nunca desearé estar en el lugar del hombre que, cuando aparezca, camine a tu lado hacia la vejez. Te quiero libre y feliz y a mi lado como el amigo que siempre fuiste.

¿Lloras? ¿Estás triste? Aunque no hay tristeza en tus ojos, lo sé porque los he mirado infinidad de veces. Estás contento y... aliviado.

Dios mío. Oh, Dios, no lo sabía. Yo, que creía conocer todas y cada una de tus expresiones, no conocía esta. ¿Por qué, si ya me has mirado así antes? Si cierro los ojos puedo evocar tu cara cuando estás contento, cuando estás triste, enfadado, eufórico y mil cosas más. Pero nunca he reconocido el amor en tus ojos. Hasta ahora. Y sé que me has mirado así antes.

Tu beso sabe perfecto. Es el primero y, sin embargo, nuestros labios se entienden como si llevaran toda la vida juntos. Quiero más. Quiero que me beses por todas esas veces que no lo has hecho y por las veces que no te he besado yo a ti. Explórame, lámeme, cómeme si es necesario.

Bésame como si fuera tu primer beso que yo te besaré como si fuera el último. Y todos serán así, todos desde hoy. Los que voy a darte cada día hasta que no seamos más que dos ancianos enajenados.

Pienso contarlos; prepárate.

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