2: Sweet Dreams

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Castiel.


Nathaniel estaba sentado en mis piernas mientras me besaba, su boca con olor a marihuana, en tanto la música retumbaba en el bar donde nos encontrábamos, medio escondidos en uno de los sillones del fondo.

Yo mismo lo había sentado allí luego de buscar unas cervezas para tomar, sonriéndole maliciosamente cuando metí una mano dentro de su pantalón y lo comencé a masturbar sin importarme donde estábamos.

Se alejó, ruborizado, gimiendo contra mi oído cuando dejé la botella de cerveza sobre la mesa y metí mi reciente mano libre en su pantalón también, sólo que en su zona trasera, presionando un dedo contra su agujero.

—Esto... es injusto... —susurró entre jadeos—. Yo quería... ba-bailar contigo...

—Sabes que yo no bailo, príncipe —le dije sacando mi mano de su culo.

Me miró de forma grosera, haciendo un puchero inconsciente con sus labios, y le di un pequeño pico antes de sacar un porro.

Nathaniel me observó, acariciando una mejilla con su mano, para luego acariciar suavemente mi ojo hinchado y negro.

Papá había estado enojado ese fin de semana porque perdió unas apuestas y, como siempre, tuve que cargar con las consecuencias.

Pero ya estaba acostumbrado a eso. En realidad, sería demasiado raro que no tuviera un nuevo golpe cada semana. Mi hogar era un puto infierno, porque mamá era tan alcohólica como el hijo de puta de papá, e incluso a veces se ponían de acuerdo para sacarme la mierda si las cosas no iban como ellos querían. ¿Por qué seguía con ellos a pesar de que ya tuviera veinte años?

Porque prefería que me golpeara a mí a que golpeara a mi hermano menor, Kentin, y sabía que si yo no estaba con él, mi hermano, de la misma edad de Nathaniel, terminaría con un ojo morado.

Encendí el porro, fumando lo más rápido que pude, para luego tendérselo a Nathaniel, que negó con la cabeza y sacó una pequeña bolsita con cocaína en su interior.

Sabía que quería preguntar sobre mi ojo morado, pero teníamos un silencioso acuerdo de no inmiscuirnos en la vida privada del otro. Así como a él le daba curiosidad eso, yo moría por saber su historia personal. Porqué bebía y se drogaba a pesar de ser un niño mimado.

Nathaniel se movió entre mis piernas, frotando su trasero contra mi polla medio erecta, y le di un apretón. Él sólo se rió, provocándome, pero prosiguió a dejar caer el polvo blanco sobre la mesita, alineándolo en pequeñas tiras con una tarjeta para comenzar a aspirar.

Lo miré en silencio mientras hacía eso, pensando en lo precioso que era Nath a pesar de todo. Sabía enloquecerme con sólo una mirada, con sólo unas palabras, teniéndome en la palma de su mano sin dificultad alguna.

Levantó su rostro, mirando el techo, y lo atraje a mi regazo.

—Quiero bailar... —murmuró mientras besaba su cuello.

—Podemos utilizar ese cuerpo para otra cosa —gruñí sin soltarlo un poco—. Si vamos al baño...

—¡Quiero bailar! —protestó casi haciendo un berrinche.

Lo miré inexpresivamente, diciéndole que no pensaba aceptar, y empezó a frotarse contra mi pierna como si fuera una maldita perra en celo. Bastardo.

Estaba a punto de ceder cuando nuestra pequeña burbuja fue interrumpida por un pendejo.

—Disculpen —balbuceó el recién llegado. Tenía el cabello teñido de Azul y era alto, más alto que Nath —. Yo... me preguntaba si querías bailar conmigo.

Born To Die || Casthaniel. Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum