Capítulo Ocho

15K 2.2K 569
                                    

El silencio reino unos minutos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El silencio reino unos minutos. Mi madre miraba fijamente a Laín.

— Creo que esas palabras son un poco fuertes, ¿no te parece?

— ¿Por qué, señora? ¿Cree que soy joven y no sé lo que quiero? —preguntó Laín sin siquiera pestañear.

— Oh, no. No me refería a eso. Pero bien lo que dijiste, eres joven, puedes conocer a otra persona.

— Entiendo, pero debe tener en claro que podría conocer a miles, pero sé que ninguna será como Sofí.

— Buena respuesta—contesto mi madre sonriendo.

Pedimos la cuenta y cuando llegó pagó. Estaba guardando la cartera en su bolso cuando dijo.

— La decisión es tuya, Sofí. Si es que quieras intentarlo con Laín adelante, tienes mi permiso.

Laín sonrió, me miró esperando la respuesta. En igual de eso simplemente dije.

— Tenemos que irnos—me levanté y salí del restaurante.

Me subí al auto y me puse el cinturón, recargué mi cabeza en el vidrio, debía pensar bien las cosas y lo que hacía mi madre era meter presión.

El Trayecto de regreso fue incomodo ya que mi madre se ofreció en llevar a Laín al lugar donde se quedaba y este acepto.

Nadie decía palabra alguna, lo que, es más, Laín ni siquiera me miró.

Llegamos a mi destino, me bajé del auto y lo único que dijo mi madre fue.

— Ve preparando tus cosas, pronto vendré por ti. Yo me ocuparé de Laura.

Asentí, volteé al asiento trasero, Laín estaba mirando por la ventanilla, no me dijo nada.

Cerré la puerta y me aproximé a la entrada esperando que mi madre se marchara, en cuanto lo hizo Eros salió cruzado de brazos, lucia enfadado.

Empecé a caminar y este me siguió, una vez entramos a los dormitorios me agarró del antebrazo y me apretó.

— No creas que esto se va a quedar así, niña.

Sonreí.

— A mi no me amenaces —dije retirando el brazo—. Puedes meterlas por donde mas te quepan.

Eros me tomó de los hombros estampándome contra la pared.

— No te hagas la ruda conmigo, mi paciencia es limitada y...

— Déjala—ambos volteamos a la par, Carolina estaba a cierta distancia de nosotros.

— Regresa a tu habitación, no quieres meterte en mas problemas ¿O sí?

Carolina se aceró lo suficiente.

— Te lo repito, déjala.

Eros cedió, alejándose de mí.

N̶O̶ Fue otra noche locaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora