veintiocho

1.3K 89 19
                                    

Joanne

Alina miraba el televisor tan absorta como si acabara de descubrir tal objeto maravilloso. Tenía un yogurt descremado en la mano y una cuchara pequeña en la otra mientras masticaba lentamente y parpadeaba con frecuencia, sin prestar demasiada atención al exterior de su propio mundo. Sin embargo, cuando me levanté, cercano el mediodía, se volteó para mirarme casi con gesto de preocupación.

—¿Estás bien? —Fue lo único que dijo. Sabía que me gustaba despertarme temprano, y además de aquella falta singular a mi costumbre no existía manera de ocultar lo mal que había dormido la noche anterior.

—Sí. —Mi respuesta fue cortante. Tomé media taza de café frío y una tostada bastante reseca de la panera—. Almorzaré con Mats y más tarde iré a ver a papá.

Sabía que hacía unas semanas yo había recuperado el trato con mi padre, quien no estaba dispuesto a dejar de lado a su hija menor, ignorando el escándalo que hubiera proferido mi madre de hallarse al tanto.

—De acuerdo. —respondió. No obstante, había algo en mí que no la convencía—. ¿Puedo preguntarte por qué tienes esas ojeras?

—Puedes pero no deberías. —mascullé, con una sonrisa irónica en el rostro antes de besar rápidamente su mejilla y salir a la calle. No me sentía dispuesta a rememorar mi discusión con Manuel, si bien no dejaba de hacerlo a cada instante.

Aún me dolía recordar sus palabras. El desinterés que profería hacia mí oculto entre aquellos pretextos que decían cuidarme. Hipócritamente, estaba haciéndome saber que no le importaba en absoluto nada de lo que hubiera sucedido entre nosotros. ¿Por qué a mí sí?

El sol sobre mi rostro me llevó a olvidarlo por un instante. Fingiría que aquello me tenía sin cuidado y me negaría a pensar en él hasta que la simple mención de su nombre dejara de dolerme y su mirada ya me diera igual. Que su sonrisa no brillara en mi mente y cada una de las frases susurradas carecieran de sentido.

Mats estaba esperándome en un rincón del restaurante acordado, jugando con las flores que hacían de centro de mesa. Permanecía distraído y se veía bien, aunque cansado tras haber vuelto del entrenamiento. Acaricié su cabello con suavidad a modo de saludo y él sonrió al verme.

—Patito de goma. —rió. No había tenido en cuenta que muy posiblemente la vida decidiera no estar de mi lado aquella mañana. No dije nada y me senté frente a él, quien hizo un ademán para llamar a la camarera.

—¿Cómo estuvo el entrenamiento? —pregunté distraídamente. Él arremangó su camisa y sonrió.

—Bien, supongo que igual que siempre. —Se encogió de hombros—. pero hago un balance para que la rutina no me aburra.

Lo miré. Supe que me escondía algo pero que no estaba dispuesto a compartirlo conmigo, sino ya lo habría hecho. En ese instante, sin embargo, no me exasperó. Una muchacha joven trajo la carta, sin atraer la atención de mi amigo a pesar de sus intentos por lograrlo y yo se lo agradecí al tiempo que me inmiscuía en la página de las minutas.

—¿Qué vas a ordenar? – preguntó, consciente de que los menús complicados me llamaban mayormente la atención.

—Paella. —respondí con simpleza y sin haber encontrado tal plato en la lista—. ¿Tú?

—Filete de merluza. —volvió a llamar a la joven tras dudar un par de minutos acerca de su elección y ella acudió enseguida. Una vez hubo entrado en la cocina, él sostuvo mis manos entre las suyas por encima de la mesa.

—¿Por qué regresaste a Dortmund? —preguntó, mis dedos jugaban con los suyos. Quizás creyera que algo no estaba bien. Chasqueé la lengua, y respondí sin mirarlo directamente.

Tren a BavieraTempat di mana cerita hidup. Terokai sekarang