treinta y siete

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Joanne.

Manuel se marchó a media mañana de un modo por demás de sigiloso, mientras que yo mantenía un sueño tras otro cuyas similitudes se hallaban en la incoherencia, como si competiesen entre sí. Había sido una de aquellas jornadas de sueño en que las sábanas parecen más suaves y cálidas de lo que uno está acostumbrado. El ambiente más dulce. Los sonidos, acompasados. Como si todo se acoplase a nuestro cuerpo y la noche nos acariciara la piel de una forma casi romántica. Y en aquella habitación, podía jurar, el amor era mucho. 

No sé si besó mi frente o dijo algo para devolverme a la vigilia. En todo caso, no lo sentí. Supongo que se limitó a vestirse y abandonar mi departamento sin más, preocupándose solamente por no despertarme. Aún así, mi primer recuerdo en aquella mañana fue el estruendo de la puerta al cerrarse con un poco más de fuerza de la habitual. Cuando abrí los ojos, él ya se había ido.

Las sábanas me cubrían sólo a mí. Se desperdigaban desordenadamente al final de la cama allí donde Manuel hubiese estado mientras que su almohada permanecía impoluta junto a la cabecera de roble. Me senté sobre el colchón y absolutamente dormida, la contemplé por unos momentos sin pensar en nada, incapaz de hacerlo. Luego la tomé entre mis manos para así sentir el aroma que su cabello hubiese dejado. Suave, si bien presente. Sonreí por un instante y me reí de mí misma al siguiente; viéndome como una adolescente tras su primera vez. Cuando sientes que aquel hombre es el indicado, el que siempre has esperado. Y por el mero hecho de haber compartido con él uno de los acontecimientos más memorables de tu vida, quieres regalarle todos los demás, transitar años juntos, sin importar dificultades ni imprevistos. En ese entonces, nada más importa. 

El bebé pateó, inquieto. Como si mi felicidad también fuera suya y quisiera compartirla. O si estuviese reprochando que aquello no sucediera antes. De un modo u otro, no pude evitar acariciar suave, tranquilizadoramente mi vientre y sonreír. Lo amaba de un modo que jamás había amado a nadie antes ya que, según se dice, todos los amores son distintos. Y por ese entonces creí que el de madre es el más puro. Una madre da sin intenciones de recibir retribución alguna. Lo hace porque está en su naturaleza e instinto proteger, es feliz de esa manera. Y yo lo era por el simple hecho de sentir a aquel pequeño retoño dentro de mí moviéndose; haciéndome cree que quizás tenía intenciones de decirme algo. O quererme también. 

Sabía que lo recostaría a mi lado sólo por verlo dormir y sentir su respiración me daría paz. Que yo sería la persona a quien primero buscaría cuando tuviese los ojos llenos de lágrimas por alguna razón, y no podría dejar de sonreír al oírlo llamándome mamá. Luego crecería y yo me preguntaría cuándo fue que lo hizo. Lo vería tropezar alguna vez, y no podría evitar que me doliera tanto, o quizás más que a él, aunque sepa que así es la vida. Sería su primera escuela, su primer apoyo, el más incondicional. Tendría que enseñarle a vivir, aunque en ocasiones yo misma desconociera la manera de hacerlo. Nadie es capaz de explicar una fórmula correcta, inequívoca para ser padre, pero en cierto punto, yo me sentía preparada. 

Me vestí rápidamente al levantarme, con la leve sospecha de que, en algún que otro segundo, pude sentir su esencia permaneciendo en mí. El sólo recordar cómo sus manos recorrían mi piel, a veces con ternura y otras con ansiedad y deseo, volvía a estremecerme de manera inexorable. Mordí mi labio como si los suyos aún estuviesen allí; anhelando su presencia, permaneciendo en la cama los dos, entre besos y sonrisas cómplices incapaces de decir nada, aunque pudiesen expresar demasiado. 

'Perdón, me he ido a entrenar. 
Que tengas una preciosa mañana. 
Te pensaré demasiado. 
Te amo. Manuel.' 

La nota permanecía pegada a mi taza de café. Manuel había dejado la infusión caliente en la cafetera y algunas medialunas recién compradas sobre la mesa. Soñé con la cantidad de desayunos que compartiríamos juntos, y mientras un sorbo de la bebida me recorría la garganta me cuestioné a mí misma si estaba haciendo lo correcto. Imaginar el futuro de aquella manera quizás fuese prematuro; por ese entonces me resultaba ineludible. ¡Cómo lo quería!

Fue allí cuando dudé si el timbre realmente había sonado o si había sido una impresión irreal en mi mente ya que me hallaba tomándome el tiempo de soñar un poco más de lo habitual. Me detuve a oír, poniéndome de pie tras el segundo intento de quien fuera que deseara encontrarme. Un joven de sonrisa tímida y ojos brillantes se hallaba junto al umbral, llevando en sus brazos un precioso ramo de rosas rojas y un peluche mediano. 

—¿Es usted Joanne Van Aller? —El cabello rubio le caía sobre los ojos y aún poseía algunos granos sobre las mejillas sonrosadas. 

—La misma. —murmuré, sin poder evitar que una sonrisa se me escapara—. ¿Es para mí? 

El muchacho asintió, entregándome los regalos. Sonrió como si fuera cómplice de un secreto y luego se marchó. Sabía que aquello no podía ser obra sino de Manuel. Hubiese sido una coincidencia del destino que Sven decidiera sorprenderme aquella misma mañana. Quizás una demasiada siniestra. Evité pensar en él para no sentirme culpable hasta que llegase el verdadero momento de enfrentar aquellos sentimientos que no me veía capaz de experimentar y hablar con Sven. 

Conté más de dos docenas de rosas. Cada una más fragante y bella que la anterior. Suaves al tacto y carentes de toda espina. Cuidadas en cada simple detalle. Perfectas, dignas de él. Junto a ellas encontré una pequeña nota donde su caligrafía, más esmerada de lo usual, se demostraba en unas pocas palabras. 

'De anoche, lo que más recuerdo, es cómo te latía el corazón' 

Sonreí, sabiendo que mi corazón casi volvía a latir de la misma manera por tan sólo leer aquello. El amor me corroía, imposible de ser controlado. Quizás se debiera a aquellas semanas en las que me habría prohibido pensar en él. Por entonces, me veía incapaz de dejar de hacerlo. 

La pequeña criatura de peluche resultó ser un lobo color beige y marrón, con ojos azules y una expresión de absoluta ternura, como esos juguetes suelen ser. Un falso pelaje terso y olor a nuevo. Allí donde generalmente poseen un corazón, sostenía un sobre. 

A mi hijo o hija: 

A ti, mi pequeña felicidad que aún no nace. No sabes cómo te espero. Cómo tu mirada me persigue en sueños y el sólo imaginar tu sonrisa me eriza la piel. 

Siquiera sé cómo vas a llamarte, pero tu existir me completa, y anhelo tenerte en mis brazos, verte por primera vez, contemplar tu diminuta sonrisa y saber que eres mío. Sentirme orgulloso, a sabiendas de que con el tiempo lo estaré más. 

En ocasiones no puedo evitar el deseo de que estos meses que faltan para tu llegada transcurran lo suficientemente rápido para hallarte aquí, aunque saberte con tu madre también es una maravilla. Quizás no lo note, pero te acaricia la mayoría del tiempo y sus ojos despiden una luz especial cuando lo hace. Te protege, y te quiere tanto como yo lo hago. 

Formaremos una gran familia junto a ella, mi pequeño. Y espero que no se asuste al leer estas palabras, quizás sea demasiado pronto pero jamás en mi vida he visto una mujer semejante. Y no te contaré más, tal vez no quieras saber; sólo puedo decirte que serás el niño o la niña más amado que pudiese existir en la tierra. 

Quiero cuidarte, verte crecer y aprender junto a ti. En muchas ocasiones, inclusive sin necesidad de dormir, sueño con llevarte de la mano, enseñándote a dar tus primeros pasos, oyendo tu voz fina recitando palabras inseguras que cada vez se vuelven más comprensibles, mientras que tus ojos jamás dejan de brillar con esa inocencia de infante que espero, te pertenezca, aún en el fondo del corazón, durante toda tu vida. 

Siempre estaré a tu lado, cuando la vida quiera ser tu amiga así como cuando el cielo se vuelva gris. Siento que ya estoy amándote, y tengo la certeza de que nunca dejaré de hacerlo y por eso este es el primer regalo de muchos, porque desde que llegaste, eres mi princesa o mi guerrero; la razón de mi existir. 

Papá


Tren a BavieraWhere stories live. Discover now