M. I. D. N. I. G. H. T.

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El silencio ya era el mejor compañero de ambos

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El silencio ya era el mejor compañero de ambos.  Quizás era más incómodo el tener que charlar de lo que pensaban que usar el sexo como la moneda en sus transacciones. No fue sino hasta que el ruso apagó su cigarrillo en el pequeño cenicero de cristal que Brooklyn tenía en su habitación, que se escuchó un ruido.  

—¿Quieres conocerlo? –susurró recostado en el otro. Apenas habían terminado con los negocios. De alguna manera, era ese cliente, Bryan Kusnetzov, su nombre internacional, el único que creaba una paz interior en el inglés. No había necesidad de drogas, ni de romper el muro que no lo dejaba recordar lo que había hecho de su existencia.

—¿Por qué no? –exhaló la última cantidad de humo en su interior. –Confío en que tu decisión será la mejor.

—¿Confías tanto en mí? –sonrió divertido, dejando que su cuerpo obedecía a sus impulsos y terminará por sentarse sobre la cadera del otro.

—Hasta ahora, haces cosas buenas —claro que sí. Siempre era complaciente con él y eso, al ruso, lo llenaba de regocijo.

—¡Hmmm! –acomodó su cuerpo, abriéndose paso, sobre la entrepierna de su cliente favorito –Yo soy bueno.

Suavemente, ambos se inclinaron y unieron sus labios. Sabía que el otro siempre era rudo y brusco, lo había notado en tantas sesiones y citas que habían tenido, pero aún así, encontraba ese momento totalmente suave y relajante, como si su realidad se distorsionada y, en un instante, su vida estuviera completamente fragmentada entre el placer y la gentileza de un romance que comienza a florecer.

Sus besos eran agresivos, casi violentos. A veces, sentía como le clavaba los dientes en sus tersos y suaves labios, inclusive, dejaba escapar pequeñas y deliciosas gotitas rojas que terminaba por lamer. Para el pelirrojo, eran esos instantes los que lo hacían estremecerse. A pocas personas podía darse el gusto de besarles y no sentir que sus entrañas se destruían por completo, añorar por que así fuera, y era una de las únicas dos personas que le provocaban genuina dicha al siquiera tocar su mano.

Por otra parte, estaba Bryan, que añoraba el tiempo que pudiera pasar al lado del inglés, y aún así, no se atrevería a aceptar que en algún remoto rincón de su mente, deseaba a alguien tan impuro y repugnante como podría ser una puta. Por ello, sólo se atrevía a tratarlo como era debido tratar a una prostituta de ese nivel: teniendo cualquier clase de servicio de él. A veces, sólo iba a que le diera un masaje para deshacerse de la tensión o para que le acompañara a charlar. Desafortunada o afortunadamente, no resistía mirar a Masefield sin tener que cogérselo. Así lo veía él. Así lo quería creer, incluso si, cada vez que trataba de convencerse a sí mismo de esas ideas arrogantes de superioridad, se pudría por dentro.

Esta vez antes de que tuvieran que repetir las faenas cotidianas, fue Brooklyn quien se alejó de golpe, aún desnudo por la dura actividad que habían tenido antes, y se puso de pie, buscando su tan amada bata satinada que usaba en casa siempre. Estaba tirada justo bajo la cama. La sostuvo en sus manos: sus ojos y su tacto la recorrieron, ¡sí acaso pudiera hablar! Una sonrisa enmarcó su rostro y se envolvió con ella con grácil elegancia. Eran esos movimientos etéreos los que chiflaban los instintos del ruso. ¿Cómo resistirse a algo tan fino y sutil que por dentro es como un tifón? Mientras su pecho ardía por él, lo imitó, parándose y vistiéndose con la elegante ropa que se daba el lujo de comprar. Tenía el dinero que quisiera, ya que era el dueño y heredero de la compañía de sus padres. Así era como gastaba cuanto quisiera en la maravillosa, aunque denigrante, compañía del inglés.

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⏰ Last updated: Apr 09, 2019 ⏰

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•Lucifer•Where stories live. Discover now