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frank y yo comenzamos a llevarnos mejor de lo esperado.

al menos de lo que yo esperaba.

al día siguiente de la cena, a eso de las doce del medio día, me encontraba guardando un par de cajas en el sótano, cuando un pequeño libro cayó sobre mi pie.

me permití chillar por un corto segundo, para luego agacharme con cuidado, y tomar el librillo en mis manos.

“1001 poemas”.

sonreí de forma leve, y con cuidado dejé el objeto sobre una caja, terminando de organizar las cosas que mi madre me había pedido acomodar.

cuando acabé, subí las escaleras con dirección a la salida.

─¿gerard? ¿ya acabaste?─ salió mi madre de la cocina, llevaba puesto unos guantes.

─eh, sí. pero debo ir a llevarle algo a frank, ¿no hay ningún problema con eso?

─por supuesto que no. solo no tardes, el almuerzo estará listo en breve.

hice un sonido de afirmación y salí de una vez por todas de la casa. luego de eso, le entregué el libro a frank, y el lo aceptó con una gran sonrisa. ese día, luego del almuerzo, frank y yo pasamos toda la tarde en su habitación, solo leyendo poemas.

ya había pasado una semana desde ese acontecimiento y ahora, me hallaba sentado en el parque central de la ciudad con la cabeza de frank sobre mis piernas.

frank tenía cáncer.

era la razón por la que su pie estaba fracturado. cuando hace dos meses golpeó su talón contra una silla del comedor.

él me lo contó todo cuando sin querer pisé su mano mientras él estaba sentado en el suelo.

me dijo la razón de por qué sus huesos eran tan frágiles.

tenía cáncer de huesos.

y eso solo logró sorprenderme. sus ojos tan iluminados, una familia tan perfecta. jamás pude haber pensado que ese extrovertido chico pudiera tener esa enfermedad.

sus padres aún no se acostumbraban al hecho de que su único hijo pudiese morir en cualquier momento.

sin embargo frank se mantenía siempre tan alegre, y a veces no lograba entenderlo.

hizo una mueca y cerró su libro, mientras me miraba de cabeza.

─¿escuchaste lo que te dije, salame?

─¿salame?─ reí.

─tonto. te decía que, a veces te veo muy triste.

ladeé mi cabeza en ese momento, y le sonreí por primera vez, sin apartar mi vista.

─deberías alegrarte de poder estar donde estás─ murmuró, para volver a meter su cabeza dentro de ese libro.

pero yo solo acaricié su cabello suavemente.

─tal vez.

ʙᴏɴᴇs ᶠʳᵉʳᵃʳᵈDonde viven las historias. Descúbrelo ahora