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Ya habían pasado diez años, cómo podía ser tanto tiempo si todos los días parecían iguales

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Ya habían pasado diez años, cómo podía ser tanto tiempo si todos los días parecían iguales. El sol siempre salía por el mismo lado y la luna me iluminaba el camino por la noche. Comía, bebía, nadaba, cantaba, y existía, así se podía resumir mi vida. Existir. Hubo un tiempo en el que sentía que nada me faltaba, luego ese espacio que no sabía que estaba vacío se llenó y me sentí eufórica, estaba viviendo. Pero todo eso me fue arrebatado, no podía ser desagradecida, todo pudo haber resultado peor, al menos no lo había perdido todo, tan sólo esas piezas.

Al menos el sol seguía saliendo y la luna me seguía iluminando.

Parecía una vida diferente, parecía ser la vida de alguien más. Supongo que lo era. Si cada día despertaba sintiéndome ajena a lo que me rodeaba.

Ya había pasado diez años, se sentían como mil.

Llevaba tanto deseando que por fin llegara este día, demasiadas noches soñando sobre cómo sería cuando pudiera respirar el aire y no sentir que me quemaba la rabia y la impotencia.

Mi vida aún era corta, quizás en el otro extremo de la cuerda, cuando decidiera terminarla, todo esto se vería como una bruma que empañó brevemente mi larga presencia.

A menudo me preguntaba si algún día dejaría de importar, si pensaría en ello y en vez de sentir un nudo en la garganta simplemente me encogería de hombros, recordando lo doloroso que fue pero ya no sintiendo el escozor. Pensar en ello me hacía sentir terrible. ¿Tenía algún sentido que yo sintiera el deber de serle fiel a un sentimiento, a un recuerdo?

Pero ya habían pasado diez años, y estaba en un pequeño rincón escondida, viendo cómo se alejaban en la negrura del océano.

Se había hecho la reunión de despedida en la tarde y había optado por partir en la noche, cuando ya todos estuviesen durmiendo.

Me quedé ahí sentada, el agua a la altura de mi cintura, me quedé viendo en dirección al último lugar en el que lo pude distinguir.

En ese momento parecía que todo seguía exactamente igual, se sentía exactamente igual, había llegado el momento que estaba esperando. El descanso y el sosiego de su ausencia. Pero en ese momento, que por fin había llegado, me daba cuenta que no era suficiente, que era una alegría vana y un descanso falso, porque mi vida duraría cuantos años como se pudieran contar y que un mísero mes de calma no iban a borrar los recuerdos.

No me fijé en todo el tiempo que estuve allí, pero el sol había empezado a salir y no dormí nada en toda la noche.

—Ahí estas.—Coral me ayudó a subir a nuestra roca. Me había tomado el tiempo en nadar hasta allí, para desperezarme. Había dado una vuelta completa a toda la isla. A parte de los que salían a buscar la comida no había nadie despierto, por lo que nadie me vio con la guardia baja.

—Aquí estoy.—Coral se estaba estirando, calentando antes de empezar a nadar a la pequeña isla en la que entrenaba. Se notaba que hacía poco había despertado porque sus ojos estaban hinchados y descansados, su corto cabello estaba, negro obsidiana, estaba despeinado. Era tan oscuro que cuando se mojaba parecía ser azul.

©SiremalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora