Capítulo 22. | Lo que el tiempo se llevó.

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Sicilia.

Zara Di Ángelo.

— ¿Te ha comido la lengua el gato?

Volvió a hablar acercándose cada vez más. En ese momento no pensé, en cambio lo único que hice fue adelantar un pie y rodearlo con mis brazos fuertemente. Noté su cuerpo tensarse. Su piel destilaba una fragancia amaderada, un olor que se mezclaba al suyo propio y que traía tantos recuerdos buenos como malos. Por raro que pareciese no sentía cariño y me sentía incómoda con el abrazo a pesar de haberlo iniciado. No supe el porqué me sentía así, tanto mi cuerpo como mi cerebro se sentían extraños, mi cabeza me gritaba que me alejara por un motivo el cuál no lograba entender.

¿Por qué después de tanto tiempo mi cabeza había decidido que no era buena idea estar aquí? ¿Es que me quería volver loca?

Me alejé lentamente. Enzo me observaba atento.

— ¿Dónde has estado todo este tiempo? — Formulé la pregunta que había rondado siempre mi cabeza.

Se humedeció el labio inferior sacando un paquete de tabaco del bolsillo del pantalón. Sacó un cigarro y se lo colocó entre los labios, seguidamente me ofreció la caja para que cogiese uno. Lo hice. Después de encenderlo lo miró pensativo.

— He estado aquí y allí, en muchos sitios y en ninguno a la vez. — Respondió con una ligera indiferencia.

— En muchos sitios menos en Roma. — Ataqué.

Me miró y noté como alzaba brevemente la comisura de sus labios. Le di una calada al cigarro y expulsé el humo en su dirección.

— Si lo dices porque no he ido a verte estás muy equivocada. — Repuso. — En todo momento sabía que hacías.

Una risa seca se me escapó de los labios.

— ¿Mandar gente a que me vigile? ¿Ese es tu sinónimo de verme?

Una ligera rabia se encendió en mí rápidamente. No era capaz de pedir perdón por haber desaparecido durante años y lo más importante, por haber mandado a gente detrás de mí en vez de venir él a preguntarme cómo estaba. ¡Me había jugado la vida entrando a una cárcel para sacar a un asesino!

Sus ojos se detuvieron en mi rostro, notando el enfado que crecía en mi interior.

— Me era imposible acudir en persona, ahora tengo responsabilidades, muchas responsabilidades. — Se excusó. — Pero ahora estás aquí y podemos ponernos al día.

Una sonrisa extraña adornó su cara. Estaba tan distinto que hasta dudaba si era la persona correcta.

— ¿Vives aquí? — Dije observando todo a mi alrededor. — ¿Es la casa de tu jefe?

Negó caminando hasta el escritorio, levantó el porta nombres y lo puso a mi vista.

— Soy el Sottocapo de La Nostra Vita. — Repuso con orgullo. — Esta casa es mía.

Leí el nombre varias veces, asimilando cada palabra que había soltado. Me resultaba inaudito que todo este palacio fuese de él, que él fuese el subjefe. ¿Cuánto me había ocultado hasta ahora?

Eché un vistazo a la habitación, toda la decoración tenía que costar una fortuna, mi hermano tendría que tener dinero para toda Sicilia.

Me eché las manos a la cabeza sobándome las sienes. Había tantas cosas que asimilar que cuándo volvió a hablar no supe como responder.

— Puedo contártelo todo, pero para eso y para que te puedas quedar, tienes que pertenecer a La Nostra Vita. — Añadió muy serio.

— ¿Qué? — Respondí tras escuchar aquella absurda y descabellada idea.

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