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A través de la ventana del único carro transitando por la vía noventa y ocho a las seis de la mañana, un niño se dio cuenta de que era una mañana triste en Clifford Valley, las nubes tapaban el cielo y opacaban la luz solar

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A través de la ventana del único carro transitando por la vía noventa y ocho a las seis de la mañana, un niño se dio cuenta de que era una mañana triste en Clifford Valley, las nubes tapaban el cielo y opacaban la luz solar. Hacía frío y no había mucha gente afuera caminando por las calles. Había tanto silencio que incluso se podía escuchar como la brisa le pegaba a las ventanas de los edificios.

Dentro de este carro de color negro, había un hombre conduciendo, una mujer en el asiento de copiloto y un niño de doce años en el asiento de atrás. Los tres tenían el pelo castaño claro, la piel blanca y la única diferencia entre el señor y el niño era el color verde de los ojos del menor, el cual había heredado de la señora en el asiento de copiloto.

La tensión que se podía sentir en el ambiente dentro del carro era agobiante. Al padre le sudaban las manos con tan solo pensar en lo que estaba a punto de ocurrir y el corazón de la madre estaba palpitando mucho más rápido de lo normal. El hijo que estaba sentado en la parte de atrás parecía ser el más afectado. Movía sus piernas como resultado de la ansiedad y estaba haciendo su mayor esfuerzo para contener las lágrimas.

El ambiente cambió de tenso a incómodo cuando se estacionaron en frente de una pequeña casa que se veía bastante acogedora. Al tocar la puerta, una señora que parecía estar en sus cuarentas, abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola, soy la doctora Claudia, ustedes deben ser la familia Medina, por favor siéntanse como en casa— Dijo la señora señalando una sala en la que sólo habían dos sofás, indicándole a la familia que debían sentarse a esperar.

El padre se sentó en un sofá solo y la madre se sentó con su hijo en otro sofá más grande.

Cuando el silencio se había vuelto mucho más molesto, la doctora Claudia apareció y le dijo a la familia que pasara a un cuarto más pequeño. El cuarto tenía paredes blancas llenas de cuadros coloridos, dándole un aspecto alegre y cálido. En una esquina había una mesa con cuatro sillas y encima de esta, varios juguetes para niños pequeños.

En el centro había un sofá individual y en frente de este un sofá más grande en donde cabían tres personas, que en este caso serían la madre el padre y el hijo. La doctora se sentó en el sofá individual y le pidió a la familia que se sentara en el otro, quedando el más pequeño en la mitad y los padres en las esquinas.

La sesión empezó y lo primero que la psiquiatra preguntó fue la razón por la cual habían decidido contactarla. La madre habló primero y le explicó a Claudia que desde hace algunos años, Iván, su hijo, se había estado comportando de manera anormal.

Habló sobre cómo por un mes Iván podía ser el niño más feliz del mundo, pero al siguiente mes, de la nada y sin razón alguna, parecía alguien depresivo que podía incluso llegar a tener pensamientos suicidas.

Luego habló el padre y dijo que estaban demasiado preocupados por lo que le ocurría a Iván, tenían miedo de poder llegar a perderlo. La psiquiatra escuchaba atentamente todo lo que los padres le decían sobre Iván, pero se dio cuenta de que el niño todavía no había hablado.

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