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En la casa cuarenta del barrio Lake Street del centro de la ciudad, se encontraba una familia bastante estresada

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En la casa cuarenta del barrio Lake Street del centro de la ciudad, se encontraba una familia bastante estresada. La madre iba de un lado a otro moviendo decenas de muebles en la sala, mientras que el padre subía y bajaba las escaleras acomodando las cajas. Llevaban guardando sus cosas desde las seis de la mañana y todavía les faltaban dos cuartos por vaciar. El camión de mudanzas llegaría en una hora a las tres de la tarde, así que el señor y la señora Andersen se vieron obligados a pedir la ayuda de dos personas complicadas.

— ¡Niños! ¡Comiencen a guardar sus cosas, las cajas están abajo en la sala! — Gritó la madre desde la baranda de las escaleras, con la intención de que sus dos hijos dejaran de ignorar el hecho de que tenían que irse de la casa en poco tiempo.

El mayor de los hijos era el típico adolescente rebelde y holgazán, razón por la cual se había rehusado a ayudar a sus padres con la mudanza. Consideraba que si vaciaba su cuarto tal como sus padres querían, ellos ganarían, ya que cuando le habían dado la noticia de que debían cambiar de hogares por cuarta vez en dos años, este expresó su inconformismo y rabia al respecto.

— Zaid, si no quieres que te quite tu teléfono por una semana, te recomiendo que te levantes y vayas por las benditas cajas — Dijo el señor Andersen con tono de autoridad. Conocía a su hijo a la perfección y sabía que no se iba a parar de su cama a menos de que le alzaran la voz o lo amenazaran con algún castigo. Tal como lo predijo, el muchacho se levantó con un gran suspiro y acató las ordenes de su padre de mala gana.

Zaid no era el único que necesitaba un pequeño empujón para hacer caso, así que el padre se dirigió a la habitación de su hijo menor con la esperanza de que este colaborara con una mejor actitud. El problema con este miembro de la familia era que la palabra normal no estaba en su vocabulario.

— Varen ¿Escuchaste a tu madre? — Preguntó el mayor desconcertado. Apenas había abierto la puerta, había encontrado a su hijo caminando de un lado para otro, jalando su pelo dorado bruscamente y contando repetidas veces del uno al diez.

Cualquier otro padre se hubiera asustado de sobremanera al presenciar dicho comportamiento en uno de sus hijos, pero este padre ya estaba acostumbrado a los actos de Varen. De hecho, ese tipo de escenas eran las responsables de que los Andersen se tuvieran que mudar tan seguido.

Varen nunca fue un niño normal, no traía amigos a la casa, no socializaba mucho con las personas y siempre fue conocido como el niño raro. Los padres habían decidido inscribirlo en un nuevo colegio que quedaba mucho más lejos que el antiguo, esta vez decidieron hacer el cambio porque por cuarta vez, el niño no pudo aguantar las burlas de sus compañeros.

Sus compañeros de colegio le daban todo tipo de apodos porque se comporta de manera extraña y tiene varias rutinas bastante peculiares. Siempre tiene que abrir y cerrar su casillero mas veces de las necesarias, cada vez que pisa una grieta cuando va caminando por la calle tiene que devolverse y hacer el recorrido nuevamente sin pisar una sola grieta. El desorden le aterra y la única manera en la que se puede calmar un poco es si cuenta de uno a diez repetidas veces.

Asylum [Zodiaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora