capítulo 6

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La tarde en casa de las gemelas organizando el lugar se tornó en un ambiente de bromas por parte de Phil y carcajadas. Habíamos propuesto una decoración simple y tradicional, ya que sería en lo que menos se prestaran los invitados.
Savannah había dictaminado los tiempos en los que se haría cada parte. Y gracias a su orden las tareas se volvieron más sencillas, dejándonos horas de descanso y dedicación para prepararnos.
Opté por aceptar el vestuario que me habían propuesto, ya que captaba mi sencillez añadiéndole su toque atractivo y omití sus comentarios sobre llamar la atención de Keelan, asunto que habían decidido sacar a luz durante toda la tarde.
Para el momento de la fiesta los primeros invitados  preguntaban interesados en la presencia de los dos chicos de los que tanto se hablaba.
Noté un par de miradas posadas delante mío cuando fijé los ojos en las figuras que se presentaron frente a mí en la entrada.
Eros y Keelan.
Confirmé mis dudas sobre el mensaje de la noche anterior, asombrada.

—Woah, te ves sexy bizcochito. Me dejas sin palabras —observé hacia otro lado cuando se acercó un poco más y susurró en tono confidente—. Creo que cuando envié ese mensaje el día de ayer, en realidad el destinatario era el correcto —le dediqué una mirada sorpresiva escondiendo el carmesí de mis mejillas ante su atrevimiento. La expresión lasciva por parte del pelirrojo se suavizó cuando detectó mi semblante—. ¿Sorprendida de vernos? —cuestionó cambiando el tema.

Sonreí en acuerdo, invitándolos a pasar. Keelan solo se detuvo por un instante, me inspeccionó de pies a cabeza y luego asintió en saludo, volviendo al lado de su amigo.
Ambos contaban con vestimentas sencillas, que en ellos parecían acomodarse a cada extremo. Eros vestía unos jeans negros ajustados junto a una camiseta blanca casi traslúcida, pero sin ser vulgar, que destacaba las horas de trabajo físico que llevaba encima.

Su compañero se había decidido por unos vaqueros azules más sueltos, pero que igualmente resaltaban su figura atlética combinando con la camiseta verde oscuro que dejaba ver gran parte de su masa muscular.
Para cuando los dos se adentraron, un grupo considerable de chicos se encontraban rodeándolos.
Las chicas se dedicaban a lanzarles miradas intensas.
Una de ellas se acercó al pelirrojo, y después de unas breves palabras, se lo llevó para otro sector.
Unos tragos y retos más tarde la fiesta estaba en pleno apogeo.
Transitar por el lugar se volvía casi imposible, y me encontraba caminando en cualquier dirección.
A unos metros de distancia se ubicaba Eros, quien aliviado se acercó de inmediato, con la duda plantada en su rostro y dos vasos que contenían un líquido de un fuerte color rosado. A simple vista parecían inofensivos, pero si algo me habían enseñado estos años en las pocas fiestas a las que había asistido, era que lo que más simplicidad aparentaba, seguramente lo descartarías al momento de ingerirlo.

—Gusanita, ¿dónde carajos se ha metido Natalie? —elevé mis hombros, indicándole que no sabía de ella—. Prometí llevarle un trago, solo me distraje por unos minutos en los que ella desapareció de la nada —siguió buscando con la mirada entre la multitud de personas, colocando el dorso de la mano a la altura de su frente para obtener un mejor panorama, movimiento que provocó que se marcaran los músculos resaltándolos bajo la ajustada camiseta que parecía ceñirse todavía más, si eso era posible.
Lo observé, porque fue imposible no hacerlo. Tenía que admitir que poseía mucho para atraer, y él lo sabía. Esa era su arma la mayor parte del tiempo, le resultaba bastante eficiente. Se beneficiaba de una singularidad atrapante y natural sin forzar sus actitudes y atributos.

La música retumbaba en toda la casa, y a estas alturas me sorprendía que ningún vecino se quejara del revuelo o llamara a la policía.

—Te ayudaré a buscarla, no creo que haya ido muy lejos —aceptó mí propuesta comenzando a abrirse paso entre las personas.

Distinguí a Natalie bailando entre un grupo de chicas cuando mis ojos conectaron con la pista improvisada ubicada en el centro de la sala.
Avancé rápidamente indicándole a mi acompañante dónde se encontraba mi amiga.
Pero antes de poder continuar, un tirón en mi brazo me detuvo de repente. Divisé la mano de un chico presionando mi muñeca. Su cabello revuelto y sus movimientos tambaleantes indicaban que había bebido más de la cuenta, perdiendo el poco sentido común que le quedaba.
Eros se posicionó a mi costado, elevando su voz sobre la música para que el castaño lo notara.

PERFIDIAWhere stories live. Discover now