Prólogo

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Lord James Alexander Douglas-Hamilton, décimo sexto duque de Hamilton y Brandon, era un joven de gustos sencillos y espíritu aventurero. Gustaba de disfrutar de las cosas buenas de la vida, sin por ello llegar a desligarse de las responsabilidades que el título que había caído sobre sus hombros le obligaba.
A sus 25 años podía sentirse satisfecho de haber llevado la vida con calma y sin grandes preocupaciones.

Había vivido las aventuras que había deseado, viajando a los lugares más exóticos que la corona podría encomendarle, siempre dispuesto a la aventura. Pero, así también, disfrutaba de las cabalgatas, las jornadas de caza y la natación desde muy niño, como de los paseos por bellos jardines, las tardes de sol y los eventos sociales.
Había decidido muy joven llevar una vida tranquila y sin grandes pesos que le atormentasen, disfrutando de todo aquello que se le presentase.

Muy seguro de sí mismo, de amistosa sonrisa y apuesto talante, era con agrado recibido a donde fuese y atraía con espontánea facilidad a las damas que lo rodeasen.
Contaba con dotes naturales a su favor, como un lacio cabello castaño que llevaba algo bajo de las orejas, una dulce sonrisa y una intensa mirada de ojos azul cielo.
No era un hombre alocado o irresponsable que incumpliese sus deberes, pero sabía disfrutar de lo que la vida le ofreciese,tomándose las cosas con calma y buen talante.
Por ello es que, aunque viajaba con frecuencia en comisión de la corona y sabía bien responder con los deberes para con su título, también disfrutaba de sus amistades durante la temporada social, los bailes y la ópera.  

Descendía de una antigua y ancestral familia inglesa-escocesa, cuya alcurnia y nobleza le habían asegurado un pasar lleno de privilegios.
En su más tierna infancia, había sido el niño consentido de su hogar. 
Sus padres, los duques de Hamilton y poseedores de un sinnúmero de otros títulos, habían esperado su llegada con ansiedad y esperanzas.
Hasta entonces solo tenían una hija mujer, Lady Josephine Hamilton, quien no podría heredar el título en caso de que su padre falleciese. Como si se tratase de una especie de tradición familiar, por generaciones los hombres que habían ostentado el título de Duque de Hamilton y Brandon, tendían a morir a temprana edad y, con frecuencia, sin dejar por heredero un descendiente directo. Así, el padre de James había heredado el título de su tío, y este de su hermano, que a su vez lo había heredado de su primo, y no de su antepasado directo como era corriente entre las familias de nobles.

Es por ello que, cuando la Duquesa dio a luz un tardío varón, la noticia se celebró por todo lo alto en Hamilton Palace.
A pesar del frío, los festejos se extendieron por días y la vida del pequeño James fue rodeada desde entonces de comodidades y arrumacos, siendo el sueño cumplido de su padre.

Lamentablemente, la tragedia también marcaba a su familia.

Cuando James era aun muy niño, su hermana, de entonces 17 años, decidió fugarse para contraer matrimonio con un apuesto, y para nada de noble cuna, comerciante americano, el señor Evergreen. Si bien el comerciante contaba con finanzas suficientes para llevar una buena vida, no tenía el linaje que agradaría a un duque para el esposo de su hija.
Con el corazón roto, furioso y decepcionado, el duque había decidido aplacar el escándalo dictaminando el exilio de Josephine, quien se había visto obligada a abandonar Hamilton para nunca regresar.

Acabó instalándose en Poole, una pequeña ciudad puerto al extremo sur de Inglaterra, desde donde su esposo podía manejar sus inversiones navieras a gusto. A pesar de que llevaba allí una vida tranquila y feliz, nunca tuvo oportunidad de reencontrarse con sus padres y su pequeño hermano.

James cursaba aun en Eton cuando sus padres aparecieron, interrumpiendo su jornada escolar, para anunciarle que partían a Poole a fin de asistir al responso de Josephine y su esposo. Al parecer habrían naufragado. Tenían la firme intención de, a su regreso, traer con ellos a la pequeña hija que habían dejado atrás, al cuidado de la alocada y poco tradicional hermana de la duquesa, Lady Manners.
El duque no soportaba la idea de que su liberal y rupturista cuñada criara a su nieta con tales ideales, por lo que mantenía la firme convicción de que buscarían el modo de traer a la niña con ellos a Hamilton Palace.
James nunca olvidaría aquella breve y espontánea reunión con sus padres.
Su madre traía los ojos vidriosos y no dejaba de abrazarlo contra su pecho, y su padre, que no dejaba de despotricar en contra del señor Evergreen, acariciaba la cabeza de James cada tanto, como su más tierno tesoro. Había sido su último encuentro.

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