Acto IV

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Comenzaron a las dos de la madrugada, y actualmente, según lo que decía su televisión que seguía mostrando uno de esos programas de concursos telefónicos, eran cinco para la media. Llevaban hablando casi dos horas y media, diciendo todo como a la vez nada, en sí, solo estaba viendo ese programa para que tuvieran algo en común que ver, deseaba de alguna forma, sentir que lo estaban haciendo juntos; llevó un puñado de palomitas a su boca, masticando a la vez que criticaba la poca originalidad del escenario, todo era tan pastoso que le recordaba más a un pantano que algo que podría darte un premio encantador; su compañero le dio la razón, sumándose al vestuario del presentador que ya se veía notablemente harto de su trabajo.

― ¿Podrías creer que me ofrecieron un trabajo similar? ―comentó el azabache cuando la botana se deslizó de su garganta. ―No puedo creer que me buscaran para eso.

―No puedo creer siquiera que te buscaran, te daría primero un infarto antes que una llamada.

― ¿Qué estás tratando de decir, Hatchet?

―Trato de decir que Chris McLean merece un trabajo que siempre lo haga lucir joven.

Un sonrojo apareció en sus mejillas y agradeció, en ese punto de la noche donde el consuelo lo estaba abrazando, que estuviera solo. No podría soportar que lo viera de una manera tan frágil, diminuta. No cuando se despidió jurando la grandeza.

Agradece el comentario, dándole la razón, cosa que solo lo lleva a sonrojarse más cuando un tono de nostalgia lo hace sentir más amado de lo que alguna vez pudo apreciar.

«Extrañaba un poco ese narcicismo tuyo, McLean».

MelancholyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora