Acto final

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Petrificado, esa es la mejor palabra que lo describía.

No puede moverse, no siente ni los dedos de la mano, todo su cuerpo está dormido menos su cabeza, quien lo castiga por su imprudencia comentando a cada tanto las terribles situaciones que pasarían apenas tocase la puerta de la guardería, que sí bien no se equivocaba los trabajadores, ya se encontraba en su descanso del día con el anfitrión adentro; desearía que las cuestiones que forma no tuvieran solución ahora que las encuentra en bandeja de plata, aunque era complicado que no le cedieran las respuestas que quería, al fin y al cabo, ellos fueron demasiado unidos cuando la televisión reconocía su nombre a gritos.

¿Chef sería capaz de reconocerlo?

Es cierto que no pasó tanto desde su separación, o al menos lo que recuerda, a pesar de eso, no lo culparía por olvidarlo, ni a los recuerdos que vivieron; fue su persona quien se fue, fue su persona quien decidió llevarse todo lo que cosechó en unas cuantas maletas. Dios, el contrario estaba teniendo razón hasta en sus pensamientos, era un dramático de primera; ¿acaso alguna vez se equivocaría? No lleva ni un minuto ahí y ese hecho ya le está irritando.

Se siente vivo.

Su mano formada en un puño se estira lo suficiente para poder sentir la madera pintada, con el semblante amenazante de tocar lo suficientemente alto para que lo atendiera en seguida, como era natural en sus viejos días, o bueno, lo intentó; por más que se exigiera el movimiento, su cuerpo rechazaba la petición con firmeza. Estaría congelado el tiempo que tuviera que ser necesario para convencerse de que todo eso es una pésima idea, una horrible y estúpida idea. Estaba seguro que eso no tardaría.

Claro, nunca contó con que el individuo que estaba asaltando sus pensamientos abriera la puerta por una coincidencia que le provocaba un hormigueo severo en el abdomen.

Las maletas se desvanecieron de sus manos, su boca se abrió ligeramente mientras sus ojos se dilataron; trato de expresar alguna oración que nunca se dio, porque, realmente, no era capaz de pensar qué decir. Ni siquiera un "hola" puede pronunciarse, solo un silencio que le reseca los labios maltratados de tantas noches jugando a ser lo que todos necesitaban.

Miradas entrelazadas, nadie rompe el silencio, nadie explica lo que está sucediendo.

― ¿Tú madre acaso no te enseñó a tocar, McLean?

Estupefacto, solo puede mirar ese rostro el cual, sin previo aviso, solo suelta una sonrisa silenciosa.

Esa risa.

No puede evitar soltar una carcajada suave cuando esa pregunta burlona trata de "atacarlo", provocando que su propio rostro recobrara el color que de seguro perdió; no recordaba bien cuando un "insulto" lo hizo sentirse tan liberado; limpió pequeñas lágrimas que se asomaban por los lagrimales, dando una sobreactuación de la situación. ―No creí que fuera necesario, las cámaras me adoran, solo estaba esperando a que producción fuera corriendo a mis brazos a suplicarme que me quede ―expresó sin problemas, aunque al ver el rostro de su contraparte, hizo que tosiera, ― ¿un poco exagerado?

El corazón le late demasiado cuando Chef solo niega la cabeza de manera suave.

―Perfecto para cierto anfitrión de antaño.

Un golpe bajo que ignora; solo puede reír mientras se sostiene el estómago, tratando de no sofocarse por su escandaloso comportamiento.

Definitivamente, necesitaba volver por un tiempo.

MelancholyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora