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lAS dESVENTURAS dEL rOMIONE pARA sALVAR eL dRARRY

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Cae la tarde en los terrenos de Hogwarts, y con ella el poco calor que los gruesos muros de piedra vieja habían logrado absorber durante el día. En su lugar asoma en el horizonte el consolador fresco de marzo, de principios de primavera, que te deja un sabor amargo y la promesa del dulce aroma de las flores.

Los alumnos abandonaban el solitario patio interior del castillo a medida que lo hacían los rayos del sol, pero una silueta llamaba la atención. Sentada sobre un poco halagüeño banco de piedra y rodeada de papeles desperdigados por doquier, como si hubiese pasado un huracán, no parecía advertir el paso del tiempo.

Una muchacha con rizos del color de la madera de roble y ojos profundos lee una vez más, con una expresión extenuada que no correspondía a alguien de su edad, las últimas líneas que había escrito en el trabajo de encantamientos. Claro, que no todas las chicas de su edad han vivido, o siquiera visto, lo que ella.

Suspiró con hastío y miró hacia el cielo, encontrándose con dos ojos de ese mismo color.

—Hermione, tenemos que hablar.

Se sobresaltó al escuchar la voz de su novio y, por instinto, desenfundó su varita de las medias. Cuando por fin comprendió que solo se trataba de Ronald Weasley, se calmó un poco y volvió a meter la vara de veintisiete centímetros de vid, núcleo de fibra de corazón de dragón, donde solía guardarla.

Se dio la vuelta y vio el rostro del amor de su vida como no lo había visto en mucho tiempo. Sus cejas rojizas estaban contraídas, algo turbaba sus ojos generalmente despreocupados, y sus labios se apretaban en una delgada línea que le recordaba inmensamente a la señora Weasley cuando la miraba intentando analizar si había comido lo suficiente.

Lo conocía bien, demasiado bien. Por eso supo que un pensamiento atribulaba su mente, un secreto amenazaba con escapársele de la boca o, de lo contrario, estallar en su pecho. Eso, acompañado por las palabras escogidas, no le daba una sensación muy agradable.

Colocó las manos a ambos lados de su rostro y le sostuvo la mirada. A pesar de haber estado toda la tarde fuera de los muros para aprovechar la tranquilidad, solo ahora se percató del frío que hacía. Quizás no debía darle tantas vueltas, pero un miedo subterráneo emergió de un rinconcito muy oscuro donde lo había estado guardando y se le atragantó en la garganta.

—¿Vas a terminar conmigo?

Un hondo enmudecimiento selló los labios del pelirrojo y tintó sus ojos de turbación. Por un momento el único ruido, seco como la lengua de un gato y ensordecedor como un rugido, fue el silencio.

—Espera, ¿qué? ¡No! —un pequeño placer culpable recorrió la espina dorsal de la castaña al observar la indignación de su novio, como si la sola idea fuese una abominación. — Es algo mucho peor: creo que Malfoy está enamorado de Harry.

Hermione abrió y cerró los ojos, perpleja.

Primero, ¿por qué lo hacía sonar como si fuera a llegar el apocalipsis? Ya sabía que sus dos amigos habían tenido diferencias en el pasado, pero ambos habían cambiado mucho y diría que incluso mantenían una relación cordial. Segundo, ¿Cómo era posible que este chico siempre escogiera las peores palabras para hablar? Y el peor tono también. Lo hacía sonar como si la idea de que los dos chicos podían llegar a amarse fuese un pecado capital o algo así.

—A ver, no es como si fuese tan horrible, ¿no? Supongo que tendré que adaptarme, porque el hurón no me cae especialmente bien. —Apartó unos cuantos pergaminos del banco y se sentó junto a ella. Casi sin pensarlo, se quitó la capa y la colocó sobre los hombros castigados por el estrés de su compañera, murmurando que hacía demasiado frío — ¿Y de donde sacas esas ideas? No podría dejarte nunca, te amo demasiado.

La Magia de tu Sonrisa (o cómo descubrir a tu admirador secreto)Where stories live. Discover now