6

3.8K 263 23
                                    

«Tengo el espacio carente que ocuparía tu abrazo

si se nos diera el caso de vernos lejos de la gente».

Exhalé al acabar de hablar y miré a Carlos al mismo tiempo que María se giraba hacia él con una mueca pícara en los labios y la cerveza a medio camino de su boca.

- ¿Estás flipando o estás flipando? – preguntó mi amiga, dando un largo sorbo sin apartar la vista de él.

Carlos se pasó una mano por el pelo y la dejó caer de nuevo sobre su mandíbula.

- Estoy flipando – corroboró.

Me mordí compulsivamente el labio. No sabía por qué había decidido contárselo a Carlos, pero habían bastado tan solo un par de cervezas y una pulla indecente de María para que mi amigo empezase a hacer preguntas. Y aunque había dudado al principio, al final las respuestas habían acabado saliendo solas. Liberadas.

Habían pasado ya varios días desde mi primer encuentro con Natalia, y desde entonces nos habíamos visto casi a diario en el mismo parque, en el mismo banco. Y me gustaba Natalia. Me gustaba muchísimo. Me pasaba el día esperando a que me mandase un mensaje para poder vernos, y mi estómago se convertía en una combustión de hormigueos sorprendentemente cómodos que persistía hasta que nos separábamos y volvía a mi casa escuchando alguna canción que me hubiese recomendado. Y me asustaba. La comodidad, la seguridad que sentía con ella, la confianza; me daba pánico.

- Por favor, no digas nada – supliqué, agarrando el brazo de Carlos.

- No, no, no digo nada – musitó él -. Pero, ¿qué fuerte, eh? Quedando y todo con una famosa. A ganar, a ganar.

María soltó una carcajada y no pude hacer más que unirme a ellos. Ya no podía fingir que Natalia era solo una chica con la que hablaba, porque habría sido engañarles a ellos y engañarme a mí. Al fin y al cabo, Natalia estaba convirtiéndose poco a poco en una parte de mi rutina que quería mantener, que necesitaba mantener, y me gustaba la sensación de tenerla cerca. Me estaba acostumbrando al sonido de su voz aunque aún no se atreviera a cantarme, a la forma en la que movía las manos al hablar, a la manía que tenía de morderse el labio y removerse el flequillo cada vez que estaba distraída.

Y cada vez, cada vez que la miraba y la pillaba con esos ojos oscuros clavados en mí, se me pasaba por la cabeza fugazmente que no me importaría mantener todas esas cosas por tanto tiempo como pudiera.

- Pero también es un poco putada, ¿no? – continuó Carlos -. Por Miki.

María asintió, acariciando distraída con el pulgar la boca de su botella. Tragué saliva, bajando la mirada. A veces (la mayoría del tiempo) se me olvidaba que Miki nos había confesado que le gustaba Natalia (que estaba enamorado, en palabras textuales), pero cuando ese pensamiento regresaba a mí lo hacía con la misma fuerza de un maremoto. Y arrasaba con todo; con la seguridad, con la confianza, con la comodidad. Solo dejaba a su paso un rastro de culpabilidad por sentir todas esas cosas por la misma chica.

- ¿Se lo has dicho? – comentó María -. A ella, digo.

- ¿El qué?

- Que a Miki le mola – respondió -. ¿Ella lo sabe?

Me encogí de hombros. Nunca habíamos hablado de Miki. Nunca habíamos hablado de nadie en realidad, más de que de nosotras.

- Creo que no – Fruncí el ceño -. Creo.

- Y a él tampoco se lo has dicho supongo, ¿no? – preguntó Carlos, irguiéndose en su asiento. Negué con la cabeza, encogiéndome en mi propia silla -. Qué putada.

wanna feel a thousand hands (from you)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora