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«Píntame la piel,

angelito oscuro».

Natalia estaba nerviosa. Histérica, tal vez, sería más adecuado. No había parado quieta con las manos en todo el camino, y apenas había emitido palabra mientras se mordía el labio una y otra vez hasta dejárselo tan rojo que perfectamente podría haber llevado un pintalabios.

- Nat, relájate – susurré, escondiendo la cara en la bufanda.

Natalia tomó aire, pero por la forma en la que le temblaron los labios al exhalar pude darme cuenta de que no había tenido mucho efecto. No entendía su nerviosismo; no era el primer sábado que actuaba delante del público. Y aunque no me había dicho la canción, tampoco era la primera vez que se acompañaba solo por su guitarra, porque según tenía entendido, casi siempre era de esa manera.

Aun así, Natalia parecía incapaz de poder controlarse.

- Nat – repetí -, lo vas a hacer bien.

Natalia frenó en seco, con las manos enrojecidas a causa de la cantidad de veces que las había masajeado con fuerza para tratar de calmarse.

- No lo sabes.

- Sí lo sé – respondí, colocándome frente a ella. Apenas nos quedaban unos metros para llegar a la puerta trasera del local -. ¿Cómo no vas a hacerlo bien? Ni que fuera tu primera vez...

Natalia se mordió de nuevo el labio.

- Bueno, es la primera vez que sé que me estás viendo.

Iba a decir algo, pero las palabras se quedaron atascadas en mi boca. El simple pensamiento de que Natalia podía estar así de nerviosa solamente porque yo iba a estar allí e iba a escucharla, aun no sabiendo cuál iba a ser la canción, era capaz de alterar todas y cada una de mis células. Desde mis pulmones, completamente paralizados en un suspiro que parecía no querer abandonarme; mi piel erizando todo el vello que me cubría el cuerpo; mis manos incapaces de controlar la agitación de un escalofrío; hasta el corazón bombeándome en el cielo de la boca.

Natalia aún no parecía haberse dado cuenta del efecto que tenía en mí todo lo que hacía, todo lo que decía y todo lo que era. Tal vez era que yo fingía muy bien, pero por lo ardientes que notaba las mejillas y la punta de las orejas, dudaba que fuese el caso. O tal vez era que Natalia estaba más preocupada por controlar el efecto que yo podía tener sobre ella misma.

El efecto que yo podía tener.

En cualquier otra situación, con cualquier otra persona, habría dudado más. Pero no dudar era lo que me había llevado a escribirle en un primer lugar meses atrás y a pronunciar su nombre después de escucharla cantar en directo por primera vez. Si dudaba, iba a perderme cosas de las que después podría arrepentirme, y no estaba dispuesta. Así que, extendí mi mano hacia ella y entrelacé mis dedos con los suyos en un movimiento del que las dos fuimos plenamente conscientes. No era la primera vez que le daba la mano; ella ya lo había hecho casi sin darse cuenta mucho antes.

Natalia bajó la mirada hacia nuestros dedos y se mordió el labio, pero no fue capaz de controlar cómo sus mejillas tiraban de ellos en el esbozo de una sonrisa contenida que no llegó a formarse del todo. Le di un apretón. Su mano temblaba.

- Vas a hacerlo bien, ¿vale? – susurré -. Confía en mí.

Sentía perfectamente todos los lugares en los que la piel de nuestras manos estaba rozando. Y cada punto de contacto ardía con la misma intensidad que si me los estuvieran lamiendo las llamas de una hoguera. Estábamos la una frente a la otra en un callejón completamente vacío en el centro de Madrid donde ni siquiera se sentía el sonido del tráfico, y lo único que me mantenía consciente de que seguíamos con los pies en el suelo era el frío gélido que se colaba en los pequeños huecos de nuestra ropa, porque si de mí dependiese, estaba completamente perdida dentro de los ojos oscuros de Natalia.

wanna feel a thousand hands (from you)Where stories live. Discover now